"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

22 de octubre de 2021

SI NO ERES HUMILDE, NADA VALES



 Evangelio (Lc 12,54-59)


En aquel tiempo, decía Jesús a la gente:

— Cuando veis que sale una nube por el poniente, enseguida decís: «Va a llover», y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: «Viene bochorno», y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo?


»Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.


Comentario


Ya en los tiempos antiguos los hombres eran capaces de predecir el tiempo climático, porque Dios los hizo partícipes, desde la creación del mundo, de su sabiduría para “interpretar el aspecto del cielo y de la tierra”. Pero los signos y prodigios que aquellos hombres veían, las enseñanzas que escuchaban eran más que suficientes para reconocer en ellos la venida del Mesías salvador. ¿De qué les podía servir a aquellas gentes conocer las cosas terrenas si no aceptaban a su Creador, venido al mundo para “reconciliar todos los seres consigo”? (Colosenses 1,20).


Con Jesús, el tiempo ha llegado a su plenitud (cf. Gálatas 4,4); la salvación y la conversión del corazón están al alcance de todos. Todo hombre, en el sagrario de su conciencia, puede discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Mientras somos caminantes, Dios nunca deja de dar a sus hijos los medios para reconocerle y convertirse a él, incluso hasta el último instante de la vida terrena, como hizo con el buen ladrón, que reconoció en Jesús al Dios que le podía salvar de la muerte eterna (cf. Lucas 23,42).


Jesús nos dice que incluso el temor por una justa condena puede llegar a ser un válido motivo para cambiar de vida y reconciliarse con Dios y con el prójimo. Para ello es necesaria la humildad, abandonar la actitud hipócrita del que presume de saber mucho de la ciencia humana, pero no reconoce en el fondo de su corazón la presencia de un Dios que “no quiere la muerte del impío, sino que se convierta de su camino y viva” (Ezequiel 33,11). A propósito de la relación entre la ciencia humana y la humildad, san Josemaría escribió: “Tú, sabio, renombrado, elocuente, poderoso: si no eres humilde, nada vales. –Corta, arranca ese "yo", que tienes en grado superlativo –Dios te ayudará–, y entonces podrás comenzar a trabajar por Cristo, en el último lugar de su ejército de apóstoles” (San Josemaria)


PARA TU ORACION PERSONAL


Jesucristo, Señor Nuestro, con mucha frecuencia nos propone en su predicación el ejemplo de su humildad: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Para que tú y yo sepamos que no hay otro camino.


Jesucristo, Señor Nuestro, con mucha frecuencia nos propone en su predicación el ejemplo de su humildad: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). Para que tú y yo sepamos que no hay otro camino, que sólo el conocimiento sincero de nuestra nada encierra la fuerza de atraer hacia nosotros la divina gracia. Por nosotros, Jesús vino a padecer hambre y a alimentar, vino a sentir sed y a dar de beber, vino a vestirse de nuestra mortalidad y a vestir de inmortalidad, vino pobre para hacer ricos.


Amigos de Dios, 97


"La oración" es la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se dirige y adora, de manera que todo lo espera de El y nada de sí mismo.


"La fe" es la humildad de la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los juicios y la autoridad de la Iglesia.


"La obediencia" es la humildad de la voluntad, que se sujeta al querer ajeno, por Dios.


"La castidad" es la humildad de la carne, que se somete al espíritu.


"La mortificación" exterior es la humildad de los sentidos.


"La penitencia" es la humildad de todas las pasiones, inmoladas al Señor.


—La humildad es la verdad en el camino de la lucha ascética.


Surco, 259


17 señales de falta de humildad…, según san Josemaría

La humildad es conocer las propias debilidades y limitaciones, pero también reconocer que los talentos que tenemos son prestados. En Surco, san Josemaría enlistó algunos síntomas de la ausencia de esta virtud.


Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:


1. Pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;


2. Querer salirte siempre con la tuya;


3. Disputar sin razón o —cuando la tienes— insistir con tozudez y de mala manera;


4. Dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;


5. Despreciar el punto de vista de los demás;


6. No mirar todos tus dones y cualidades como prestados;


7. no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;


8. Citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;


9. Hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;


10. Excusarte cuando se te reprende;


11. Encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;


12. Oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;


13. Dolerte de que otros sean más estimados que tú;


14. Negarte a desempeñar oficios inferiores;


15. Buscar o desear singularizarte;


16. Insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional…;


17. Avergonzarte porque careces de ciertos bienes…


Surco, 263


Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia (1 Pet 5, 5), enseña el Apóstol San Pedro. En cualquier época, en cualquier situación humana, no existe más camino —para vivir vida divina— que el de la humildad. ¿Es que el Señor se goza acaso en nuestra humillación? No. ¿Qué alcanzaría con nuestro abatimiento el que ha creado todo, y mantiene y gobierna cuanto existe? Dios únicamente desea nuestra humildad, que nos vaciemos de nosotros mismos, para poder llenarnos; pretende que no le pongamos obstáculos, para que —hablando al modo humano— quepa más gracia suya en nuestro pobre corazón. Porque el Dios que nos inspira ser humildes es el mismo que transformará el cuerpo de nuestra humildad y le hará conforme al suyo glorioso, con la misma virtud eficaz con que puede también sujetar a su imperio todas las cosas (Fp 3, 21). Nuestro Señor nos hace suyos, nos endiosa con un endiosamiento bueno.


