"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

13 de noviembre de 2022

DIOS NO ES UN SER LEJANO



  • Confiar en la acción de Cristo. 
  • Dios cuenta con nuestro esfuerzo. 
  • El fundamento de nuestra seguridad.


JESÚS se encuentra en el Templo. Después de contemplar la belleza de sus adornos, se dirige a sus discípulos y les habla del tiempo de la persecución y de la destrucción del Templo. Y en medio de este discurso, el Señor intercala una serie de recomendaciones para afrontar esos acontecimientos. «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles. (...) Así pues, convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender» (Lc 21, 12-14).


Este consejo puede resultar un poco extraño. ¿Qué sentido tiene no preparar una defensa ante una persecución injusta? En realidad, quizá Jesús quiere que no demos tanta importancia a lo que somos capaces de hacer, sino a lo que él puede obrar en nosotros, sobre todo en momentos de dificultades. «Yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios» (Lc 21,15), dice a continuación. Nos pone delante de nuestros límites para que sea él quien luzca en nuestra vida. Son palabras que pueden encender aún más nuestra fe y nuestra esperanza porque nos recuerdan que no estamos solos.


Esto es algo que san Josemaría experimentó en su propia vida. En una ocasión paseaba por Londres. Al contemplar el ritmo frenético de la gente, el poderío material y financiero, se sintió tan desconcertado e incapaz que pensó: «Josemaría, aquí no puedes hacer nada». E inmediatamente tuvo la respuesta: «¡Tú, no!; ¡Yo, sí! Tú, ciertamente, no podrás; pero Yo sí que puedo»[1]. Tan grabado tenía esa convicción en su alma que en Camino dejó escrito: «Sientes una fe gigante... –El que te da esa fe, te dará los medios»[2].


SABER que Dios está siempre a nuestro lado nos lleva a vivir de manera serena y optimista. Esto no quiere decir, sin embargo, que nuestras acciones sean indiferentes, que sea lo mismo tomar una decisión u otra. Cristo, para extender su reinado en los corazones, cuenta con lo que hacemos y con lo que somos capaces de hacer. El Evangelio, de hecho, pone ejemplos de personas que colaboraron con Jesús a través de gestos concretos: llenar las tinajas de agua, abrir un agujero en un techo, presentar los panes y los peces, dar de beber al desconocido que tiene sed… Son detalles que estaban al alcance de cualquiera, pero que, al ponerlos por obra, tuvieron un resultado inimaginable: el mejor vino, la curación de un paralítico, abundancia de comida o un cambio de vida.


Jesús seguramente se conmueve al ver nuestros esfuerzos por ser santos. «El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, un Dios Creador que se desborda en cariño por sus criaturas»[3]. Él no nos va a poner delante de una tarea que no seamos capaces de realizar; nos invita a colaborar con las cosas ordinarias de nuestra vida, que nos pueden parecer pequeñas, pero en sus manos adquieren otra dimensión. Él supera nuestros límites de una manera que no podemos imaginar. «Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse un milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don»[4].


ANTE los acontecimientos que anuncia el Señor, de persecuciones y dificultades, podemos sentir que «nuestra fe es pobre y nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas»[5]. En esas situaciones nos puede ayudar recordar que nuestra esperanza está fundada en «algo que ya ha sido cumplido y que realmente se realizará para cada uno de nosotros»[6]: el triunfo de Jesús sobre la muerte y el mal.


Desde los comienzos de la Iglesia, los cristianos han atravesado distintas dificultades. Nosotros, como ellos, podemos superar cualquier obstáculo porque, como reza el sacerdote muchas veces en la santa Misa, «Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal»[7]. Él está verdaderamente presente en el mundo, en la Iglesia y en nuestra vida. El Señor hace una promesa a todos aquellos que colaboran en su misión, aunque muchas veces la alegría se mezcle con el cansancio: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19).


Aceptar las dificultades con la convicción de quien se sabe siempre en manos de Dios nos llevará a vivir con mayor serenidad. «Pediste al Señor que te dejara sufrir un poco por él –escribe san Josemaría–. Pero luego, cuando llega el padecimiento en forma tan humana, tan normal –dificultades y problemas familiares..., o esas mil pequeñeces de la vida ordinaria–, te cuesta trabajo ver a Cristo detrás de eso. –Abre con docilidad tus manos a esos clavos..., y tu dolor se convertirá en gozo»[8]. Podemos pedir a María que sepamos vivir las contradicciones de cada día con la seguridad de que su Hijo nos acompaña en todo momento.