"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

4 de noviembre de 2021

¡Tienes un ángel!

 


Evangelio
(Lc 15,1-10)


Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:


—Éste recibe a los pecadores y come con ellos.


Entonces les propuso esta parábola:


—¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió». Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.


»¿O qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se me perdió». Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.


Comentario


Una de las cosas que más llaman la atención en el caminar de Jesús es que ninguno de aquellos que eran considerados pecadores se sentía rechazado por Nuestro Señor. Lucas lo expresa así: «Se le acercaban todos los publicanos y pecadores». Para todos tenía palabras, un corazón acogedor y misericordia, a todos ellos los animaba a tomarse en serio su relación con Dios, porque la acogida y la misericordia no cierran los ojos a la necesidad de rechazar el pecado y obrar el bien. Una acogida que era, al mismo tiempo, entrega: «Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8). Es la renovación del amor primero: «Nosotros amamos, porque Él nos amó primero» (1Jn 4,19).


Aquellos publicanos y pecadores se supieron buscados y llamados por Jesús. Ora así Nuestro Señor: «Cuando estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre. He guardado a los que me diste» (Jn 17,12). Y lo hizo como el pastor que sale a buscar a las ovejas: porque el Padre nos ha puesto en sus manos, porque sabe a qué estamos llamados y nos ama con amor divino, porque quiere que nadie se pierda. Ese mismo amor es el que nos pide cuando nos nombra emisarios suyos: «Los envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar» (Lc 10,1). Jesús quiere que quienes le sigan compartan su mismo corazón.


Los ejemplos que pone el Señor son un desafío a la lógica humana. No es fácil que un pastor abandone a todo un rebaño para buscar una sola oveja si hay riesgo para las otras. Pero Jesús Buen Pastor lo hace: esa es la realidad de su preocupación por todos y cada uno. Y su empeño por atraernos al Padre es como el de una mujer que ha extraviado el sustento diario de su familia: su esfuerzo de búsqueda es proporcional al amor por los suyos. Jesús nos anima a crecer en amor verdadero por nuestro prójimo, amor también por su vida eterna. Ese amor dará como fruto oración, inventiva y empeño por ayudarnos mutuamente a identificar lo que nos aleja de Dios y a crecer en deseos de tener un corazón limpio.


UN RATO de ORACION PERSONAL


Hoy es el santo de mi custodio San Carlos, este es el nombre que le puse a mi Angel Custodio pues del primer amigo que soy consciente haber tenido se llama Carlos. Por tanto con el permiso de ustedes podemos hacer la oración de hoy sobre los ángeles custodios cuya fiesta es el 2 de octubre.


Ten confianza con tu Angel Custodio. – Trátalo como un entrañable amigo –lo es– y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día.


Ten confianza con tu Angel Custodio. – Trátalo como un entrañable amigo –lo es– y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día.

Camino, 562

La tradición cristiana describe a los Angeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos.

Es Cristo que pasa, 63

Hemos de llenarnos de aliento ya que la gracia del Señor no nos faltará, porque Dios estará a nuestro lado y enviará a sus Angeles, para que sean nuestros compañeros de viaje, nuestros prudentes consejeros a lo largo del camino, nuestros colaboradores en todas nuestras empresas. In manibus portabunt te, ne forte offendas ad lapidem pedem tuum, sigue el salmo: los Angeles te llevarán con sus manos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna.

Es Cristo que pasa, 63

Ayúdame a rezar

Tus comuniones eran muy frías: prestabas poca atención al Señor: con cualquier bagatela te distraías... —Pero, desde que piensas —en ese íntimo coloquio tuyo con Dios— que están presentes los Angeles, tu actitud ha cambiado...: “¡que no me vean así!”, te dices...

—Y mira cómo, con la fuerza del “qué dirán” —esta vez, para bien—, has avanzado un poquito hacia el Amor.

Surco, 694

Te pasmas porque tu Angel Custodio te ha hecho servicios patentes. —Y no debías pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti.

Camino, 565

Señor, que tus hijos sean como una brasa encendidísima, sin llamaradas que se vean de lejos. Una brasa que ponga el primer punto de fuego, en cada corazón que traten...

—Tú harás que ese chispazo se convierta en un incendio: tus Angeles —lo sé, lo he visto— son muy entendidos en eso de soplar sobre el rescoldo de los corazones..., y un corazón sin cenizas no puede menos de ser tuyo.

