"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

24 de septiembre de 2021

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LA MERCED

 


Evangelio
(Lc 9, 43b-45)

Entre la admiración general por lo que hacía, dijo a sus discípulos:


«Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».


Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.


Comentario


Jesús es admirado allí donde va. La gente se agolpa para escucharlo, para recibir una palabra de aliento, una mirada de ternura; le traen enfermos para que los cure, endemoniados para que los libere. Su fama atraviesa las fronteras de Galilea y Judea.


Los discípulos al contemplar al Señor se llenarían de orgullo y emoción. Además, ellos mismos han participado de su misión: han proclamado el reino de Dios, curando enfermos por todas partes.


De ahí que les resulten chocantes las palabras que les dirige: “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres”.


Es verdad que, durante los días previos, ha empezado a anunciar abiertamente lo que le sucederá en Jerusalén; cómo será desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día (Lc 9, 22). Pero se resisten a aceptarlo: no entienden, les resulta oscuro, no son capaces de captar el sentido. Hasta el punto de que les daba miedo preguntarle.


Lucas evidencia que entre Jesús y los discípulos existía cierta diferencia ante lo que dice, de forma que las enseñanzas de Jesús no se terminan de entender.


Ellos tienen en la mente la restauración del Reino de Israel, poder sentarse a derecha e izquierda del Señor cuando esté en su gloria; les gusta discutir sobre quién de ellos será el más grande.


Él empieza a identificarse con el siervo del Dios sufriente, que padece y muere. Servir es la verdadera forma de reinar.


La lógica de Dios siempre es otra respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo a través de Isaías: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is 55, 8). Por eso seguir al Señor requiere una profunda conversión, un cambio en el modo de pensar y de vivir. Requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente.


Como señala el Papa Benedicto XVI: “Un punto clave en el que Dios y el hombre se diferencian es el orgullo: en Dios no hay orgullo porque Él es toda la plenitud y tiende todo a amar y donar vida; en nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está enraizado en lo íntimo y requiere constante vigilancia y purificación. Nosotros, que somos pequeños, aspiramos a parecer grandes, a ser los primeros; mientras que Dios, que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último (Ángelus, 23-IX-2012).


PARA TU ORACION PERSONAL


La devoción a la Virgen María es una referencia constante a lo largo de la vida de San Josemaría Escrivá. Todas las advocaciones que conoció encontraron un lugar en su corazón, y algunas cobraron especial relevancia en momentos concretos de su vida: la Virgen de la Merced, patrona de Barcelona, fue una de ellas.


La devoción a la Virgen María es una referencia constante a lo largo de la vida de San Josemaría Escrivá. Todas las advocaciones que conoció encontraron un lugar en su corazón, y algunas cobraron especial relevancia en momentos concretos de su vida: la Virgen de la Merced, patrona de Barcelona, fue una de ellas.


Sus escritos y su piedad llevan una fuerte impronta mariana, como también la lleva el Opus Dei, el camino de santificación en la vida ordinaria que la providencia divina abrió el 2 de octubre de 1928. El fundador del Opus Dei procuraba poner a María en todo, y recurrir a Ella para cualquier necesidad.

Es posible que Josemaría Escrivá de Balaguer –siendo natural de Barbastro- conociera ya desde pequeño la Virgen de la Merced, al ser ésta muy venerada en las tierras de la antigua Corona de Aragón. Una tía suya a quien quería especialmente se llamaba, de hecho, Mercedes. A pesar de todo, no se tiene constancia de que durante la niñez o los años de estudiante visitara a la Virgen en la Basílica de Barcelona. Quizá la primera vez fue en 1924, antes de recibir el diaconado, aprovechando una breve visita que hizo a Barcelona, donde llegó en un tren que paraba en la estación de Francia.

Un viaje en plena guerra

El siguiente viaje a Barcelona del que hay noticia fue en 1937, en circunstancias bien distintas. En plena guerra civil San Josemaría y algunos de los primeros fieles del Opus Dei se disponían a pasar, por los Pirineos, hacia el otro lado del frente, con el objetivo de poder continuar la tarea apostólica que Dios le pedía. Durante esta breve estancia en la capital catalana, del 10 octubre hasta el 19 de noviembre, recorrió la ciudad de un extremo a otro, siguiendo un programa de entrenamiento en previsión de las largas caminatas que les esperaban si querían atravesar los Pirineos. Tenemos constancia de cómo san Josemaría recomendaba a sus acompañantes que al pasar por delante de un templo rezaran haciendo interiormente actos de desagravio y comuniones espirituales. La Basílica de la Merced bien pudo ser objeto de estas íntimas plegarias, que él mismo procuraba hacer con frecuencia.

