"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

3 de julio de 2023

Aceptar nuestra vida tal y como Dios la quiere




Evangelio (Juan 20,24-29)


Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron:

—¡Hemos visto al Señor!


Pero él les respondió:

—Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.


A los ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo:

—La paz esté con vosotros.


Después le dijo a Tomás:

—Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.


Respondió Tomás y le dijo:

—¡Señor mío y Dios mío!


Jesús contestó:

—Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto hayan creído.



PARA TU RATO DE ORACION 


JESÚS acaba de realizar varias curaciones de enfermos y endemoniados. Se cumplía así la profecía de Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Is 53,4). La multitud se encuentra entusiasmada al presenciar semejantes prodigios, pero el Señor considera que por el momento su actividad en aquella tierra ha sido suficiente. Por eso, se dispone a tomar la barca para dirigirse a la orilla opuesta. Sin embargo, antes de que pudiera partir, se acerca un escriba y le dice: «Maestro, te seguiré adonde vayas» (Mt 8,19).


La decisión que había tomado este escriba era definitiva: estaba dispuesto a dejarlo todo con tal de permanecer junto a Jesús. En el poco tiempo transcurrido con él, había descubierto una felicidad nueva. Pero lo que había experimentado era el primer fogonazo, porque conocer a Cristo «es una aventura que lleva toda la vida, porque el amor de Jesús no tiene límites»1. Sin embargo, el escriba sentía que ya no era suficiente haber compartido con Jesús unas pocas horas: quería que toda su existencia girase en torno a él.


La vida de todo cristiano es una constante búsqueda de Jesús. Más todavía: la vida de todas las personas es la constante búsqueda de una felicidad que no podrá ser saciada sino en Dios. En ocasiones experimentamos intensamente su cercanía, y en otras quizás tenemos la impresión de que no nos escucha. Pero esta es la fidelidad que nos pide: la fidelidad de la búsqueda, la fidelidad a ese anhelo de Dios. «Esta lucha del hijo de Dios no va unida a tristes renuncias, a oscuras resignaciones, a privaciones de alegría –escribe san Josemaría–: es la reacción del enamorado, que mientras trabaja y mientras descansa, mientras goza y mientras padece, pone su pensamiento en la persona amada»2.


LA RESPUESTA del Señor a las intenciones del escriba está envuelta en cierto misterio: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). Parecería que esta reacción tiene poco que ver con lo que acaba de escuchar. Sin embargo, estas palabras reflejan el estilo de vida de Jesús y de quien, como el escriba, quiere seguirle. «Él nos aparta del recrearnos sin complicaciones en las cómodas llanuras de la vida, del ir tirando ociosamente en medio de las pequeñas satisfacciones cotidianas»3.


El escriba estaba dispuesto a dejar su existencia tranquila y predecible para seguir a Jesús. Lo mismo habían realizado los apóstoles anteriormente: habían dejado atrás las propias seguridades y se habían lanzado a una aventura impredecible, con la confianza puesta en su cercanía al Señor. «Si estamos en las manos de Cristo –dice san Josemaría–, debemos impregnarnos de su Sangre redentora, dejarnos lanzar a voleo, aceptar nuestra vida tal y como Dios la quiere»4.


La felicidad no es algo que podemos conseguir con nuestro simple empeño individual, mediante esfuerzos y planificaciones personales. La felicidad de Dios nos espera, en gran parte, en las relaciones con las personas que tenemos cerca: esa es la vida «tal y como Dios la quiere». La persona amada, el amigo o el hermano, nos pueden dar aquello que nosotros solos no podemos: sentirnos amados, acogidos, comprendidos en nuestra búsqueda. En aquella aventura «intranquila e impredecible» de quien sigue a Jesucristo, contamos con las personas que Dios ha puesto a nuestro lado. Ellas, y sobre todo Cristo mismo, son el mejor lugar donde siempre podremos «reclinar la cabeza».


DESPUÉS del escriba, se acerca al Señor un discípulo y le dice: «Permíteme ir primero a enterrar a mi padre» (Mt 8,21). Jesús replica: «Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos» (Mt 8,22). «Si Jesús se lo prohibió, no es porque nos mande descuidar el honor debido a quienes nos engendraron –explica san Juan Crisóstomo–, sino para darnos a entender que nada ha de haber en nosotros más necesario que entender en las cosas del cielo, que a ellas nos hemos de entregar con todo fervor»5.


«El Señor –Maestro de Amor– es un amante celoso que pide todo lo nuestro, todo nuestro querer»6. El verdadero amor exige dar y recibir por completo. Es lo que ha hecho Dios con cada uno de nosotros al hacerse hombre, morir, resucitar y al quedarse en la Eucaristía. Seguir esta lógica divina del amor a Dios y a los demás es lo que nos da una felicidad que el mundo no alcanza a dar. «El Señor colma de alegría a los que, dedicándole la vida desde esta perspectiva, responden a su invitación a dejar todo para quedarse con él y dedicarse con todo el corazón al servicio de los demás. Del mismo modo, es grande la alegría que él regala al hombre y a la mujer que se donan totalmente el uno al otro en el matrimonio para formar una familia y convertirse en signo del amor de Cristo por su Iglesia»7.


No sabemos cuál fue la reacción del discípulo ante las palabras del Maestro; desconocemos si efectivamente se marchó o bien decidió acompañarle. Lo que sí sabemos es que Jesús quiere que le amemos sin reservas, pero con libertad. No obliga ni al escriba ni al discípulo: deja que ellos tomen sus decisiones. Cristo «no se impone dominando: mendiga un poco de amor»8. Podemos pedir a María que sepamos seguir a su hijo con el mismo amor y con la misma libertad que marcó también su vida.