"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

19 de septiembre de 2021

Lógica divina y lógica humana.

 


Evangelio (Mc 9,30-37)


Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba instruyendo a sus discípulos. Y les decía:


– El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días.


Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle.


Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó:


– ¿De qué hablabais por el camino?


Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo:


– Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos.


Y acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:


– El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado.


Comentario


Se va acercando el tiempo de emprender el último viaje hacia Jerusalén, donde Jesús culminará su misión. Se trata de un momento decisivo y, en esas circunstancias, el Maestro habla por segunda vez a los apóstoles de lo que le aguarda al cabo de unas semanas en la ciudad santa.


Allí se desencadenarán los sucesos dramáticos de su pasión que terminarán con la muerte en la Cruz, pero también llegará el acontecimiento glorioso de su resurrección. Las palabras del Señor son claras, pero el evangelista hace notar que “ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle”. Se resisten a admitir lo que Jesús les está diciendo. ¡Qué distinta es la lógica de Dios, que cuenta con el sufrimiento como camino a la gloria, frente a la lógica humana que rehúsa aceptar lo que no se desea ni complace los propios gustos!


Resulta sorprendente lo que sucede en un momento tan importante y cargado de dramatismo. “ ¿De qué hablabais por el camino?” les preguntó Jesús, “pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor” (v. 33), comenta el evangelista.


Mientras Jesús se dirige decididamente hacia la Cruz ninguno de ellos se compadece de los padecimientos que aguardan al Maestro y se apresta a servirle de apoyo, sino que intrigan entre sí buscando egoístamente el propio provecho. ¡Qué torpes! Hubieran merecido justamente el rechazo de Jesús, pero no sucedió así. A pesar de sus evidentes limitaciones personales, Jesús no les retiró su confianza. “Qué decepción la de Cristo. Sin embargo –observa Mons. Ocáriz– les confió la Iglesia, como nos la confía ahora a nosotros, que también caemos en disputas y división”.


“¿Qué nos dice todo esto? –se preguntaba Benedicto XVI– Nos recuerda que la lógica de Dios es siempre ‘otra’ respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo por boca del profeta Isaías: ‘Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos’ (Is 55, 8). Por esto, seguir al Señor requiere siempre al hombre una profunda conversión –de todos nosotros–, un cambio en el modo de pensar y de vivir; requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente”.


Jesús tiene paciencia con los defectos de aquellos hombres, y les explica su lógica, la lógica del amor que se hace servicio hasta la entrega total: “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos” (v. 35). Y para que les entre por los ojos esta enseñanza “acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado” (vv. 36-37)


“¿No os enamora este modo de proceder de Jesús? –comenta san Josemaría– Les enseña la doctrina y, para que entiendan, les pone un ejemplo vivo. Llama a un niño, de los que correrían por aquella casa, y le estrecha contra su pecho. ¡Este silencio elocuente de Nuestro Señor! Ya lo ha dicho todo: Él ama a los que se hacen como niños. Después añade que el resultado de esta sencillez, de esta humildad de espíritu es poder abrazarle a Él y al Padre que está en los cielos”.


Dios, que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último. Jesús se identifica con el niño. Él mismo se ha hecho pequeño. En cambio, nosotros, que somos pequeños, nos creemos grandes y aspiramos a ser los primeros porque somos orgullosos. Seguir a Cristo es difícil, pero sólo el que se hace pequeño como él hará cosas grandes.


PARA LA ORACION PERSONAL


Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo: Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y servidor de todos. Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me envió. ( Mc 9, 33-37).


“¿No os enamora este modo de proceder de Jesús? Les enseña la doctrina y, para que entiendan, les pone un ejemplo vivo. Llama a un niño, de los que correrían por aquella casa, y le estrecha contra su pecho. ¡Este silencio elocuente de Nuestro Señor! Ya lo ha dicho todo: El ama a los que se hacen como niños. Después añade que el resultado de esta sencillez, de esta humildad de espíritu es poder abrazarle a El y al Padre que está en los cielos”.


Amigos de Dios, 102


En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién juzgas que es el mayor en el Reino de los Cielos? Entonces, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos ( Mt 18, 1-4) .


“Hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños.


Y todo eso lo aprendemos tratando a María. (...) Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima”.


Es Cristo que pasa, 143


“¡Qué buena cosa es ser niño! —Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud acompañe la hoja de sus méritos.


Cuando el que pide es un chiquitín —como los niños no tienen méritos—, basta con que diga: soy hijo de Fulano.


¡Ah, Señor! —díselo ¡con toda tu alma!—, yo soy... ¡hijo de Dios!”


