«Y yo os digo: haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas.
»Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho. Por tanto, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo vuestro?
»Ningún criado puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas.
Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amantes del dinero, y se burlaban de él. Y les dijo:
—Vosotros os hacéis pasar por justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que parece ser excelso ante los hombres es abominable delante de Dios.
Comentario
Las palabras del evangelio de la misa de hoy son en parte aplicación de la parábola del evangelio de ayer, aunque en el contexto amplio de todo el evangelio de Lucas. Por un lado, se anima a los discípulos a comportarse con la sabiduría que, imperfectamente, se refleja en la sagacidad de aquellos que solo funcionan por cálculos humanos. De hecho, la expresión «riqueza injusta» hace referencia a la riqueza desvinculada de la obtención de la verdadera justicia. Jesús nos pide que nos empeñemos en serio en alcanzar aquello que decimos querer alcanzar, poniendo todo lo demás al servicio de esa meta: las moradas eternas. Se trata, por tanto, de aprender a discernir cómo usar correctamente los bienes materiales.
A esta exhortación se le suman otras dos, que están en relación también con otros textos lucanos. El administrador responsable es el que presta atención a lo pequeño, pues a menudo es ahí por donde viene la ruina. Es en lo poco, en lo pequeño, donde se manifiesta y demuestra el interés y el amor verdaderos. También nos dice el texto que no podremos administrar bien los bienes eternos si no hemos sabido administrar bien los transitorios. Aspirar al cielo no quiere decir desentenderse del mundo. Estas enseñanzas se pueden sintetizar es esta frase: «no podéis servir a Dios y a las riquezas»; esto es, si lo que nos mueve es el dinero, Dios queda fuera. Solo uno de los dos polos puede ser rector de la vida entera.
Las últimas palabras de Jesús nos ponen sobre aviso. A Jesús le estaban escuchando «amantes del dinero» (Lc 16,14) y eso él lo veía, aunque por fuera se disimulase. Porque, ¿cuál es el valor de la limosna de un avaro o de un codicioso? Dios lo juzga. Y eso es lo verdaderamente determinante. De poco nos servirá el juicio positivo de los hombres sobre nosotros si realmente nuestro interior lo desdice. Jesús nos anima a purificar el corazón y renovar la mente, a examinar deseos e intenciones, porque es del corazón de donde salen las buenas y las malas obras.
PARA TU ORACION PERSONAL
No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna? —Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des.
Camino, 829
De ordinario, la gente es muy poco generosa con su dinero —me escribes—. Conversación, entusiasmos bulliciosos, promesas, planes. —A la hora del sacrificio, son pocos los que "arriman el hombro". Y, si dan, ha de ser con una diversión interpuesta —baile, tómbola, cine, velada— o anuncio y lista de donativos en la prensa.
—Triste es el cuadro, pero tiene excepciones: sé tú también de los que no dejan que su mano izquierda, cuando dan limosna, sepa lo que hace la derecha.
Camino, 466
LA LIMOSNA HECHA A LOS POBRES ES UN TESTIMONIO DE CARIDAD FRATERNA; ES TAMBIÉN UNA PRÁCTICA DE JUSTICIA QUE AGRADA A DIOS (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 2462)
La limosna no es “cumplir”
La limosna, la oración y el ayuno son tres grandes monumentos de amor. Realizarlos de cara a Dios nos ayudará a proteger su valor. En el cielo nos daremos cuenta de cuánto han agradado a nuestro Padre Dios.
Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos rodean, porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al Señor este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla hasta en el último detalle.
Con frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del Corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones.
Para que se os metiera bien en la cabeza esta verdad, de una forma gráfica, he predicado en millares de ocasiones que nosotros no poseemos un corazón para amar a Dios, y otro para querer a las criaturas: este pobre corazón nuestro, de carne, quiere con un cariño humano que, si está unido al amor de Cristo, es también sobrenatural. Esa, y no otra, es la caridad que hemos de cultivar en el alma, la que nos llevará a descubrir en los demás la imagen de Nuestro Señor.
Amigos de Dios, 229
Con exceso, sin cálculo, sin fronteras
Me gusta recoger unas palabras que el Espíritu Santo nos comunica por boca del profeta Isaías:discite benefacere, aprended a hacer el bien. Suelo aplicar este consejo a los distintos aspectos de nuestra lucha interior, porque la vida cristiana nunca ha de darse por terminada, ya que el crecimiento en las virtudes viene como consecuencia de un empeño efectivo y cotidiano.
En cualquier tarea de la sociedad, ¿cómo aprendemos? Primero, examinamos el fin deseado y los medios para conseguirlo. Después, perseveramos en el empleo de esos recursos, una y otra vez, hasta crear un hábito, arraigado y firme. En el momento en que aprendemos algo, descubrimos otras cosas que ignorábamos y que constituyen un estímulo para continuar este trabajo sin decir nunca basta.
La caridad con el prójimo es una manifestación del amor a Dios. Por eso, al esforzarnos por mejorar en esta virtud, no podemos fijarnos límite alguno. Con el Señor, la única medida es amar sin medida. De una parte, porque jamás llegaremos a agradecer bastante lo que El ha hecho por nosotros; de otra, porque el mismo amor de Dios a sus criaturas se revela así: con exceso, sin cálculo, sin fronteras.
A todos los que estamos dispuestos a abrirle los oídos del alma, Jesucristo enseña en el sermón de la Montaña el mandato divino de la caridad. Y, al terminar, como resumen explica: amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de recibir nada a cambio, y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque El es bueno aun con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, así como también vuestro Padre es misericordioso.
La misericordia no se queda en una escueta actitud de compasión: la misericordia se identifica con la superabundancia de la caridad que, al mismo tiempo, trae consigo la superabundancia de la justicia. Misericordia significa mantener el corazón en carne viva, humana y divinamente transido por un amor recio, sacrificado, generoso. Así glosa la caridad San Pablo en su canto a esa virtud: la caridad es sufrida, bienhechora; la caridad no tiene envidia, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, se complace en la verdad; a todo se acomoda, cree en todo, todo lo espera y lo soporta todo.
Amigos de Dios, 232
La limosna representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales. (2008)
¡Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas! (2008)
No somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. (2008)
Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad. (2008)
No hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa en los cielos (2008)
La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. (2008)
Quien sabe que “Dios ve en lo secreto” y en lo secreto recompensará, no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza. (2008)
Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (2008)
Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría. (2008)
La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos. (2008)
Podemos aprender [de Cristo] a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos. (2008)
Papa Francisco