"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

12 de octubre de 2021

«¡Señora, que sea!»




 Evangelio (Lc 11,37-41)


En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. Entró y se puso a la mesa. El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida. Pero el Señor le dijo:

— Así que vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad.


¡Insensatos! ¿Acaso quien hizo lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? Dad, más bien, limosna de lo que guardáis dentro, y así todo será puro para vosotros.


Comentario


Aquel fariseo debió de quedar maravillado de las enseñanzas que acababa de escuchar y tuvo la audacia de invitar a comer a Jesús, quien no pudo decir que no ante la insistente súplica. Debió de entablarse tal confianza entre los dos que Jesús rompió el habitual protocolo de la purificación de sus manos, pues, como él ya había dicho a algunos fariseos y escribas, “comer sin lavarse las manos, no hace impuro al hombre” (Mateo 15,20). Pero ese pequeño detalle escandalizó al fariseo: aquella sincera admiración ante el maestro por la grandeza de su doctrina se mutó repentinamente en severa crítica a causa de una minucia. A continuación viene el reproche de Jesús, con palabras que hacen resonar aquel oráculo del Señor, pronunciado por el profeta: “Aunque te laves con sosa y derroches lejía, la mancha de tu culpa queda en mi presencia” (Jeremías 2,22).


¡Cuántas veces Jesús se indigna ante la hipocresía, esa falta de coherencia en la conducta del hombre! Sobre todo, cuando hay mucho empeño en cuidar las apariencias descuidando la vida interior. Esa incoherencia es una ruptura de la unidad de la persona humana, una especie de esquizofrenia, pues “quien hizo lo de fuera hizo también lo de dentro”. ¿Qué sentido tiene mantener limpia solo por fuera una vasija? Nadie querría beber o comer de ella, por muy limpia que estuviera por fuera. Sería una vasija totalmente inútil para el fin con que la construyó el alfarero. Jesús toma esa imagen para prevenirnos de un terrible peligro: que en una misma persona conviva la maldad de corazón con una bondad que sea mera apariencia.


Dios es quien nos ha hecho por dentro y por fuera, y Él quiere vivir dentro de nosotros, de modo que nuestro actuar sea reflejo de esa vida interior. Solo del fondo de un corazón puro pueden salir obras buenas, y entre ellas destaca la limosna, que “libra de la muerte y purifica de todo pecado” (Tobías 12,9). Hacemos nuestras las palabras del salmista: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme” (Salmo 51,12).


PARA TU ORACION HOY LA VIRGEN DEL PILAR


San Josemaría a la Virgen del Pilar: «¡Señora, que sea!»

A orillas del Ebro se levanta en Zaragoza la espléndida basílica del Pilar, en el sitio donde, en época musulmana, hubo un templo dedicado a Santa María. En los años que pasó en Zaragoza, en el seminario y estudiando Derecho civil, las visitas de san Josemaría al Pilar eran diarias.


A orillas del Ebro se levanta en Zaragoza la espléndida basílica del Pilar, en el sitio donde, en época musulmana, hubo un templo dedicado a Santa María. Comienza su construcción en tiempos del Renacimiento, atraviesa el barroco y remata, en pleno siglo XVIII, con soluciones neoclásicas. Dentro de la basílica está la Santa Capilla de Nuestra Señora del Pilar, magnífico estuche que encierra la columna en donde, según cuenta la tradición, posó sus plantas la Virgen.


Ese pilar está forrado de bronce y plata, y sostiene una estatuilla que representa a una Virgen de abultado manto con el Niño en brazos. Desde su llegada al seminario de Zaragoza, Josemaría se impuso la grata costumbre de visitar el Pilar, recortando los ratos libres entre clases. Y, mientras estuvo en Zaragoza, como refiere, vivió esa costumbre a diario:


La devoción a la Virgen del Pilar comienza en mi vida, desde que con su piedad de aragoneses la infundieron mis padres en el alma de cada uno de sus hijos. Más tarde, durante mis estudios sacerdotales, y también cuando cursé la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza, mis visitas al Pilar eran diarias (1).


Al ir de visita a la basílica del Pilar tendría, frecuentemente, que guardar cola con los demás fieles, antes de besar el trozo de la columna al descubierto, desgastado por los labios de generaciones y generaciones de cristianos. Allí, en la Santa Capilla, repetía sus insistentes jaculatorias: Domine, ut sit!, ¡que sea eso que Tú quieres, que yo no sé qué es! Y lo mismo a la Santísima Virgen: Domina, ut sit! (2).


No contento con besar la columna, deseaba acercarse a la imagen. Según cuenta, meses antes se había valido de una treta para conseguirlo, porque no estaba permitido besar el manto con que revestían a la imagen nada más que a los niños o a las autoridades:


Actualmente, esta pequeña estatua de la Virgen se encuentra en la sede central del Opus Dei en Roma.

Actualmente, esta pequeña estatua de la Virgen se encuentra en la sede central del Opus Dei en Roma.

Como tenía buena amistad con varios de los clérigos que cuidaban de la Basílica, pude un día quedarme en la iglesia después de cerradas las puertas. Me dirigí hacia la Virgen, con la complicidad de uno de aquellos buenos sacerdotes ya difunto, subí las pocas escaleras que tan bien conocen los infanticos y, acercándome, besé la imagen de nuestra Madre (3).


