Evangelio (Lc 11, 27-28)
Mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo:
–Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Pero él replicó:
–Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan”.
Comentario
La liturgia de la misa de hoy nos presenta la conclusión de una larga conversación de Jesús con la multitud, que san Lucas agrupó en el capítulo 11 de su evangelio. Este capítulo empieza con el pedido de los discípulos a Jesús de que les enseñe a rezar, a lo que el Maestro responde con el Padre Nuestro. Continúa luego con algunos ejemplos que subrayan la necesidad de orar confiadamente a nuestro Padre Dios. Luego, las palabras del Señor se hacen más duras ya que encuentra la oposición y la incredulidad de algunos que no terminaban de creer en Él.
En este contexto se debe leer el evangelio de hoy. En el vemos que Jesús no solo encuentra oposición allí donde va, sino también gran entusiasmo, al punto de llevar a una mujer de entre la multitud a levantar la voz y gritar fervorosamente: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron! Esta mujer había sabido reconocer en el Señor algo extraordinario y estaba quizá alegremente sorprendida por lo que escuchaba y veía en Jesús.
La respuesta del Maestro puede sorprender inicialmente. Parece que responde con palabras duras ante esta muestra de afecto, pero en realidad quiere invitar a esa mujer a perseverar en el seguimiento de sus palabras. Jesús sabe muy bien que hay muchos que empiezan con gran entusiasmo pero que no logran perseverar. Ya lo había dicho antes, en la parábola del sembrador, sobre algunos oyentes de la palabra que “reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; estos creen durante algún tiempo, pero a la hora de la tentación se vuelven atrás” (Lc 8,13).
Es por esto que el Señor la invita a edificar sobre terreno seguro, a poner los cimientos sobre roca (cf. Lc 6, 47-49), no solo escuchando y manifestando con palabras su cariño sino también viviendo y practicando su enseñanza. Esta lección del Maestro es la que san Josemaría nos transmite con tintes autobiográficos en un punto de camino: “Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración “Jesús, te amo”, oyó esta respuesta del cielo: “Obras son amores y no buenas razones” (n. 933).
UN RATO DE ORACION
(recordando una carta del PADRE JE ante el mes de Octubre mes del Opus Dei)
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Ut in gratiárum semper actióne maneámus! Unámonos a la permanente acción de gracias que san Josemaría vive en el Cielo, ahora con motivo de la unidad de la Obra, que hemos tocado por la beatificación del queridísimo don Álvaro: cuantas más gracias demos al Señor, más nos uniremos a su Santísima Voluntad siempre y en todo.
Me vienen a los labios las palabras del Apóstol: mi alegría es la de todos vosotros[1]. Un gozo que proviene del Espíritu Santo, como cumplimiento de la promesa de Jesucristo a los primeros Doce y, en ellos, a todos los cristianos: si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa[2].
La vida de este siervo bueno y fiel —lo hemos considerado muchas veces— se resume en una fidelidad plena al plan de Dios sobre su persona y su misión en esta tierra. De ahí provenía su paz inalterable, esa alegría que muchísimas personas hemos podido contemplar. Al reconocerlo en la gloria de los bienaventurados, y proponerlo como ejemplo del seguimiento leal de Cristo, la Iglesia nos recuerda la senda que hemos de recorrer para la unión con Dios, a la que el Señor nos convoca a todos, siendo ya felices aquí abajo.
Muy presente tenemos el gozo de mi querido predecesor, en 1992, con motivo de la beatificación de san Josemaría. Nos escribía: «Tan íntima y profunda era esa alegría, fruto del Espíritu Santo (cfr. Gal 5, 22), que nos parecía estar inmersos en un mar de gozo, señal clara de la presencia de Dios en nuestras almas»[3]. Lo mismo nos sucede ahora a todas y a todos. Y pido al Señor, como don Álvaro en aquella ocasión, que contagie ese júbilo a los centenares de millares de personas que han visto en el mundo entero la ceremonia de la beatificación, y también a quienes participen en las Misas de acción de gracias en diversos lugares. Como reconocimiento de la santidad de nuestro Padre, también ahora rogamos al Señor que estas jornadas graben en todos una huella imborrable; que la lluvia de gracias de estos días empuje a todos «a rezar, a frecuentar los sacramentos, a mejorar en su ambiente familiar o de trabajo; en definitiva, a acercarse un poco más a Dios»[4].
San Josemaría afirmaba con tesón que la alegría es un bien cristiano, que poseemos mientras luchamos, porque es consecuencia de la paz[5]. Por eso, un propósito bien concreto de lo que hemos vivido, se traduce en pelear con espíritu deportivo para estar en cada instante más cerca de Dios: en el trabajo y en el descanso, en el hogar de familia y en la vida social, en las incidencias pequeñas o grandes de cada jornada..., levantemos la mirada a nuestro Padre Dios suplicándole que nos decidamos a aprovechar el ejemplo del beato Álvaro, amando las enseñanzas de san Josemaría. Así permaneceremos siempre serenos, contentos, y sembraremos a nuestro alrededor el gáudium cum pace, la alegría y la paz de los que caminan con Jesucristo.
En la Misa del 27 de septiembre, se leyó la carta que me había dirigido el Santo Padre con ocasión de la beatificación. Papa Francisco comenta aquella jaculatoria que don Álvaro tenía frecuentemente en los labios: gracias, perdón, ayúdame más. Nos emocionó escuchar estas palabras en aquella solemne ceremonia. Son las mismas que os he propuesto como lema para los próximos meses: expresión concreta de nuestra gratitud a Dios, que nos ofrecen un cauce para esa conversión más honda que Dios nos pide ahora a cada uno y a cada una.
