EVANGELIO Marcos 10, 28-31
En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús:
—«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
—«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna.
Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
PARA TU RATO DE ORACIÓN
Los frutos, las decisiones de entrega a Dios, vienen siempre de Dios, como enseñó Jesucristo: “El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo” (Mc 4,26-27).
En la parábola de los invitados a las bodas, Jesús explica la formación de la Iglesia como llamada universal a la salvación. La imagen del banquete permite describir el Reino de Dios. Pero cuando todo estaba preparado, resulta que muchos rechazaron al Hijo de Dios y la llamada se extendió a todos, también a los paganos: “Dijo el señor a su siervo: «Sal a los caminos y a los cercados y obliga a entrar, para que se llene mi casa»” (Lc 14,23).
San Josemaría contemplaba en esa sorprendente “obligación” un gran respeto a la libertad de cada persona. Afirmó por ejemplo, refiriéndose a la floración de una vida cristiana coherente, que la expresión compelle intrare (“oblígales a entrar”) “es una invitación, una ayuda a decidirse, nunca -ni de lejos- una coacción”; “no es como un empujón material, sino la abundancia de luz, de doctrina; el estímulo espiritual de vuestra oración y de vuestro trabajo, que es testimonio auténtico de la doctrina; el cúmulo de sacrificios, que sabéis ofrecer; la sonrisa, que os viene a la boca, porque sois hijos de Dios [...]. Añadid, a todo esto, vuestro garbo y vuestra simpatía humana, y tendremos el contenido del compelle intrare[27]”. Es así como actúa la gracia, a través de nosotros. San Basilio nota que “del mismo modo que los cuerpos nítidos y brillantes, cuanto les toca un rayo de sol, se tornan ellos mismos brillantes y desprenden de sí otro fulgor, así las almas que llevan el Espíritu son iluminadas por el Espíritu Santo, y se hacen también ellas espirituales y envían la gracias a otros[28]”.
Es una labor que no cabe realizarla aisladamente, sino con un auténtico sentido eclesial, que manifiesta que es Dios quien llama a través de su Iglesia. Empapada de visión sobrenatural, la obediencia da fecundidad al esfuerzo apostólico. Así comenta san Josemaría una pesca milagrosa: “"Duc in altum". -¡Mar adentro! -Rechaza el pesimismo que te hace cobarde. "Et laxate retia vestra in capturam" -y echa tus redes para pescar. ¿No ves que puedes decir, como Pedro: "in nomine tuo, laxabo rete" -Jesús, en tu nombre, buscaré almas?[29]”.
QUIEN PLANTEA LA VOCACIÓN A ALGUIEN PEDIRÁ EN SU ORACIÓN AL SEÑOR QUE MUEVA EL CORAZÓN DE SU AMIGO PARA QUE LE SIGA
En el Opus Dei, antes de hablar a una persona de su posible vocación, se cuenta con el acuerdo de quien dirige el Centro a donde esa persona suele ir. Quien plantea la vocación a alguien pedirá en su oración al Señor que mueva el corazón de su amigo para que le siga. Hablar de vocación implica una gran amistad: empatía, confianza recíproca, comprensión mutua y la capacidad de escuchar mucho, en el respeto de la libertad de las conciencias y el cuidado de la debida reserva. Todo eso se construye a partir del “apostolado de amistad y de confidencia[30]” y se fundamenta en la oración, en el espíritu de sacrificio por el otro y en el testimonio de una vida coherente.
Alguna vez una persona puede afirmar: “no lo veo”, y puede ser que Dios no la llame, o quizá puede ser que, más que no ver, falte querer. Por eso, además de recomendarle que se aconseje, también conviene animarle a que pida la fuerza al Señor para querer aquello que le pueda pedir. Es significativo como san Josemaría, cuando intuía la llamada divina, no solo pedía ver el querer del Señor ‒Domine, ut videam! ‒ sino también que se cumpliera efectivamente en su vida ‒Domine, ut sit! Decir que sí al Señor no es posible sin una plena libertad potenciada por la gracia divina[31].
La vocación a la Obra impulsa a convertirse en fermento para mejorar toda la masa (cf. Lc 13,21). En este sentido, quienes acompañan a alguien que desea pedir la admisión, deben saber valorar su idoneidad espiritual, física y psicológica, moral e intelectual, a la vez que la autenticidad de su motivación.
Importa pensar en cada persona y ayudarla a valorar con realismo su propia situación, de modo que no tome decisiones que con el paso del tiempo no sea capaz de poner en práctica. En este ambiente de confianza, el interesado procurará abrirse y darse a conocer, para realizar juntos el necesario discernimiento de la voluntad de Dios. Es un camino que se recorre en la oración, para entender la realidad de la vida de una persona –virtudes, carácter, historia, familia, formación, salud, etc.– y buscar su bien a la luz del Espíritu Santo.
Para entregarse a Dios en el Opus Dei es importante el equilibrio personal, entendido como la capacidad de vivir habitualmente los compromisos que se asumen con paz interior, sin rigideces o agobios desproporcionados. Esto no quiere decir que uno tenga que ser impasible o inquebrantable, pues todas las personas con compromisos serios ‒religiosos, familiares, civiles‒ pueden pasar por momentos de tensión o cansancio. “Lo más importante en la Iglesia no es ver cómo respondemos los hombres, sino ver lo que hace Dios. La Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros; Dios que viene hacia la humanidad para salvarla, llamándonos con su revelación, santificándonos con su gracia, sosteniéndonos con su ayuda constante, en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria[39]”.
DECÍA SAN JOSEMARÍA: “CABEN: LO ENFERMOS, PREDILECTOS DE DIOS, Y TODOS LOS QUE TENGAN EL CORAZÓN GRANDE, AUNQUE HAYAN SIDO MAYORES SUS FLAQUEZAS”
Decía san Josemaría: “Caben: lo enfermos, predilectos de Dios, y todos los que tengan el corazón grande, aunque hayan sido mayores sus flaquezas[40]”. La generosidad, por tanto, es una virtud esencial. Etimológicamente, la palabra “generosidad” significa “de buena raza”. Quien es generoso, puede decir: “somos hijos de santos, y esperamos aquella vida que Dios dará a los que no retiran de Él su confianza” (Tob 2,18 vg.). Desde esa generosidad llena de libertad interior se puede formar a cada persona en los distintos ámbitos, contando con su “deseo sincero y eficaz de tender a la virtud[41]”.
El crecimiento de la propia familia es causa de alegría. Por otro lado, así como una familia que no tiene hijos desaparece, comentaba san Josemaría aplicándolo a la importancia de buscar más apóstoles que perpetúen la familia sobrenatural del Opus Dei. El beato Álvaro glosaba la idea anterior, diciendo que el fundador deseaba que todos sus hijos albergaran un gran celo “que no haga acepción de personas, ni discriminación alguna, para que nuestra familia se dilate cada vez más, y contribuya con eficacia a que todos los hombres formen un solo rebaño, con un solo pastor (Jn 10, 16)[42]”: el rebaño de la Iglesia, apacentado por Jesucristo.