"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

11 de febrero de 2022

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LOURDES

 



Evangelio San Juan     2, 1-11


Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.» Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga.»


Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete.» Así lo hicieron.


El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento.»

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.


PARA TU ORACION PERSONAL

Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta de la Virgen de Lourdes. Cada 11 de febrero conmemoramos la primera aparición de María a Santa Bernardita Soubirous en Lourdes. En 1992, San Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del Enfermo en esta fecha. El relato de Lourdes nos narra cómo María resulta decisiva en la historia de la humanidad. Igual que en la escena del Evangelio de hoy. En las bodas de Caná, María adquiere un gran protagonismo. El narrador no tiene reparo en mencionarla antes que a su Hijo en el relato de las bodas.


La celebración de unas bodas en el Oriente antiguo podía durar varios días. Sobre todo, si los invitados realizaban largos desplazamientos a pie desde lugares lejanos. Este hecho suaviza algo la indolencia de los novios y los encargados, que quizá con el pasar de los días de celebración no repararon en que faltó el vino. ¡Qué desastre! «¿Cómo es posible celebrar la boda y hacer fiesta si falta aquello que los profetas indicaban como un elemento típico del banquete mesiánico (Cfr. Am 9,13-14; Jo 2,24; Is 25,6)?»[1]. Este detalle cotidiano pero importante para todos no pasa desapercibido a la intuición femenina y práctica de María, acostumbrada a centrar su atención e interés en los demás. Cuando descubre el problema, enseguida piensa en su Hijo para solucionarlo. Con diligencia y fe, reúne a los sirvientes y se atreve a apelar en público a la condición divina de Jesús: “No tienen vino”. —“Mira cómo pide a su Hijo, en Caná. Y cómo insiste, sin desanimarse, con perseverancia. —Y cómo logra. —Aprende”[2].


La petición de María trasciende además la escena de Caná y hace vibrar en el corazón de su Hijo la promesa de salvación que Dios anunció en el Génesis. Por eso Jesús la llama con solemnidad bíblica “Mujer”, y expresa un aparente reproche porque no ha llegado su hora. Reproche que María parece ignorar: “Dijo su madre a los sirvientes: -Haced lo que él os diga”. Estas son las últimas palabras de María recogidas en los evangelios. Son como un legado materno para todos los hombres.


Jesús no solo cede a la petición de su Madre, sino que también admite la colaboración de los siervos que María le presenta. El que multiplica el vino habitualmente a través del agua filtrada por las viñas de los campos, acelera ahora el proceso a través del agua vertida por el trabajo de los hombres. Cuando somos generosos y ponemos los medios a nuestro alcance: “llenad de agua las tinajas y las llenaron hasta arriba”, Dios bendice con su acción santificadora y transforma la tarea humana en obra divina, en signo de su amor para beneficio de todos. “Y lo más vulgar se convierte en extraordinario, en sobrenatural, cuando tenemos la buena voluntad de atender a lo que Dios nos pide”[3].


Nos podemos fijar en otro detalle. El relato dice que había allí seis tinajas cuya capacidad equivaldría a un total de casi 600 litros. El agua de la purificación de los judíos es convertida por Dios en vino excelente y muy abundante porque «ha empezado la fiesta de Dios con la humanidad»[4]. La gran cantidad de vino simboliza el inmenso amor de Dios por los hombres y prefigura la sangre del Cordero que se inmolaría hasta el extremo para atraer a todos hacia sí. Simboliza también la entrega del cristiano a los demás por el mandamiento nuevo del amor, cuya medida es no tener medida. María adelanta la hora de Jesús: la del misterio pascual de su muerte y su resurrección, insinuado en el apunte temporal con el empezaba el relato: “al tercer día”.