Amigos de Dios, 103


Cuanto más grande seas, humíllate más y hallarás gracia ante el Señor (Ecles 3, 20). Si somos humildes, Dios no os abandonará nunca. El humilla la altivez del soberbio, pero salva a los humildes. El libera al inocente, que por la pureza de sus manos será rescatado. La infinita misericordia del Señor no tarda en acudir en socorro del que lo llama desde la humildad. Y entonces actúa como quien es: como Dios Omnipotente. Aunque haya muchos peligros, aunque el alma parezca acosada, aunque se encuentre cercada por todas partes por los enemigos de su salvación, no perecerá. Y esto no es sólo tradición de otros tiempos: sigue sucediendo ahora.


Amigos de Dios, 104


Os recuerdo que si sois sinceros, si os mostráis como sois, si os endiosáis, a base de humildad, no de soberbia, vosotros y yo permaneceremos seguros en cualquier ambiente: podremos hablar siempre de victorias, y nos llamaremos vencedores. Con esas íntimas victorias del amor de Dios, que traen la serenidad, la felicidad del alma, la comprensión.


Amigos de Dios, 106


¿Quieres vivir la audacia santa, para conseguir que Dios actúe a través de ti? —Recurre a María, y Ella te acompañará por el camino de la humildad, de modo que, ante los imposibles para la mente humana, sepas responder con un «fiat!» —¡hágase!, que una la tierra al Cielo.


Surco, 124


La humildad es otro buen camino para llegar a la paz interior. -"El" lo ha dicho: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón... y encontraréis paz para vuestras almas".


Camino, 607


La humildad, el examen cristiano, comienza por reconocer el don de Dios. Es algo bien distinto del encogimiento ante el curso que toman los acontecimientos, de la sensación de inferioridad o de desaliento ante la historia. En la vida personal, y a veces también en la vida de las asociaciones o de las instituciones, puede haber cosas que cambiar, incluso muchas; pero la actitud con la que el cristiano debe afrontar esos problemas ha de ser ante todo la de pasmarse ante la magnitud de las obras de Dios, comparadas con la pequeñez humana.


Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 72


Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:


-pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;


-querer salirte siempre con la tuya;


-disputar sin razón o -cuando la tienes- insistir con tozudez y de mala manera;


-dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;


-despreciar el punto de vista de los demás;


-no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;


-no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;


-citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;


-hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;


-excusarte cuando se te reprende;


-encubrir al Director algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;


-oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;


-dolerte de que otros sean más estimados que tú;


-negarte a desempeñar oficios inferiores;


-buscar o desear singularizarte;


-insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional...;


-avergonzarte porque careces de ciertos bienes...


Surco, 263


Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.


-Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.


Forja, 379


Esas depresiones, porque ves o porque descubren tus defectos, no tienen fundamento... –Pide la verdadera humildad. (Surco, 262)


Cuanto más grande seas, humíllate más y hallarás gracia ante el Señor. Si somos humildes, Dios no nos abandonará nunca. Él humilla la altivez del soberbio, pero salva a los humildes. Él libera al inocente, que por la pureza de sus manos será rescatado. La infinita misericordia del Señor no tarda en acudir en socorro del que lo llama desde la humildad. Y entonces actúa como quien es: como Dios Omnipotente. Aunque haya muchos peligros, aunque el alma parezca acosada, aunque se encuentre cercada por todas partes por los enemigos de su salvación, no perecerá. Y esto no es sólo tradición de otros tiempos: sigue sucediendo ahora.


(…) Nosotros, sin portentos espectaculares, con normalidad de ordinaria vida cristiana, con una siembra de paz y de alegría, hemos de destruir también muchos ídolos: el de la incomprensión, el de la injusticia, el de la ignorancia, el de la pretendida suficiencia humana que vuelve arrogante la espalda a Dios.


No os asustéis, ni temáis ningún daño, aunque las circunstancias en que trabajéis sean tremendas, peores que las de Daniel en la fosa con aquellos animales voraces. Las manos de Dios son igualmente poderosas y, si fuera necesario, harían maravillas. (Amigos de Dios, 104)