Forja, 9

Como rezas tú

Hace ya muchos años vi un cuadro que se grabó profundamente en mi interior. Representaba la Cruz de Cristo y, junto al madero, tres ángeles: uno lloraba con desconsuelo; otro tenía un clavo en la mano, como para convencerse de que aquello era verdad; el tercero estaba recogido en oración. Un programa siempre actual para cada uno de nosotros: llorar, creer y orar.

Ante la Cruz, dolor de nuestros pecados, de los pecados de la humanidad, que llevaron a Jesús a la muerte; fe, para adentrarnos en esa verdad sublime que sobrepasa todo entendimiento y para maravillarnos ante el amor de Dios; oración, para que la vida y la muerte de Cristo sean el modelo y el estímulo de nuestra vida y de nuestra entrega. Sólo así nos llamaremos vencedores: porque Cristo resucitado vencerá en nosotros, y la muerte se transformará en vida.

Es Cristo que pasa, 101

¿Me echas una mano?

No podemos tener la pretensión de que los Angeles nos obedezcan... Pero tenemos la absoluta seguridad de que los Santos Angeles nos oyen siempre.

Forja, 339

Acostúmbrate a dar gracias anticipadas a los Angeles Custodios..., para obligarles más.

Forja, 93

Al final de la vida

El Angel Custodio nos acompaña siempre como testigo de mayor excepción. El será quien, en tu juicio particular, recordará las delicadezas que hayas tenido con Nuestro Señor, a lo largo de tu vida. Más: cuando te sientas perdido por las terribles acusaciones del enemigo, tu Angel presentará aquellas corazonadas íntimas quizá olvidadas por ti mismo, aquellas muestras de amor que hayas dedicado a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.

Por eso, no olvides nunca a tu Custodio, y ese Príncipe del Cielo no te abandonará ahora, ni en el momento decisivo.

Surco, 693

Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio. Santos Angeles Custodios: defendednos en la batalla, para que no perezcamos en el tremendo juicio.

Es Cristo que pasa, 63


San Josemaría aprendió de sus padres a tratar al Ángel Custodio. Cuando era seminarista, leyó en un libro de un Padre de la Iglesia que los sacerdotes tienen, además del Ángel Custodio, un Arcángel ministerial. Por eso, desde el día de su ordenación se dirigió a él con gran sencillez y confianza, tanto que decía que estaba seguro de que, si la opinión de ese escritor no fuese correcta, el Señor le habría concedido un Arcángel ministerial, por la fe con que le había invocado siempre.


De todos modos, a partir de la fiesta de los Ángeles Custodios de 1928, nuestro Fundador tuvo por ellos una devoción más intensa. Enseñaba a sus hijos: El trato y la devoción a los Santos Ángeles Custodios está en la entraña de nuestra labor, es manifestación concreta de la misión sobrenatural de la Obra de Dios.


Con la certeza de que Dios ha puesto un Ángel al lado de cada hombre para ayudarle en el camino de la vida, acudía al propio Ángel Custodio en todas las ocasiones, tanto en las necesidades materiales como en las espirituales. En este contexto reconocía: Por años he experimentado la ayuda constante, inmediata, del Ángel Custodio, hasta en detalles materiales pequeñísimos. Por ejemplo, entre los años 1928 y 1940, cuando se le estropeaba el despertador, como no tenía dinero para llevarlo a arreglar, acudía confiadamente a su Ángel Custodio para que le despertase por la mañana a la hora prevista. Nunca le falló. Por eso, le llamaba cariñosamente mi relojerico.


Cuando saludaba al Señor en el Sagrario, agradecía siempre a los Ángeles, allí presentes, la adoración que continuamente prestan a Dios. Le he oído repetir más de una vez: "Cuando voy a un oratorio nuestro donde está el tabernáculo, digo a Jesús que le amo, e invoco a la Trinidad. Después doy gracias a los Ángeles que custodian el Sagrario, adorando a Cristo en la Eucaristía".


Con heroica y perseverante correspondencia a la gracia, adquirió el hábito de saludar siempre al Ángel Custodio de las personas con las que se encontraba: solía decir que saludaba primero al personaje. Un día de 1972 ó 1973 vino a verle el Arzobispo de Valencia, Mons. Marcelino Olaechea, acompañado de su secretario. Como eran muy amigos, el Padre le saludó y le dijo en broma: –Don Marcelino, ¿a quién he saludado primero? El arzobispo respondió: –Primero, a mí. –No, le dijo el Padre. He saludado primero al personaje. Don Marcelino repuso, perplejo: –Pero, entre mi secretario y yo, el personaje soy yo. Entonces nuestro Fundador explicó: –No, el personaje es su Ángel Custodio.


