Evangelio (Lc 6, 1-5)
Un sábado pasaba él por entre unos sembrados, y sus discípulos arrancaban espigas, las desgranaban con las manos y se las comían. Algunos fariseos les dijeron:
—¿Por qué hacéis en sábado lo que no es lícito?
Y Jesús respondiéndoles dijo:
—¿No habéis leído lo que hizo David, cuando tuvieron hambre él y los que le acompañaban? ¿Cómo entró en la Casa de Dios, tomó los panes de la proposición y comió y dio a los que le acompañaban, a pesar de que sólo a los sacerdotes les es lícito comerlos?
Y les decía:
—El Hijo del Hombre es señor del sábado.
PARA TU RATO DE ORACION
El evangelio de la misa de hoy, como el de ayer, nos recuerda otra controversia de algunos fariseos con Jesús. Estas controversias giraban en torno a elementos fundamentales de la religiosidad judía y Jesús tenía mucho interés en que sus interlocutores purificaran su forma de entenderlas. Cuando Dios pidió al pueblo de Israel vivir el sábado, y lo hizo de una forma especialmente solemne, no le impuso una carga, sino que le dio un don, porque la ley de Dios no es imposición sino una gracia, una ayuda singular dada a quien se ama de un modo especial. Pero el don es inferior al donador. Si no cuidamos los dones y profundizamos en su sentido, somos capaces de empequeñecer el don haciéndolo superior a su donador.
Para los cristianos, el precepto dominical es un don. La idea de dedicar ese día de un modo particular a dar centralidad a la Eucaristía y a dar gracias a Dios a través del descanso y el carácter festivo no es imponer, sino animar a considerar que todo lo que existe es regalo de Dios para nosotros, para que lo cuidemos, cosa que solo podremos hacer si lo miramos con agradecimiento. Al mismo tiempo, cuando este mundo pase, quien quedará es el Señor, nuestro verdadero Descanso, no el domingo, pues el domingo está al servicio del Señor. Ese es su sentido.
“Para servir, servir”
Tú también tienes una vocación profesional, que te "aguijonea". –Pues, ese "aguijón" es el anzuelo para pescar hombres. Rectifica, por tanto, la intención, y no dejes de adquirir todo el prestigio profesional posible, en servicio de Dios y de las almas. El Señor cuenta también con "esto". (Surco, 491)
Por eso, como lema para vuestro trabajo, os puedo indicar éste: para servir, servir. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas. No creo en la rectitud de intención de quien no se esfuerza en lograr la competencia necesaria, con el fin de cumplir debidamente las tareas que tiene encomendadas. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección.
Pero también ese servir humano, esa capacidad que podríamos llamar técnica, ese saber realizar el propio oficio, ha de estar informado por un rasgo que fue fundamental en el trabajo de San José y debería ser fundamental en todo cristiano: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. El Patriarca trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret. (Es Cristo que pasa, 50-51)
Dios anima a los fariseos a que no se escondan en preceptos, por muy importantes que sean, para no vivir el fundamental, el que resume toda la ley: amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. Si uno ama a Dios con todo el corazón, vivirá con alegría el precepto del sábado o del domingo, y comprenderá su sentido. Jesús se dirige también a nosotros a través de estas controversias, y nos pide que amamos sinceramente lo que vivimos. Que no seamos cumplidores externos. Y amar sinceramente no es sencillo, porque amar así significa implicarnos con toda nuestra persona en el objeto de nuestro amor, esto es, ponernos a su servicio: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28).
¿Qué significa „santificar el trabajo“ en la enseñanza del Fundador del Opus Dei? Como tendremos ocasión de mostrar en paginas sucesivas, santificar el trabajo implica poner en ejercicio la totalidad del ideal cristiano en y a través del trabajar. Solo, pues, con el desarrollo de la exposición se irá poniendo de manifiesto el alcance de la expresión, ya que las perspectivas se entrecruzan (55). En todo caso, quizá lo más acertado sea comenzar señalando un dato que puede parecer obvio, pero que no está exento de implicaciones: santificar el trabajo reclama que esa realidad a la que designamos con la palabra „trabajo“ se dé con plenitud.
El cristiano que vive en el mundo debe asumir en su vocación divina su vocación humana, y esa asunción ha de realizarse sin merma alguna -antes al contrario- de la perfección que las realidades humanas están llamadas a tener en conformidad con su dinámica constitutiva: las criaturas han de ser llevadas a Dios, pero „cada una segun su propia naturaleza, según el fin inmediato que Dios le ha dado“ (56). Se trata de un imperativo válido para todo cristiano, que en el caso del laico reviste especial importancia. No es lícito maltratar cuanto nos rodea. Es lícito, ciertamente, usar de las cosas, pero sin olvidar la naturaleza peculiar de cada una, actuando en consecuencia con respeto a la autonomía que, en su orden, tienen las realidades temporales. Le va en ello al cristiano, y muy especialmente al laico, la sinceridad de su vida humana, insertado como está en las estructuras temporales, y la de su misión divina que le vincula precisamente a esas estructuras: la seriedad en lo humano, en lo profesional, es, en suma, importante tanto desde el punto de vista de la fidelidad a la ciudad terrena, como del de la fidelidad a la llamada sobrenatural.
Vivir la personal vocación humana como parte de la vocación divina implica, pues, en primer lugar, esforzarse por alcanzar una adecuada madurez y perfección en lo estrictamente profesional, humano, técnico de la actividad laboral que se realiza y de la obra a la que esa actividad se ordena. „Para santificar la profesión, hace falta ante todo trabajar bien, con seriedad humana y sobrenatural“, se lee en una de las homilías del Fundador del Opus Dei (57). Y en Camino : „Oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado.... pero no estudias. -No sirves entonces si no cambias. El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros“ (58). En una entrevista de prensa, concedida en 1967, explicaba: „Lo que he enseñado siempre -desde hace cuarenta años- es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque, hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales -a manifestar su dimensión divina- y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creacion y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei “ (59).