"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

13 de octubre de 2021

EL ORGULLO Y EL FINGIMIENTO SON COMO UN MURO

 


Evangelio (Lc 11,42-46)

«Pero, ¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, pero despreciáis la justicia y el amor de Dios! ¡Hay que hacer esto sin descuidar lo otro!


¡Ay de vosotros, fariseos, porque apetecéis los primeros asientos en las sinagogas y que os saluden en las plazas!


¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros disimulados, sobre los que pasan los hombres sin saberlo!


Entonces, cierto doctor de la Ley, tomando la palabra, le replica:


—Maestro, diciendo tales cosas nos ofendes también a nosotros.


Pero él dijo:


—¡Ay también de vosotros, los doctores de la Ley, porque imponéis a los hombres cargas insoportables, pero vosotros ni con uno de vuestros dedos las tocáis!».


Comentario


Nos dice el Evangelio según san Juan que Jesús veía en los corazones de las personas que le seguían o alababan, y que sabía si realmente creían en él o no. En todas nuestras acciones hay algo que se ve y algo que no se ve, algo que queda oculto a los ojos de los hombres: nuestras intenciones y deseos, lo que nos mueve y lo que buscamos. Por eso, todos somos capaces de entender perfectamente de qué está hablando Jesús en el evangelio de hoy. No podemos decir que sus palabras vayan dirigidas al de al lado, pero no a nosotros. Porque, incluso a pesar de tener grandes y nobles deseos, ¿acaso no admitiremos que a veces hemos obrado simplemente para quedar bien ante los que nos veían?


Jesús habla de la justicia y del amor de Dios. Parecen palabras sencillas y claras. Pero las realidades a las que se refieren son muy profundas. Porque la justicia de Dios no se reduce a lo que nosotros entendemos por justicia. Ni el amor de Dios es como nuestro amor, tan frágil y limitado. Jesús echaba en cara a aquellos hombres “sabios” que no conocían la Ley, ya que su esencia era la justicia y era el amor, y esto era precisamente lo que no vivían.


¡Ojalá nuestras obras siempre saliesen de un corazón deseoso de justicia y lleno de amor de Dios! Esto quiere decir que las obras que sirven realmente para la vida y que transforman el mundo son las que salen de un corazón que quiere ser santo. La justicia de Dios es constancia en sus promesas, perseverancia en su amor, misericordia eterna. El Señor nos anima a ser humildes; a manifestar lo que somos y cómo estamos, para poder ser sanados; a amar como nos gustaría ser amados; a no exigir a otros algo que nosotros nos estamos dispuestos a hacer. El orgullo y el fingimiento son como un muro que repele la gracia. Además, de nada nos servirá cara a la otra vida parecer irreprochables ante los hombres si realmente no deseamos e intentamos serlo, porque lo que mira y pesa Cristo, que es el que nos juzgará en su día, son los corazones.


PARA TU RATO DE ORACION


Comprometidos con Dios, con la verdad y la justicia

"¡Comprometido! ¡Cómo me gusta esta palabra! —Los hijos de Dios nos obligamos —libremente— a vivir dedicados al Señor, con el empeño de que Él domine, de modo soberano y completo, en nuestras vidas".


Comprometidos con Dios


¡Comprometido! ¡Cómo me gusta esta palabra! —Los hijos de Dios nos obligamos —libremente— a vivir dedicados al Señor, con el empeño de que Él domine, de modo soberano y completo, en nuestras vidas.


Forja, 855


Me confiabas que Dios, a ratos, te llena de luz; en otros, no.


Te recordé, con firmeza, que el Señor es siempre infinitamente bueno. Por eso, para seguir adelante, te bastan esos tiempos luminosos; aunque los otros también te aprovechan, para hacerte más fiel.


Surco, 341


Cada día te vas “chiflando” más... —Se nota en esa seguridad y en ese aplomo formidable, que te da el saberte trabajando por Cristo.


—Ya lo ha proclamado la Escritura Santa: «vir fidelis, multum laudabitur» —el varón fiel, de todos merece alabanzas.


Surco, 786


Ser fiel a Dios exige lucha. Y lucha cuerpo a cuerpo, hombre a hombre —hombre viejo y hombre de Dios—, detalle a detalle, sin claudicar.


