"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

9 de mayo de 2022

PARA SERVIR, SERVIR (II)

 



Evangelio (Jn 10,1-10)


En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera. Cuando las ha sacado todas, va delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños.


Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía.


Entonces volvió a decir Jesús:


— En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos cuantos han venido antes que yo son ladrones y salteadores, pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará; y entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.



(II)

Servir desde el prestigio profesional


“Servir” se puede entender en el sentido de “ser competente” o de “valer para una determinada tarea”. Para servir —para vivir la caridad con obras, imitando a Cristo, que “no vino a ser servido, sino a servir”[14]— se requiere idoneidad, y esta idoneidad procede del estudio y la práctica, pero también de las virtudes humanas. Una persona trabajadora, determinada, audaz, ordenada, educada, amable, que se involucra, etc., está en condiciones tanto de contribuir con eficacia a un proyecto común, como de responder a las exigencias de la caridad en el ejercicio de sus deberes. La expresión “para servir, servir” es, pues, una llamada a adquirir las cualidades necesarias para ser útil, y así cultivar las virtudes que permitan prestar a otros los servicios convenientes. San Josemaría, al hablar de este aspecto, se refería tanto a trabajos intelectuales y de aparente relevancia e influjo social en el mundo de la cultura o de la política como al buen trabajo desempeñado en un taller mecánico, la cocina de un restaurante o la finca agrícola.


El prestigio facilita ser una referencia en el ámbito que dominamos, y permite aconsejar y acompañar más allá de los conocimientos y habilidades. Por ejemplo, podemos seguir velando por el bien y la trayectoria de los antiguos alumnos, asesorar a los médicos jóvenes que realizan una estancia en el hospital, sugerir nuevas oportunidades a los amigos que han perdido el empleo, aconsejar a un colega sobre una maquinaria nueva o dar contexto en las conversaciones crispadas.


También es una herramienta de servicio si facilita formar parte de un gremio, un sindicato o un colegio profesional, para velar por la mejora de nuestra profesión, o impulsar diversas iniciativas para conseguir unas condiciones laborales más justas (promover una huelga, recoger firmas, hablar con directivos, etc.). Hablando de Jesús y José como “obreros de la madera”, Francisco señala todos aquellos aspectos oscuros del trabajo que podemos –debemos– contribuir a iluminar con las posibilidades de una trayectoria personal competente y honrada: los trabajos duros “en las minas y en ciertas fábricas”, “aquellos que son explotados en el trabajo negro”, “las víctimas” de accidentes laborales, “los niños que son obligados a trabajar”, etc.[15].


A veces, el prestigio proporciona un ascendiente que abre las puertas a incidir en temas más delicados. En un congreso o un viaje de trabajo, renunciar a tomar unas copas después de una cena y recordar a la familia que está en casa puede cambiar el clima de diversión entre los compañeros. Contar la propia experiencia puede ayudar a otra persona a organizar el horario de su negocio de forma que pueda asistir a misa el domingo. También cuando el entorno laboral es un desierto —“ese ambiente árido donde hay que conservar la fe y tratar de irradiarla”[16], describe el papa Francisco—, “allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás”[17].


Una formación para transformarse y transformar


Lo que cambia el mundo son las personas. Y la formación personal siempre supone un paso adelante tanto en responsabilidad social como en capacidades para poder aportar a la sociedad lo mejor que cada uno tiene. “En el trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida”[18], señala Francisco. “Trabajar no solo sirve para conseguir el sustento adecuado: es también un lugar en el que nos expresamos, nos sentimos útiles, y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que la vida espiritual no se convierta en espiritualismo”[19].


La formación espiritual que la Obra transmite, que aspira siempre a reflejarse en la vida, nos puede ayudar a hacernos preguntas de este tipo: ¿Cómo puedo entender mejor que mi trabajo es un servicio? ¿Cómo generar oportunidades de mejora a otros y a la sociedad desde mi propia profesión? ¿Qué tipo de problema social podría ayudar a resolver con mi trabajo? ¿Qué mejoras, innovaciones, soluciones puedo aportar por los conocimientos de mi propia profesión?


Para liderar en el servicio desde nuestro trabajo no necesitamos sólo conocimientos. Por eso, la formación profesional que facilita la Obra se orienta a ayudar a cada persona a adquirir las virtudes humanas o habilidades personales que la capacitan profesionalmente para trabajar bien. Esto es: trabajar con atención, sin descuidos o chapuzas, con el esmero y el sentido de responsabilidad de quien lo hace por amor a Dios y a los demás, cooperando con otros. Descubriendo también la dimensión de cuidado de las personas de mi alrededor, de quienes se beneficiarán de ese trabajo, del bien común y del mundo en el que vivimos.


Estas habilidades (las llamadas soft skills) no se aprenden teóricamente, se adquieren de forma indirecta en los modos de hacer, de relacionarse con los demás, de afrontar los distintos asuntos de la jornada. Podríamos decir que se aprenden con la práctica, se encarnan en el hacer, y por eso es bueno que cada uno reflexione explícitamente sobre ellas y aproveche el feedback que le dan los demás, para entender mejor cómo desarrollarlas en el día a día, de modo que informen el modo de ser y de actuar y, por tanto, la manera de ejercitar la propia profesión. ¿Quién no ha sentido deseos de agradecer profundamente la actitud atenta de un profesional de la salud que nos ha atendido con cariño, la mirada empática (incluso a través de la mascarilla) de un funcionario administrativo que se ha involucrado en nuestro problema o la simpatía de un taxista o un repartidor que nos han alegrado el día?


Se pueden destacar algunas cualidades de carácter más personal, como el sentido común, la actitud positiva, la autoestima, la creatividad, la resiliencia o la flexibilidad. Por ejemplo, la flexibilidad se puede definir como la apertura a distintos modos de ser y trabajar, lo que capacita para un trabajo intergeneracional, intercultural (tan necesario para no perder la esencia de nuestra contemporaneidad), interdisciplinar, etc. Así se consigue crear un espacio en el que todos se encuentran cómodos y pueden aportar lo mejor de sí.


Hay otras habilidades que podrían considerarse más bien sociales, porque contribuyen de modo constructivo en el tejido de relaciones que componen nuestras vidas: la gestión de personas, sobreponerse al estrés propio y ajeno, la capacidad de escucha y diálogo, la comunicación, la empatía, etc. Para algunos autores, estas disposiciones forman parte de la llamada inteligencia emotiva y social.


También Cristo aprendió estos aspectos, no solamente un oficio. Al glosar la figura de san José, el papa Francisco afirma que “podemos estar seguros de que su ser hombre “justo” se tradujo también en la educación dada a Jesús. «José vio a Jesús progresar día tras día “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,52): así dice el Evangelio» (Patris corde, 2)”[20].


La imagen de Cristo lavando los pies a los apóstoles el Jueves Santo simboliza el servicio a las personas de todo cristiano. “Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros”[21], dice el Señor. Pero es bueno recordar que antes Él mismo sirvió durante años a los habitantes de Nazaret a través de su trabajo, su consejo, su cariño, a la sombra del prestigio de san José. “José sacaba de apuros a muchos, sin duda, con un trabajo bien acabado. Era su labor profesional una ocupación orientada hacia el servicio, para hacer agradable la vida a las demás familias de la aldea, y acompañada de una sonrisa, de una palabra amable, de un comentario dicho como de pasada, pero que devuelve la fe y la alegría a quien está a punto de perderlas”[22].