Acabado el conflicto bélico, los últimos días de diciembre de 1939, Josemaría Escrivá vuelve a Barcelona con quien sería su primer sucesor, Álvaro del Portillo. El objeto de este viaje es ayudar en el inicio estable de la tarea apostólica de modo estable en la capital catalana. En 1940 realizó tres viajes a Barcelona, y visitó la Basílica de la Merced al menos en una ocasión, el 2 de abril. Como siempre hizo, es posible que aprovechara la ocasión para poner a los pies de la Virgen María las intenciones que llevaba en el corazón: la Iglesia, la Obra y el mundo.

A la Merced a dar gracias

El 1941, cuando el Opus Dei recibió su primera aprobación, la reacción de San Josemaría fue dar gracias a la Virgen María, y quiso enviar un telegrama a sus hijos de Barcelona donde les pedía que fueran a la Merced a dar las gracias a la Virgen por los continuos cuidados maternos que procuraba a la Obra. San Josemaría vuelve a la Ciudad Condal y a la Merced en 1942 y en 1943. Para la Obra, aun contando con la aprobación de los obispos de los lugares donde trabajaba, eran años de fuertes incomprensiones, fundamentalmente por la novedad del mensaje de la santificación del trabajo que el Opus Dei proponía. Dios permitió que estas contradicciones resultaran especialmente duras en Barcelona. Para confortarles, Josemaría Escrivá decía, a los primeros hijos catalanes del Opus Dei, que estaba seguro de que el Señor, con la mediación de la Virgen de la Merced, bendeciría la tarea apostólica de la Obra en la capital catalana con muchos frutos.

El 16 de mayo del 1945, tras dejar el Santísimo reservado en uno de los primeros centros del Opus Dei en la ciudad, tiene ocasión de rezar ante la imagen de la Virgen María antes de marchar al Monasterio de Montserrat, probablemente para ver al Abad y rogar a la patrona de Cataluña.

Mientras se extiende la tarea evangelizadora, las dificultades y las incomprensiones no amainan sino que continúan con más énfasis. Por otra parte, se hacía necesario un reconocimiento jurídico por parte del Santo Padre, que permitiera trabajar también en otros países. Con este propósito, Álvaro del Portillo viaja a Roma, el 25 de febrero de 1946. Él mismo recordará, años más tarde, la primera respuesta que obtuvo: "Me dijeron, entre otras muchas cosas, que no era posible aún obtener la aprobación del Opus Dei: habíamos nacido –esta fue la expresión literal- con un siglo de anticipación. Las dificultades eran tan grandes, aparentemente insuperables, que decidí escribir al Padre para manifestarle la necesidad de su presencia en Roma". Así lo hizo. San Josemaría padecía en aquél tiempo una diabetes muy grave, hasta el punto de que el médico que le atendía había declinado toda responsabilidad sobre su vida si emprendía ese viaje. Sin embargo decidió hacerlo, vía mar, embarcando en el puerto de Barcelona rumbo Génova.

Dejó Madrid en el mes de junio y, de camino a Barcelona, hizo parada en el Pilar de Zaragoza y en Montserrat. Llegó a la capital catalana el 21, y en seguida quiso reunirse con sus hijos en el centro del Opus Dei que había en la calle Muntaner. Todos los presentes recordarán, pasados los años, la plegaria que san Josemaría hizo en voz alta en el oratorio de Muntaner: "¿Señor, tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas? ¡Si todo lo he hecho para Tu gloria y a sabiendas de que es Tu Voluntad!". Y hacía suyas las palabras que san Pedro dirige al Señor: "He aquí que lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué será de nosotros? (Mateo, 19, 27)". San Josemaría acudió a la intercesión de María varias veces a lo largo de su oración, y, al acabar, se dirigió a la Merced para ponerse, él mismo y todas sus intenciones, bajo la protección maternal de la Virgen. "Vine a Roma con el alma puesta en mi Madre la Virgen Santísima, y con una fe encendida en Dios nuestro Señor, a quien confiadamente invocaba, diciéndole: ‘ecce nos reliquimus omnia te secuti sumus te: quid ergo erit nobis’? ¿Qué será de nosotros, Padre mío?", recordaría más tarde.

Una vez en la ciudad eterna, después de un viaje muy convulso en el barco J. J. Sister, la aprobación jurídica se fue resolviendo dando diversos pasos. La Santa Sede concedió el Breve "Cum societatis", expreso asentimiento a la tarea pastoral, y la carta "Brevis sano", de alabanza de los fines del Opus Dei, previa al "Decretum laudis", que fue concedido el 24 de febrero de 1947. San Josemaría entendió que había sido la Virgen de la Merced quien había facilitado esta aprobación, y encargó, en recuerdo del viaje, que en el oratorio de Muntaner se pusiera un retablo con la imagen de la Merced, donde se grabaran aquellas palabras de san Pedro: "He aquí...". Más adelante haría poner también una imagen en un oratorio de la sede central del Opus Dei en Roma.