Surco, 126


Dios me ama... Y el Apóstol Juan escribe: "amemos, pues, a Dios, ya que Dios nos amó primero". —Por si fuera poco, Jesús se dirige a cada uno de nosotros, a pesar de nuestras innegables miserias, para preguntarnos como a Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?"...


—Es la hora de responder: "¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo!", añadiendo con humildad: ¡ayúdame a amarte más, auméntame el amor!


Forja, 497


Comprometidos con la verdad y la justicia


Esfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida.


Así, no lo dudes, aseguras a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana.


Forja, 718


No es fácil mantener durante largo tiempo un temple de honradez ante las situaciones que parecen comprometer la propia seguridad. Fijaos en la limpia faceta de la veracidad: ¿será cierto que ha caído en desuso? ¿Ha triunfado definitivamente la conducta de compromiso, el dorar la píldora y montar la piedra? Se teme a la verdad. Por eso se acude a un expediente mezquino: afirmar que nadie vive y dice la verdad, que todos recurren a la simulación y a la mentira.

Por fortuna no es así. Existen muchas personas —cristianos y no cristianos— decididas a sacrificar su honra y su fama por la verdad, que no se agitan en un salto continuo para buscar el sol que más calienta. Son los mismos que, porque aman la sinceridad, saben rectificar cuando descubren que se han equivocado. No rectifica el que empieza mintiendo, el que ha convertido la verdad sólo en una palabra sonora para encubrir sus claudicaciones.

Amigos de Dios, 82

¿No existe un acuerdo tácito en que los bienes reales son: el dinero que todo lo compra, el poderío temporal, la astucia para quedar siempre arriba, la sabiduría humana que se autodefine adulta, que piensa haber superado lo sacro?

No soy, ni he sido nunca pesimista, porque la fe me dice que Cristo ha vencido definitivamente y nos ha dado, como prenda de su conquista, un mandato, que es también un compromiso: luchar. Los cristianos tenemos un empeño de amor, que hemos aceptado libremente, ante la llamada de la gracia divina: una obligación que nos anima a pelear con tenacidad, porque sabemos que somos tan frágiles como los demás hombres. Pero a la vez no podemos olvidar que, si ponemos los medios, seremos la sal, la luz y la levadura del mundo: seremos el consuelo de Dios.

Es Cristo que pasa, 74

Sirve a tu Dios con rectitud, séle fiel... y no te preocupes de nada: porque es una gran verdad que "si buscas el reino de Dios y su justicia, Él te dará lo demás —lo material, los medios— por añadidura."

Camino, 472

Decididos a seguir a Cristo

Si el Señor te ha llamado “amigo”, has de responder a la llamada, has de caminar a paso rápido, con la urgencia necesaria, ¡al paso de Dios! De otro modo, corres el riesgo de quedarte en simple espectador.

Surco, 629

No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy, Señor, porque me has llamado.

Es Cristo que pasa, 174

Ego sum via, veritas et vita, Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna. Ego sum via: Él es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.

Amigos de Dios, 127


Con el espíritu de Dios, la castidad no resulta un peso molesto y humillante. Es una afirmación gozosa: el querer, el dominio, el vencimiento, no lo da la carne, ni viene del instinto; procede de la voluntad, sobre todo si está unida a la Voluntad del Señor. Para ser castos —y no simplemente continentes u honestos—, hemos de someter las pasiones a la razón, pero por un motivo alto, por un impulso de Amor.


Comparo esta virtud a unas alas que nos permiten transmitir los mandatos, la doctrina de Dios, por todos los ambientes de la tierra, sin temor a quedar enlodados. Las alas —también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcanzan las nubes— pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo. Grabadlo en vuestras cabezas, decididos a no ceder si notáis el zarpazo de la tentación, que se insinúa presentando la pureza como una carga insoportable: ¡ánimo!, ¡arriba!, hasta el sol, a la caza del Amor.


Amigos de Dios, 177


Propósito: ser fiel —heroicamente fiel y sin excusas— al horario, en la vida ordinaria y en la extraordinaria.


Forja, 421


Esfuérzate para responder, en cada instante, a lo que te pide Dios: ten voluntad de amarle con obras. —Con obras pequeñas, pero sin dejar ni una.


Forja, 82


Agradece al Señor la continua delicadeza, paternal y maternal, con que te trata. Tú, que siempre soñaste con grandes aventuras, te has comprometido en una empresa estupenda..., que te lleva a la santidad. Insisto: agradéceselo a Dios, con una vida de apostolado.


Surco, 184