"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

16 de julio de 2022

VIRGEN del CARMEN

 

Evangelio (Mt 12,46-50)


Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces:


-Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo.


Pero él respondió al que se lo decía:


-¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?


Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:


-Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.


PARA TU ORACION


En el día en que celebramos la Santísima Virgen del Carmen, el evangelio de la Misa nos presenta una escena, algo desconcertante a primera vista, pero en la que Jesús nos habla de la grandeza de su Madre bendita.


Cuenta san Mateo que Jesús estaba predicando en medio de mucha gente “cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él”. Como es bien sabido, “hermanos” es el modo habitual en el próximo oriente de denominar a todos los parientes próximos. No eran hijos de María que, además de concebir y dar a luz a Jesús de modo virginal, permaneció siempre virgen. De algunos de estos parientes conocemos sus nombres por otros pasajes del Evangelio: Santiago, José, Simón y Judas (cf. Mateo 13,55).


La respuesta de Jesús a quienes han ido a informarle de que lo estaban buscando es provocativa: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Parece excesivamente cortante o dura, como si rechazara a sus seres queridos, pero no era así. San Agustín se preguntaba: “¿Acaso la Virgen María - elegida para que de Ella nos naciera la salvación y creada por Cristo antes de que Cristo fuese en Ella creado - , no cumplía la voluntad del Padre? Sin duda la cumplió, y perfectamente. Santa María, que por la fe creyó y concibió, tuvo en más ser discípula de Cristo que Madre de Cristo”[1].


En efecto, la pregunta retórica de Jesús ayuda a centrar la atención en lo que va a decir a continuación y que es una enseñanza muy profunda también para nosotros: “todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. La mayor grandeza de cualquier criatura es cumplir con fidelidad los planes que Dios ha dispuesto para ella.


Sin duda para María, como para toda buena madre, supondría un notable sacrificio el no poder gozar a diario de la cercanía de su Hijo, que debía cumplir la misión redentora para la que había venido al mundo. También Jesús sabía amar y le dolería la separación de su Madre. Pero por encima de todos los nobles afectos humanos está el cumplimiento de los planes divinos. Por eso enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que “los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos”[2].


Que la Santísima Virgen, a la que hoy veneramos bajo la advocación del Carmen, nos ayude a abrazar como ella, con alegría, la llamada que el Señor nos hace a cada uno, obedeciendo a los planes divinos para cada uno.


San Josemaría afirmaba sobre esta advocación de la Virgen María que “pocas devociones marianas tienen tanto arraigo entre los fieles y tantas bendiciones de los Pontífices”.


El escapulario del Carmen es una manifestación de la protección de la Madre de Dios a sus devotos. El 16 de julio 1251 la Virgen se apareció a San Simón Stock, y le dijo: «El que muera con él no padecerá el fuego eterno».


Alude a este hecho el Papa Pío XII cuando dice: «No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen».


También reconocida por Pío XII, existe la tradición de que la Virgen, a los que mueran con el Santo Escapulario y expían en el Purgatorio sus culpas, con su intercesión hará que alcancen la patria celestial lo antes posible, o, a más tardar, el sábado siguiente a su muerte.


El escapulario del Carmen es un sacramental.


San Josemaría y el escapulario de la Virgen del Carmen

Lleva sobre tu pecho el santo escapulario del Carmen. —Pocas devociones —hay muchas y muy buenas devociones marianas— tienen tanto arraigo entre los fieles, y tantas bendiciones de los Pontífices. Camino, 500


Madre! -Llámala fuerte, fuerte. -Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha. Camino, 516


No estás solo. -Lleva con alegría la tribulación. -No sientes en tu mano, pobre niño, la mano de tu Madre: es verdad. -Pero... ¿has visto a las madres de la tierra, con los brazos extendidos, seguir a sus pequeños, cuando se aventuran, temblorosos, a dar sin ayuda de nadie los primeros pasos? -No estás solo: María está junto a ti. Camino, 900


Permíteme un consejo, para que lo pongas en práctica a diario. Cuando el corazón te haga notar sus bajas tendencias, reza despacio a la Virgen Inmaculada: ¡mírame con compasión, no me dejes, Madre mía! -Y aconséjalo a otros. Surco, 849


Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. A lo largo del año, cuando celebramos las fiestas marianas, y en bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a poco iremos aprendiendo: y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los hijos se parecen a su madre.


Imitar, en primer lugar, su amor. La caridad no se queda en sentimientos: ha de estar en las palabras, pero sobre todo en las obras. La Virgen no sólo dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y conozcamos lo que Él quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y a serlo efectivamente. Porque no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre celestial.


Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es una criatura privilegiada de la historia de la salvación: en María, "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Fue testigo delicado, que pasa oculto; no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar así, normales: a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo —cabalgando un borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.


Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: "he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios. Es Cristo que pasa, 173


Seguramente se ha cruzado por la calle con gente que lo llevaba puesto sin ser visto. Es el escapulario de la Virgen del Carmen, una devoción nacida en el siglo XII.


P. Miceal O´Neill, Carmelita: “El entonces Superior general, un inglés llamado Simon Stock, tuvo una visión en la que la Virgen María le dio esta prenda, el escapulario, y le prometió que cuidaría de la nueva familia religiosa carmelita”.


La Virgen María prometió una especial protección durante la vida y en el momento de la muerte a quien lo llevara puesto. Rápidamente, la devoción se extendió a otras órdenes religiosas y se convirtió en una devoción popular.


Esta pequeña prenda recuerda el hábito de los carmelitas. Las personas que lo llevan se comprometen a vivir una vida de oración, devoción a la Virgen María y compromiso con la Iglesia.


P. Miceal O´Neill, Carmelita:“Se le añadió este significado de protección durante la vida y en el momento de la muerte. Algo que durante los siglos se convirtió en muy importante para muchas personas. Así, la devoción al escapulario carmelita creció muy rápidamente”.


Esta devoción popular incluye el privilegio sabatino que garantiza a quien lo lleve ir al Cielo el primer sábado después de su muerte.


También es una devoción muy extendida entre los papas. Juan Pablo II la vivió durante toda su vida.


P. Miceal O´Neill, Carmelita: “No era ningún secreto que él ha llevado el escapulario toda su vida y habló de él, como una expresión de su particular amor por la Virgen María”.


Tras el Concilio Vaticano II, se dio un nuevo impulso al escapulario de la Virgen del Carmen.


Mucha gente pide a los carmelitas que le impongan el escapulario con una pequeña oración. La medalla puede ser de tela o de metal con una imagen del Sagrado Corazón en el reverso. Cualquier sacerdote puede imponer el escapulario al cristiano que lo solicita. Y quien lo lleva se vincula de alguna forma a la familia carmelita.