Camino, n. 892


Nuestra voluntad, con la gracia, es omnipotente delante de Dios –Así, a la vista de tantas ofensas para el Señor, si decimos a Jesús con voluntad eficaz, al ir en tranvía por ejemplo: “Dios mío, querría hacer tantos actos de amor y de desagravio como vueltas da cada rueda de este coche”, en aquel mismo instante delante de Jesús realmente le hemos amado y desagraviado según era nuestro deseo.


Esta “bobería” no se sale de la infancia espiritual: es el diálogo eterno entre el niño inocente y el padre chiflado por su hijo: –¿Cuánto me quieres? ¡Dilo! –Y el pequeñín silabea: ¡Mu-chos mi-llo-nes! (Camino, 897)


SAN JOSEMARIA. "Lógica divina y lógica humana"


En la vida interior, nos conviene a todos ser quasi modo geniti infantes, como esos pequeñines, que parecen de goma, que disfrutan hasta con sus trastazos porque enseguida se ponen de pie y continúan sus correteos; y porque tampoco les falta –cuando resulta preciso– el consuelo de sus padres.


Si procuramos portarnos como ellos, los trompicones y fracasos –por lo demás inevitables– en la vida interior no desembocarán nunca en amargura. Reaccionaremos con dolor pero sin desánimo, y con una sonrisa que brota, como agua limpia, de la alegría de nuestra condición de hijos de ese Amor, de esa grandeza, de esa sabiduría infinita, de esa misericordia, que es nuestro Padre. He aprendido, durante mis años de servicio al Señor, a ser hijo pequeño de Dios. Y esto os pido a vosotros: que seáis quasi modo geniti infantes, niños que desean la palabra de Dios, el pan de Dios, el alimento de Dios, la fortaleza de Dios, para conducirnos en adelante como hombres cristianos. (Amigos de Dios, 146)


SAN JOSEMARIA ASI VEIA LA LOGICA DE DIOS


Lógica divina y lógica humana. Dios, como un Padre hace con su hijo, enseñó a Josemaría la "lógica divina", a veces tan desconcertante y lejos de la "lógica humana", porque ésta juzga y obra según criterios terrenales. Los juicios de Dios, por el contrario, reposan amorosamente en el sentido de la filiación divina; en la Cruz, signo gozoso de la victoria de Cristo; en el poder ilimitado de la oración, en la oculta fecundidad de las contradicciones... Aquella visión objetiva de la realidad histórica que poseía el Fundador, antes mencionada, es algo más que pura perspicacia clarividente; es el don de penetrar la esencia de la historia, sabiamente gobernada por la Providencia. A las realidades religiosas, a los hechos sobrenaturales aplicó categorías propias de la lógica divina, de acuerdo con su misión, divina y universal, dentro de la Iglesia.


La talla del Fundador. Para apreciar debidamente la grandeza de su persona es preciso acompañarle conforme fue adquiriendo madurez espiritual. Ese itinerario de crecimiento interior es a la vez fuente de amor y via crucis de sufrimiento, por una progresiva identificación con Cristo. No se requieren, pues, loas hagiográficas, porque su santidad es patente y se yergue, de modo impresionante, a nuestra vista.


A poco de recibir su misión divina don Josemaría se comparaba a un pobre pajarillo de vuelo corto. Lo arrebata un águila; y entre sus garras poderosas, el pajarillo sube, sube muy alto, por encima de las montañas de tierra y de los picos de nieve, por encima de las nubes blancas y azules y rosas, más arriba aún, hasta mirar de frente al sol... Y entonces el águila, soltando al pajarito, le dice: anda, ¡vuela!...


Señor, ¡que no vuelva a volar pegado a la tierra!, ¡que esté siempre iluminado por los rayos del divino Sol-Cristo-Eucaristía!, ¡que mi vuelo no se interrumpa hasta hallar el descanso de tu Corazón!


Padre de una gran familia. Dios ha suscitado un hombre, en el mundo de nuestro tiempo, para bien de la Iglesia y de las almas. Don divino que hay que agradecer; primeramente, a Dios; y, en parte, a don Josemaría, pues tomó dócilmente sobre sí el secundar los designios de Dios. No volvió las espaldas al mundo. Se interesó por su marcha y progreso. Puso audacia y optimismo en sus afanes apostólicos. Proclamó que la santidad no es tan sólo para los privilegiados. Abrió, en fin, con su mensaje los caminos divinos de la tierra. Caminos de santificación para todos los que, en medio del mundo, trabajan por amor a Dios y a los demás hombres.


Pero en la misión del Fundador va también el carisma de su paternidad: Padre y Pastor de una porción del pueblo de Dios (fieles de la Prelatura del Opus Dei). Ya en vida tuvo, como los antiguos patriarcas, larga descendencia espiritual. El 17 de mayo de 1992, día en que la Iglesia declaró oficialmente su subida a los altares, una inmensa multitud de hijos de su espíritu —gentes de todas las razas y condición de vida— llenaban apretadamente la plaza de San Pedro en Roma.