Evangelio (Mt 1,16.18-21.24a)
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo.
La generación de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de que conviviesen se encontró con que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto. Consideraba él estas cosas, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
—José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado.
JUNTO A SAN JOSE
¿Cómo imaginaba san Josemaría a san José?
“Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. Sabemos que no era una persona rica: era un trabajador, como millones de otros hombres en todo el mundo; ejercía el oficio fatigoso y humilde que Dios había escogido para sí, al tomar nuestra carne y al querer vivir treinta años como uno más entre nosotros.
La Sagrada Escritura dice que José era artesano. Varios Padres añaden que fue carpintero. De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan”. (Es Cristo que pasa, n. 40).
San José puede mucho con Santa María. Fue su esposo, es su esposo. Es la persona que más ha tratado a la Virgen y que más la ha querido, fuera de su Hijo, Dios Nuestro Señor. Y es san José el que más ha tratado a Dios. Por lo tanto, si quieres ir a la Virgen vete por san José, que te llevará de la mano (Catequesis en España, noviembre de 1972).
San José, hijo mío, es la criatura humana más excelente después de Santa María. No importa que el Señor echara todos los piropos al Bautista: no hay contradicción. Quiere mucho a San José; nosotros le amamos mucho en el Opus Dei, porque el Señor le escogió desde la eternidad para que le hiciera las veces de padre. Buscó un hombre joven, fuerte, bello en el alma y en el cuerpo, excelente en todas sus cualidades morales, trabajador; que no se sentía envilecido siendo de sangre real y dedicando sus manos a la labor diaria; que enseñó tantas cosas a Jesús y le protegió mientras fue niño. En el breviario y en las lecciones, en las lecturas, que recomienda la Iglesia antes y después de la celebración de la Misa, hay unas oraciones donde se habla del amor de San José para el Niño, de cómo lo abrazaría, de cómo lo besaría... Como tú con tus hijos. ¿Eres padre de familia?
- Sí, gracias a Dios.
- Dios te bendiga, hijo mío. Pues fíjate en la ternura de tu mujer y la tuya. Piensa en San José: ¿cómo no lo vamos a querer nosotros, que deseamos tener vida interior? La vida interior es el trato con María y con Jesús; el trato con Dios y con la Madre de Dios. ¿Quién ha tratado más a Dios y a la Madre de Dios que José, el Santo Patriarca? ¡Ninguno! Por eso le queremos tanto y acudimos a él. Y luego, porque es muy poderosa su intercesión... (Encuentro en el colegio Tabancura, Chile, 2 de julio de 1974).
Evidentemente el Señor, cuando escogió a su Madre desde la eternidad, ya pensó en aquel hombre que había de hacer las veces de padre. Y si a Ella la llenó -porque pudo y es decoroso que lo hiciera- de todas las gracias y de todos los privilegios..., inmediatamente después que a su Madre, a su padre.
Y el Señor nos ha dado la cabeza para discurrir y ha dicho: "Estos teologazos -por ejemplo, ese: que has hablado como un teólogo- dirán después, pensando por su cuenta, lo que yo no tengo necesidad de hacer que pongan en el Evangelio". Y de paso San José, aun siendo un personaje tan excelente -que, a mi juicio, viene después de la Santísima Virgen-, en el Evangelio desaparece: lo vemos un momentito y desaparece, para que nosotros seamos humildes, aunque estemos rodeados de tantas condiciones buenas como tendrás tú y otros que me escuchan aquí (Tertulia en el Auditorio de la Alameda, Chile, 4 de julio de 1974).
Debía de tener una autoridad extraordinaria. Luego, la pobreza...; eran pobres, pero eran relativamente pobres. ¿Me permitís que os diga que ser dueño de un borriquito en aquella época debía de ser una manifestación de cierta holgura? O sea que San José trabajaba para tener una casa bien… Era como disponer de una utilitaria -no sé cómo le llamáis aquí-, un coche barato. Esto es. Un borrico fue el trono de Jesús en Jerusalén, pero... nos parece muy modesto.