En su habitación, en San Carlos, tenía Josemaría una reproducción en yeso de dicha imagen. No valía gran cosa. Provenía del familiar del cardenal Soldevila, y a ella acudía pidiendo, de manera incesante, su mediación para que se realizara cuanto antes la Voluntad divina:


A una sencilla imagen de la Virgen del Pilar confiaba yo por aquellos años mi oración, para que el Señor me concediera entender lo que ya barruntaba mi alma. Domina! —le decía con términos latinos, no precisamente clásicos, pero sí embellecidos por el cariño—, ut sit!, que sea de mí lo que Dios quiere que sea (4).


No la volvió a ver hasta 1960


Tan machacona era su oración, que terminó grabando la jaculatoria con la punta de un clavo en la base de la estatuilla. En Zaragoza quedó aquella imagen cuando Josemaría tuvo que salir de allí. Y no la volvió a ver hasta 1960, en Roma, cuando una de sus hijas en el Opus Dei le enseñó una estatua de la Virgen del Pilar, que había estado hasta entonces en casa de unos parientes suyos de Zaragoza. Se la enviaban porque había sido suya:


Base de la pequeña imagen de la Virgen del Pilar, donde san Josemaría escribió la jaculatoria Domina, Ut sit! - Señora, ¡que sea!-, con la punta de un clavo.

Base de la pequeña imagen de la Virgen del Pilar, donde san Josemaría escribió la jaculatoria Domina, Ut sit! - Señora, ¡que sea!-, con la punta de un clavo.

Padre, ha llegado aquí una imagen de la Virgen del Pilar, que tenía usted en Zaragoza. Le respondí: no, no me acuerdo. Y ella: sí, mírela; hay una cosa escrita por usted. Era una imagen tan horrible, que no me pareció posible que hubiese sido mía. Me la mostró y, debajo de la imagen, con un clavo, estaba escrito sobre el yeso: Domina, ut sit!, con una admiración, como suelo poner siempre las jaculatorias que escribo en latín. ¡Señora, que sea! Y una fecha: 24 5 924.



Y es que muchas veces, hijos míos, el Señor me humilla. Mientras a menudo me da claridad abundante, otras muchas veces me la quita, para que no tenga ninguna seguridad en mí. Entonces viene, y me ofrece una dedada de miel. Yo os había hablado de esos barruntos muchas veces, aunque en ocasiones pensaba: Josemaría, eres un engañador, un mentiroso... Aquella imagen era la materialización de mi oración de años, de lo que os había contado tantas veces (5).


Textos extraídos de Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, (I): ¡Señor, que vea!, Ed. Rialp, Madrid, 2002


Notas


(1) La Virgen del Pilar, artículo publicado en AA. VV., Libro de Aragón, Zaragoza 1976, pp. 97 y ss. También hay referencias en otros escritos; por ejemplo: Durante el tiempo que pasé en Zaragoza haciendo mis estudios sacerdotales [...], mis visitas al Pilar eran por lo menos diarias (Recuerdos del Pilar, artículo publicado en “El Noticiero”, periódico de Zaragoza, 11 X 1970). Cfr. también Álvaro del Portillo, Sum. 142.


(2) Carta 29 XII 1947/14 II 1966, n. 19


(3) “Recuerdos del Pilar” (en “El Noticiero”, Zaragoza, 11 X 1970); cfr. también AGP, P03 1978, pp. 21 22.


(4) J. Escrivá de Balaguer, La Virgen del Pilar, en Libro de Aragón, ob. cit., p. 97.


(5) AGP, P03 1975, pp. 222 223; cfr. también Álvaro del Portillo, Sum. 141; Javier Echevarría; Sum. 2556; Jesús Alvarez Gazapo, Sum. 4281.


El primo, Pascual Albás Llanas, atestigua: «Aquella imagen provenía de la casa de D. Carlos Albás, y Manolita, su sobrina, se la entregó a mi mujer» (Pascual Albás, AGP, RHF, T 02848, p. 2).


Entre otros relatos del mismo suceso, cfr., por ejemplo, el de Encarnación Ortega: «Aprovechando un viaje de Roma a España [...], Mercedes Morado, en aquel momento Secretaria de la Asesoría Central de la Sección de mujeres de la Obra, recogió en Zaragoza —entregada por unos familiares de nuestro Padre— una imagen de la Virgen del Pilar de escayola que había pertenecido a nuestro Fundador.


En cuanto llegó a Roma quisimos entregársela al Padre:


— “Padre”, le dijimos, “ha llegado aquí una imagen de la Virgen del Pilar, que tenía usted en Zaragoza”.


Nuestro Padre respondió que no recordaba la imagen y yo le insistí:


— “Sí, mírela, hay una cosa escrita por usted”.


Le mostré la base de la imagen donde se podía leer una jaculatoria escrita con un clavo: Domina, ut sit!, seguida de una fecha: 24 5 924. Las palabras latinas se cerraban con una admiración, como acostumbraba a poner nuestro Padre siempre que escribía una jaculatoria en latín.