Durante unos días de descanso que pasó en una finca de Premeno, un pequeño pueblo de la montaña junto al Lago Maggiore, de vez en cuando, para hacer un poco de ejercicio físico, jugábamos a las bochas. No nos sabíamos bien las reglas del juego, y a veces nos las inventábamos. Me acuerdo de que, en uno de aquellos partidos, el Padre lanzó una bocha con gran habilidad y consiguió todos los puntos. Pero enseguida dijo: – "No vale; me he encomendado a mi Ángel Custodio. No lo haré más..." Relato esta pequeña anécdota, porque me parece significativa de la constante relación de amistad que mantenía con su Ángel Custodio, y, también, porque me contó más tarde que le había dado vergüenza pedir la ayuda de su Ángel para una cosa de tan poca importancia.


(Mons. Álvaro del Portillo, Entrevista sobre el fundador del Opus Dei a cargo de César Cavalleri, 1ª. Edición castellana, Madrid, 1993)


1. La existencia de los ángeles ¿es una verdad de fe? ¿Quiénes son los ángeles?

La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe, es decir, revelada por Dios. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
San Agustín dice respecto a ellos: "El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel" (Psal. 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque el mismo Jesucristo dice que contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos", son "agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra", explica en otro momento la Sagrada Escritura.
Los ángeles fueron creados por Dios por una libre decisión de su voluntad divina, son seres inteligentes y libres. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. Catecismo de la Iglesia Católica, 328-330
Textos de san Josemaría para meditar

Todos los cristianos, por la Comunión de los Santos, reciben las gracias de cada Misa, tanto si se celebra ante miles de personas o si ayuda al sacerdote como único asistente un niño, quizá distraído. En cualquier caso, la tierra y el cielo se unen para entonar con los Ángeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplaudo y ensalzo con los Ángeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa Misa. Están adorando a la Trinidad. Es Cristo que pasa, 89
La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos. Es Cristo que pasa, 63

2. ¿Cuál es su misión en la historia de la salvación de los hombres?

Desde la creación del mundo, encontramos a los ángeles anunciando de lejos o de cerca, la salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal, detienen la mano de Abraham, conducen el pueblo de Israel, anuncian nacimientos y vocaciones, o asisten a los profetas.
Especialmente están presentes desde la Encarnación del Hijo de Dios. Es el ángel Gabriel quien anuncia a Zacarías el nacimiento de Juan el Bautista, el Precursor, y a María la concepción por obra del espíritu Santo y el nacimiento de Jesús.

De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios...”. Protegen la infancia de Jesús, sirven a Jesús en el desierto, lo reconfortan en la agonía de Getsemaní, y son también los ángeles los que anuncian la Resurrección de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.” (Mt 13, 41-43). Catecismo de la Iglesia Católica, 332-333
Textos de san Josemaría para meditar

Seamos hombres de paz, hombres de justicia, hacedores del bien, y el Señor no será para nosotros Juez, sino amigo, hermano, Amor. Que en este caminar —¡alegre!— por la tierra, nos acompañen los ángeles de Dios. Antes del nacimiento de nuestro Redentor, escribe San Gregorio Magno, nosotros habíamos perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y nuestros pecados cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza... Pero desde el momento en que nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles nos han reconocido como conciudadanos. Y como el Rey de los cielos ha querido tomar nuestra carne terrena, los ángeles ya no se alejan de nuestra miseria. No se atreven a considerar inferior a la suya esta naturaleza que adoran, viéndola ensalzada, por encima de ellos, en la persona del rey del cielo; y no tienen ya inconveniente en considerar al hombre como un compañero. Es Cristo que pasa, 187

La fe cristiana no achica el ánimo, ni cercena los impulsos nobles del alma, puesto que los agranda, al revelar su verdadero y más auténtico sentido: no estamos destinados a una felicidad cualquiera, porque hemos sido llamados a penetrar en la intimidad divina, a conocer y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo y, en la Trinidad y en la Unidad de Dios, a todos los ángeles y a todos los hombres. Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo. Es Cristo que pasa 133

El Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre. Es Cristo que pasa, 18