"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

14 de julio de 2023

DIOS ACTÚA CON SENCILLEZ

 


EVANGELIO (Mt 10,16-23)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: Mirad que Yo os envío como a ovejas en medio de lobos: ¡Sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas!

Pero cuidado con los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en las sinagogas. A causa de mí, seréis llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los gentiles.

Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo vais a hablar o qué vais a decir: lo que debáis decir se os dará a conocer en ese momento, porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los matarán. Seréis odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra, y si os persiguen en esta, huid a una tercera. Os aseguro que no acabaréis de



PARA TU RATO DE ORACION 


JESÚS CONOCÍA profundamente a los apóstoles. Había pasado con ellos largas horas hablando, caminando y rezando. Era consciente de las ilusiones y de los miedos que ocupaban sus corazones. Aunque alguno quisiera aparentar ante él un modo de ser que no correspondía con su personalidad, Jesús sabía cuáles eran las virtudes y los defectos de cada uno. Quizá por eso, cuando les envió a predicar, les animó a llevar a cabo su misión huyendo de estrategias complejas y de deseos de figurar. Para llevar a Jesús a los corazones de los demás, debían ser «sencillos como las palomas» (Mt 10,16).


Sin embargo, a veces puede suceder que nuestra misma relación con Dios sea un poco compleja. Creemos que no terminamos de descubrir lo que él quiere de nosotros, o bien nos sentimos un poco apagados cuando tratamos de hablar con él. A pesar de que intentamos pensar en los sucesos de la jornada o discernir los sentimientos que invaden nuestro corazón, parece que no logramos sintonizar con el Señor. Desearíamos entonces que la oración fuese más simple, y nuestros razonamientos más directos. Anhelamos poseer esa sencillez que es capaz de iluminar la mente y de aligerar el alma.


En todos los casos, conviene recordar que la complicación no viene de Dios. Desde que el diablo tentó a Adan y Eva, sigue tratando de hacernos tener una lectura desfigurada de la realidad: juega con nuestros miedos para angustiarnos con el futuro, o para que imaginemos intenciones rebuscadas en las palabras y en las acciones de los demás. Esta es su trampa, y nos hace más difícil percibir dónde está el bien. Pero Jesús nos ha mostrado que la vida cristiana es mucho más sencilla de lo que a veces nos imaginamos. Pensamos que es necesario hacer razonamientos complicados para descubrir su voluntad, cuando en realidad se presenta en las cosas ordinarias de la vida. «Él actúa siempre en la sencillez: en la sencillez de la casa de Nazaret, en la sencillez del trabajo cotidiano, en la sencillez de la oración»[1].


TRATAR DE entrar en la mirada de Dios a través de la oración, nos ayudará a ver el mundo, y a nosotros mismos, con ojos cada vez más sencillos. Sabernos mirados por él nos da seguridad: entendemos que Dios nos quiere en nuestra verdad, en el bien del que somos capaces aquí y ahora, y que todo lo demás tiene una importancia relativa. Al margen de esa mirada, en cambio, sentimos la necesidad de esconder nuestra fragilidad o de aparentar algo que no somos. Quien se refugia en esa mirada de amor, quien encuentra en Dios su fundamento, goza de la serenidad de los sencillos, porque no depende de las muchas circunstancias que, a fin de cuentas, escapan a su control, o que ya no podemos cambiar. «Somos de la verdad –dice san Juan– y en su presencia tranquilizaremos nuestro corazón» (1 Jn 3,19).


San Josemaría resumía en dos palabras los motivos que tiene un cristiano para hacer oración: «conocerle y conocerte»[2]. En efecto, nuestros ratos de conversación con Dios son el momento adecuado para ganar esa visión serena de los problemas y de nosotros mismos, para que el ovillo de nuestros pensamientos se pueda deshacer con la gracia divina. En este camino, también nos ayudarán las orientaciones que podamos recibir en el acompañamiento espiritual o en los medios de formación. Confiar en alguien que nos conoce puede servirnos para descomplicar la realidad y para restar importancia a esa voz interior que muchas veces se empeña en retorcer nuestros pensamientos.


San Josemaría señalaba que un rasgo de la formación cristiana que se ofrece en el Opus Dei es precisamente la sencillez: «Nuestra ascética tiene la sencillez del evangelio. La complicaríamos si fuéramos complicados, si dejáramos el corazón oscuro»[3]. Toda la ayuda externa que recibimos nos lleva, generalmente, a aceptarnos tal como nos ha hecho Dios. Así comprendemos el bien concreto que podemos hacer hoy y ahora, sin pensar que necesitamos una realidad diferente para ser santos.


LA DIFICULTAD para ser sencillo y abandonarse en las manos de Dios puede tener varias causas relacionadas con nuestro modo de ser: el perfeccionismo, que lleva a la frustración por no lograr los objetivos propuestos y a la parálisis por el miedo a equivocarse; el sentimentalismo, que se guía principalmente por la primera y superficial resonancia que algo genera en nuestro interior; el voluntarismo, que reflexiona poco y encuentra satisfacción en un simple cumplimiento… Además, el ritmo de trabajo no siempre facilita la situación: al poder hacer más cosas cada día, las decisiones que tenemos que tomar aumentan; las prioridades no siempre se presentan con una claridad neta; la competitividad social a veces introduce ambiciones que acaban pesando en el alma… Desearíamos vivir una vida sencilla, pero parece que la realidad es demasiado complicada para permitírnoslo.


Ante este panorama, san Josemaría nos invita a ocuparnos del presente, que es el tiempo oportuno de nuestra santidad. Al fin y al cabo, el ahora es el único tiempo en el que podemos recibir la gracia de Dios: «Pórtate bien “ahora”, sin acordarte de “ayer”, que ya pasó, y sin preocuparte de “mañana”, que no sabes si llegará para ti»[4]. En efecto, el pasado o el futuro pueden acabar convirtiéndose en pesos que nos impiden discernir claramente la voluntad del Señor. Él mismo nos dice: «No os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad» (Mt 6,33).


Concentrarnos en una tarea, sin detenernos excesivamente a valorar qué pensarán los demás o qué efectos tendrá en nuestra vida, nos ayudará a enfocar la voluntad y a sacar mayor partido de los propios talentos. Sin duda, es también necesario sopesar los acontecimientos vividos y planificar el futuro, pero eso no debe impedir que, de la mano de Dios, nos concentremos en amar aquí y ahora, porque el amor solo lo podemos dar y recibir en este instante. La Virgen María, que se abandonó con sencillez a los planes de Dios, nos podrá ayudar a vivir cada momento como el instante preciso para amar a Dios y a los demás.