¡Gracias! Sale del alma esta primera exclamación, en estos momentos. Nuestra gratitud por lo que hemos contemplado se dirige al Rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos[6]. Gracias, Trinidad Beatísima, por este regalo que has hecho a la Iglesia, al Opus Dei y a la humanidad entera, al proponer la figura amable de este siervo tuyo como referencia y como intercesor. Las celebraciones en Madrid durante los días pasados, y las que están teniendo lugar en la Ciudad Eterna y en innumerables países, con las Misas de acción de gracias y con las oraciones de los millares de personas que acuden a rezar en la Basílica de San Eugenio ante el cuerpo del nuevo beato, las hacemos nuestras con el espíritu que san Josemaría, desde los comienzos de la Obra, condensó en unas breves e intensísimas palabras: Deo omnis glória! Regnáre Christum vólumus! Omnes cum Petro ad Iesum per Maríam! Renovemos el deseo de dar a Dios toda la gloria, peleando con decisión diaria para implantar el reinado de Jesucristo en la sociedad, bien unidos al Papa, dejándonos llevar hasta Jesús por la Virgen Santísima, nuestra Madre.
Deseamos muy en serio la gracia del Cielo para que este propósito se concrete en obras; porque —como también nos mencionaba san Josemaría— obras son amores y no buenas razones[7]. Con frecuencia, a pesar de la buena voluntad que por la bondad de Dios nos mueve, nuestro afán de conversión se queda corto, a causa de nuestra flaqueza. Entonces, al amparo de lo que nos repetía don Álvaro, se nos presenta el momento de recurrir al perdón de Dios, sobre todo en el examen al final de cada jornada y cada vez que nos acercamos al santo sacramento de la Penitencia: perdón, ayúdame más. Así, hasta esas peleas perdidas se convertirán en batallas ganadas, y la gracia divina nos invitará a recomenzar el combate espiritual con nuevo brío.
Consideremos unas palabras del Papa en su mensaje sobre la beatificación. ¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también[8]. Y aún añade el Santo Padre: el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que Él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad[9].
Esta mañana, 1 de octubre, quienes estamos participando —todas y todos— en los actos romanos en torno a la beatificación, hemos acudido a la audiencia del Santo Padre en la Plaza de San Pedro. Allí le he manifestado una vez más mi agradecimiento y el de todos vosotros y le he asegurado que nos esforzaremos por incrementar nuestra oración por su Persona y sus intenciones, como nos rogaba expresamente en las últimas líneas de la carta que me envió: pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica[10].
Pensemos con júbilo que, en estos primeros días de octubre, se acumulan los motivos de acción de gracias y la necesidad de rezar, de rezar mucho, confiando en la bondad de nuestro Padre Dios. Mañana, aniversario de la fundación de la Obra, nuestra gratitud ha de alzarse al Cielo con intensidad nueva. Por la tarde, después de un tiempo de adoración eucarística en la Basílica de San Eugenio, y tras venerar una reliquia del nuevo beato, trasladaremos los sagrados restos de don Álvaro a la Cripta de la iglesia prelaticia.
Encomendemos a la intercesión de don Álvaro también la paz del mundo, más concretamente en los lugares donde muchas personas sufren persecución a causa de su fe, y oremos por los trabajos de la próxima Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que comienza el próximo 5 de octubre. Ojalá crezca seriamente nuestro recurso a la Virgen con el rezo del santo Rosario, en este mes que tradicionalmente la Iglesia dedica a esa devoción mariana. Llenos de fe, alcemos nuestras súplicas por intercesión de nuestra Madre, para que el Espíritu Santo ilumine a los Padres sinodales en la exposición de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, de capital importancia para que la sociedad civil vuelva a caminar, en todas partes, por las sendas que Dios —en su amorosa providencia por los hombres— ha señalado.
Entre otros puntos de referencia para nuestra oración, os recuerdo algunos que el Papa san Juan Pablo II expuso en la exhortación apostólica Familiáris consórtio, fruto del Sínodo de los Obispos celebrado en Roma en 1980. Tras señalar que el matrimonio cristiano, sacramento de la Nueva Ley, constituye un acto de culto a Dios y es medio y camino de santidad para las personas a las que el Señor llama a ese estado, el Papa subrayaba que así como de ese sacramento «derivan para los cónyuges el don y el deber de vivir cotidianamente la santificación recibida, del mismo sacramento brotan también la gracia y el compromiso moral de transformar toda su vida en un continuo sacrificio espiritual»[11]. Y eso sólo es posible, añadía el Santo Pontífice, acudiendo asiduamente al sacramento de la conversión y la reconciliación, y al sacramento de la Eucaristía[12].
Como colofón, san Juan Pablo II manifestaba la importancia de la plegaria familiar —de los esposos, de los padres con los hijos—, que «es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que deriva de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio (...). Esta plegaria tiene como contenido original la misma vida de familia, que en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños (...), etc., señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos»[13].
Me parece que estos puntos señalados por san Juan Pablo II conservan una gran actualidad y pueden orientar la oración de todas y de todos en las próximas semanas. Habladlo con vuestros parientes, amigos y conocidos, para que, muy unidos al Santo Padre, apoyen así las tareas del próximo Sínodo.
No me detengo en otros aniversarios de este mes —¡es tan maravillosa la providencia de Dios guiando a la Obra!—, pero buscadlos vosotros para permanecer muy cerca de san Josemaría, del beato Álvaro, y de todas las mujeres y de todos los hombres que ya gozan de la contemplación de la Trinidad Santísima.
Con todo cariño, os bendice vuestro Padre + Javier
Roma, }octubre de 2014.