Volvamos a San José, hijo mío. Gracias por los piropos que has echado al Santo Patriarca San José. Tienes razón. No se entiende por qué pasa así de oscuro, pero en la Iglesia ha comenzado -desde el siglo XVI especialmente- una gran devoción. Yo se la tengo y mucha y la propago todo lo que puedo. Quiero decir por todos los sitios que, después de amar a Jesucristo y a Santa María, deberíamos amar mucho a San José, también por su humildad; porque esconde su gran autoridad. Jesús, sujeto a él; y María manifestaría también la misma sujeción, porque haría, por lo menos, lo que hacen vuestras mujeres: que exteriormente dicen “esto se hace porque quiere mi marido...”. La Madre de Dios lo haría por amor, por perfección, por virtud; manifestaría toda clase de veneración al jefe de la casa.
Quiere mucho a San José, que es verdaderamente poderoso. Y luego si quieres tener vida interior… La vida interior consiste en tratar a Dios; y a Dios Nuestro Señor y a la Madre de Dios nadie los ha tratado con más intimidad que San José. Cuando me obligáis a repetirlo todos los días, en estas tertulias, yo gozo. Lo invoco siempre, varias veces durante la jornada. No me importa nada decirlo. Si os puedo servir en eso, aunque no sea más que en eso... En otras cosas no os fijéis en mí, que no encontraréis más que pegas pero en eso, sí. Yo tengo mucho, mucho cariño a San José. Y le llamo mi Padre y mi Señor. Veo que tú estás tocado de la misma locura.
Te admira esa figura, colosal, que debe cumplir todo un programa divino en la tierra, y que se sabe esconder. A María la contemplamos junto al Señor y nos admira su poder, porque hace que Jesús ejecute el primer milagro. Sólo con advertir que falta vino -una indicación, una sugerencia-, “fecit initium signorum”, cuenta el evangelista “comenzó el Señor a obrar milagros”, ante una indicación de su Madre. José no aparece. Probablemente cuando el Señor va a la Pasión, San José ya estaba en el Cielo. O por lo menos esperando ir al Cielo con la resurrección de su Hijo. ¿Está claro? Eso lo dejaremos, porque la Iglesia no dice nada. Yo tengo un modo de pensar, que me callo. Un modo de pensar que se sujeta siempre al criterio de la Iglesia; pero imagino que la Iglesia, ni ahora ni dentro de veinte siglos, concretará nada de esto; porque no es necesario. De modo que tú, con tu cariño a San José, llénalo de preeminencias (Encuentro en el Auditorio de la Alameda, Chile, 4 de julio de 1974).
Hijos míos, que tengáis en el alma deseos ardientes de reparar por vuestros pecados, por los míos y por los de todo el mundo. Que vayáis al Señor confiadamente, que vayamos a su Madre, como un niño pequeño a la suya en la tierra, sabiendo que la del Cielo nos quiere mucho más. Que vayamos a San José. Amadlo cada día más. Yo he llegado a perder la vergüenza, y les digo ingenuidades de niño: “Jesús, María y José, que esté siempre con los tres”. ¡Vaya aleluya! Pero dicha con amor… estoy al lado de tres poderosos (Encuentro en Altoclaro, Venezuela, 12 de febrero de 1975).
Hay que ver lo que fue en su tiempo: un Patriarca; lo que era, la autoridad que tenía, reconocida a toda hora por Dios mismo y por la Madre de Dios. Este hombre me enamora por su pureza, por su amor al trabajo, por su valentía, por su obediencia a las mociones divinas… (Encuentro en Ciudad Vieja, Guatemala, 18 de febrero de 1975).
Yo soy práctico, también en la piedad. San José llevó adelante la familia de Nazaret, y llevará la tuya lo mismo. Adquiere una imagencita de San José, tenle devoción, enciéndele piadosamente una luz de cuando en cuando, como nuestras madres, como nuestras abuelas: todas las viejas devociones son actuales, no hay ni una que no sea actual. Poniendo por obra lo que te he dicho, ahora, al llegar a la casa donde vivo aquí, me encontraré con una imagen de la Virgen que han puesto muy bonita, y otra de San José. A la Madre de Dios le echaré un piropo, y a San José le encenderé tres velas de tu parte (Encuentro en el Teatro Coliseo, Argentina, 26 de junio de 1974).