San Josemaría quiso volver

El 21 de octubre de 1946 quiso volver a Barcelona para agradecer personalmente a la Virgen de la Merced su solícita intercesión en el camino jurídico de la Obra. Esta advocación de la Virgen permaneció definitivamente en el recuerdo de san Josemaría, ocupando así un lugar de especial en su corazón, junto con la Virgen del Pilar de Zaragoza, ciudad donde fue ordenado sacerdote, Torreciudad, Sonsoles, Loreto y Guadalupe, entre otras.

A partir de aquel momento, las visitas a La Merced serían habituales, y han sido continuadas después por sus sucesores y por muchos miembros del Opus Dei. Como un hijo necesitado que pide ayuda a su Madre, volvió a la Merced a finales de los años 60, cuando el fundador del Opus Dei visitó numerosos santuarios marianos para rogar por la situación de la Iglesia. Volvió en otras ocasiones, como un enamorado que no pierde ocasión para tener un detalle con quien ama. Casi hasta el final de su vida, como por ejemplo el 28 de noviembre de 1972, acudía a un santuario para agradecer las mercedes que recibía de sus manos, y de forma especialísima la ayuda en su primer viaje a Roma. Con esta disposición afirmaba, en el discurso pronunciado con ocasión de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad, el 7 de octubre de 1966: "Cuando, pasado el tiempo, se escriba la historia del Opus Dei, habrá en sus páginas –¡cuántos acontecimientos llegan ahora a mi memoria!- hechos que vieron la luz en esta ciudad condal, entre vosotros y bajo la mirada de la Virgen de la Merced".


El Opus Dei es esencialmente mariano, y eso es parte integrante de la herencia espiritual que ha recibido de San Josemaría. No es posible entender la vida de un fiel de la Prelatura sin un gran cariño a la Madre de Dios.



La Virgen está en los inicios de la llamada cristiana en el Opus Dei: “Sé de María y serás nuestro" [10]. Por su mediación el Señor concede la gracia de la entrega. Por eso decía el Fundador a sus hijos en Forja: “que ames con locura a la Madre de Dios, que es Madre nuestra" [11].


Rememoraba así sus visitas al Santuario de la Virgen del Pilar en Zaragoza: “Para eso quiere Dios que nos acerquemos al Pilar: para que, al sentirnos reconfortados por la comprensión, el cariño y el poder de nuestra Madre, aumente nuestra fe, se asegure nuestra esperanza, sea más viva nuestra preocupación por servir con amor a todas las almas. Y podamos, con alegría y con fuerzas nuevas, entregarnos al servicio de los demás, santificar nuestro trabajo y nuestra vida: en una palabra, hacer divinos todos los caminos de la tierra" [12].


9. Un camino para amar siempre más a la Santísima Virgen son las normas y costumbres marianas que, desde la mañana hasta la noche, facilitan a los fieles del Opus Dei acudir a Ella en todas las situaciones: “Empezamos con oraciones vocales, que muchos hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía, por las mañanas y por las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis padres: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón... […]" [13].


Animaba también a decir muchas jaculatorias a la Virgen a lo largo del día: “Que no os importe repetirle durante el día –con el corazón, sin necesidad de palabras– pequeñas oraciones, jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios encendidos en las letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que –por un santo pudor que Ella entiende y apruebe– no nos atreveríamos a pronunciar en voz alta"[14].


La devoción a la Santa María ocupa el primer lugar, después de la Santísima Trinidad, en la vida interior: “más que Ella sólo Dios". Hablando de la Virgen comentaba: “Te aconsejo —para terminar— que hagas, si no lo has hecho todavía, tu experiencia particular del amor materno de María. No basta saber que Ella es Madre, considerarla de este modo, hablar así de Ella. Es tu Madre y tú eres su hijo; te quiere como si fueras el hijo único suyo en este mundo. Trátala en consecuencia: cuéntale todo lo que te pasa, hónrala, quiérela. Nadie lo hará por ti, tan bien como tú, si tú no lo haces.


“Te aseguro que, si emprendes este camino, encontrarás enseguida todo el amor de Cristo: y te verás metido en esa vida inefable de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Sacarás fuerzas para cumplir acabadamente la Voluntad de Dios, te llenarás de deseos de servir a todos los hombres. Serás el cristiano que a veces sueñas ser: lleno de obras de caridad y de justicia, alegre y fuerte, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo" [15].