Vemos en el relato la grandeza de María que es capaz de cambiar los planes originarios de Dios. ¿qué no va a realizar Jesús por su madre? Tú y yo también podemos pedir ayuda a María, nuestra madre. Ella, como intercesora ante Dios, nos conseguirá las gracias necesarias para la mejora en nuestra propia vida interior. Nos ayudará a nosotros o a los que tenemos a nuestro alrededor, a sanar las heridas del alma o del cuerpo. El Papa Francisco afirmaba “Pidamos por su intercesión que el Señor conceda la salud de alma y cuerpo a todos los que sufren a causa de alguna enfermedad y de la actual pandemia, y fortalezca a quienes los asisten y acompañan en este tiempo de prueba que atraviesan en sus vidas” [5]

LA VIRGEN DE LOURDES Y SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ


Nuestra Señora de Lourdes está especialmente unida a una página entrañable de la historia del Opus Dei: el final del paso de los Pirineos que san Josemaría realizó en 1937, con varios hijos suyos y otras personas, durante la guerra de España.


HISTORIA DE LA APARICIÓN DE LA VIRGEN EN LOURDES


Año 1858. Al sur de Francia, en las estribaciones de los Pirineos centro-occidentales, se encuentra una pequeña localidad, cuya población ronda los cuatro mil habitantes. Se cuenta que Mirat, un jefe sarraceno, ocupó la fortaleza que domina el pueblo en el año 778. Después, acabó convirtiéndose al cristianismo y su nombre de bautismo, Lorus, fue dado a la ciudad, que más tarde se transformaría en Lourdes.


En Lourdes vive Marie-Bernarde Soubirous —a quien llaman Bernadette— la mayor de una familia numerosa y paupérrima; tiene catorce años y ayuda a su madre en las tareas domésticas. El jueves 11 de febrero, un velo de bruma envuelve la ciudad y las montañas circundantes. El día es muy frío y húmedo. Bernadette, su hermana Toinette y una amiga, Jeanne, salen a buscar leña a Massabielle. A cierta altura del camino, hay que cruzar un pequeño canal, que confluye en el río Cave. Al otro lado, sobre una gruta, se ve un nicho oval excavado en la roca. En los alrededores, muchas ramas secas.


Ella misma recuerda así lo que sucedió en ese momento: “Cierto día fui a la orilla del rio Cave a recoger leña con otras dos niñas. Enseguida, oí como un ruido. Miré a la pradera, pero los árboles no se movían. Alcé entonces la cabeza hacia la gruta y vi a una mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus pies una rosa dorada, del mismo color que las cuentas de su rosario.


Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Metí la mano en el bolsillo para buscar mi rosario. Quise hacer la señal de la cruz, pero fui incapaz de llevar la mano a la frente. Cuando la Señora hizo la señal de la cruz, lo intenté yo también y, aunque me temblaba la mano, conseguí hacerla. Comencé a rezar el rosario, mientras la Señora iba desgranando sus cuentas, aunque sin despegar los labios. Al acabar el rosario, la visión se desvaneció”.



LOURDES, 9 DE JULIO DE 1960


La Virgen se le aparece dieciocho veces: doce en febrero, cuatro en marzo, una en abril y la última, el 16 de julio de ese mismo año de 1858. Sólo Bernadette la ve. Conforme se suceden las apariciones, multitud de gente acude a su lado; notan gran alegría en su rostro, pero no consiguen ver ni oír nada. Hasta la tercera aparición, el 18 de febrero, la Señora no habla. Ese día, cuando Bernadette le ofrece papel y pluma para que escriba su nombre, la Señora le dice en el dialecto patois local —el de las provincias del Béarn y Bigorre—: “No es necesario... No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.


El 24 de ese mes, en la octava aparición, musita: “Penitencia, penitencia, penitencia...” Y añade: “Ruega por la conversión de los pecadores”. Al día siguiente, por mandato expreso de la Señora, Bernadette excava con sus manos la fuente de Lourdes, cuya agua tantos milagros ha obrado y sigue obrando. El 2 de marzo le pide que sea erigida allí una capilla, donde se acuda en procesión. Y por fin, en la decimosexta aparición, el 25 de marzo, la Señora revela su nombre. Bernadette se lo pregunta por tres veces consecutivas. Al principio, Ella sonríe, sin responder. “A mí tercera pregunta, la Señora unió sus manos y las llevó sobre el pecho... miró al Cielo... luego, separando lentamente las manos e inclinándose hacia mí me dijo: Que soy éra Immaculada Councepciou, soy la Inmaculada Concepción”.


Bernadette corre a contárselo al párroco, el señor cura Peyramale, en un principio escéptico y desconfiado ante las apariciones, que queda impresionado al oírla. Conoce la ignorancia religiosa de la niña, que aún no ha hecho la Primera Comunión —la recibiría el 3 de junio de ese año— y que no ha oído hablar del dogma proclamado cuatro años antes por Pío IX: que la Virgen fue concebida sin pecado.


El Obispo de Tarbes nombra una comisión que estudia el asunto y en 1862 acepta como ciertas las apariciones de la Virgen. También llegan las aprobaciones pontificias: en 1876, Pío IX delega en el Arzobispo de París para la consagración del templo; León XIII aprueba en 1891 la festividad de la Aparición de la Inmaculada en Lourdes, el 11 de febrero, que Pío X la hace fiesta universal; y Pío XI beatifica y canoniza a Bernadette.


La presencia de la Señora en Massabielle se manifiesta asimismo por los milagros, espirituales y materiales, que allí ocurren.


EN MOMENTOS DIFÍCILES DE LA HISTORIA DEL OPUS DEI


Nuestra Señora de Lourdes está especialmente unida a una página entrañable de la historia del Opus Dei: el final del paso de los Pirineos que san Josemaría realizó en 1937, con varios hijos suyos y otras personas, durante la guerra de España.


El 10 de diciembre era el día señalado para salir del Principado de Andorra y pasar a Francia, desde donde entrarían nuevamente en España por la frontera de Hendaya. Para san Josemaría, quedaban atrás unas jornadas inolvidables, intensas, marcadas por un fuerte agotamiento físico y, en sus primeras etapas, por un hondo desasosiego interior, ante la incertidumbre de si la decisión tomada había sido la oportuna; más tarde, una caricia de Santa María en los bosques de Rialp le había confirmado el acierto del viaje emprendido.


En Andorra consiguieron un permiso de tránsito por tierra francesa, de veinticuatro horas de duración. Apremiaba el tiempo, los caminos eran inseguros, la nieve abundante, el frío intenso, y evidente el agotamiento físico de todos.


“Sin embargo no fuimos directamente a Hendaya –escribe Pedro Casciaro, uno de los que acompañaban a san Josemaría–: el Padre deseaba hacer una escala en Lourdes para dar gracias a Nuestra Señora. El viento era cortante y estábamos todos mojados hasta los tuétanos, muertos de frío y tiritando. Salimos hacia Lourdes muy temprano. El Padre iba en silencio, muy recogido, preparando la Santa Misa. Hicimos un rato de oración y rezamos el Rosario. Al llegar, tras superar alguna dificultad en la sacristía del Santuario -el Padre no había podido conseguir una sotana y no le querían dejar celebrar Misa-, pudo celebrar, convenientemente revestido con una casulla blanca de corte francés, en el segundo altar lateral de la derecha de la nave, bastante cerca de la puerta de entrada de la cripta. Yo le ayudé. En Lourdes no estuvimos más de dos horas. ...” (Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos, p. 129).


A las nueve y media aproximadamente, el Fundador del Opus Dei celebró la Santa Misa a pocos metros de la gruta de Massabielle. Es fácil imaginar la intensidad de aquellos momentos, la fuerza con que san Josemaría rezaría por sus hijos, la paz en España y en el mundo, la expansión del Opus Dei.