Evangelio (Lc 5,27-32)
En aquel tiempo, Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, sentado al telonio, y le dijo:
— Sígueme.
Y, dejadas todas las cosas, se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un gran banquete para él. Había un gran número de publicanos y de otros que le acompañaban a la mesa. Y los fariseos y sus escribas empezaron a murmurar y a decir a los discípulos de Jesús:
— ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?
Y respondiendo Jesús les dijo:
— No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia.
PARA TU RATO DE ORACION
LAS JORNADAS posteriores al miércoles de ceniza han traído a nuestra consideración el valor principal de la oración y, junto con esta, el ayuno y la limosna como prácticas que manifiestan nuestro deseo de conversión a Dios. El profeta Isaías exclama que solo una disposición interior recta, origen de todo sacrificio, genera un verdadero cambio, visible a través de las obras de misericordia en favor de los demás: «Si apartas de en medio de ti el yugo, el señalar con el dedo, y la maledicencia, y ofreces tu propio sustento al hambriento, y sacias el alma afligida, entonces tu luz despuntará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía» (Is 58,9-10).
Por eso podemos pedir a Dios una pureza interior que nos permita ofrecer a los demás la ayuda que requieren y no la que nosotros deseamos prestar: «Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad» (Sal 85). En una ocasión, se lamentaba san Josemaría: «Produce lástima comprobar cómo algunos entienden la limosna: unas perras gordas o algo de ropa vieja. Parece que no han leído el Evangelio»1. La verdadera limosna surge de la donación interior, de un acto de amor hacia otro. Todos precisan de nuestra limosna: en nuestra familia, las personas con quienes trabajamos, quienes reciben un servicio a través de nuestra ocupación, etc.
«¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don»2.
AL LEER EN el Evangelio la historia de la vocación de san Mateo, recordamos algo que llamó mucho la atención de los fariseos y de los escribas. El trabajo que desempeñaba el futuro apóstol suponía priorizar el pequeño poder personal que le confería Roma, por encima de las tradiciones de su pueblo; podía suponer cierto apego hacia los bienes materiales, por encima de la Ley de Dios. Pero Mateo vio algo diferente en Jesús, algo que le llevó a dejarlo todo por seguir sus pasos. Por eso abandonó el estilo de vida por el que había optado, la seguridad y el bienestar que le daba su posición, su plan personal de progreso, etc. Y esa decisión le puso tan contento que «ofreció en su honor un banquete» (Lc 5,29).
No parece que Jesús haya buscado a los apóstoles entre los maestros de la Ley, ni siquiera entre los fieles más observantes; al contrario, se acerca a la mesa de quien es considerado por la sociedad judía del momento como un pecador. Aquí se manifiesta una vez más el misterio de la misericordia de Dios. «Los evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia»3.
Como Mateo, nosotros también estamos llamados a «vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia (...). Cuando nosotros nos sentimos necesitados de perdón y de consolación, aprendemos a ser misericordiosos con los demás»4. Muchos de los que rodeaban a Mateo cumplían rigurosamente la ley, pero no se sentían necesitados de Dios, lo que endurecía su corazón para entregarse en una verdadera limosna. El futuro apóstol, al contrario, dejó todos sus bienes para seguir a Jesús, entregando toda su vida como limosna para quienes le rodeaban.
EL TEXTO EN el que san Mateo describe su propia vocación, pone en boca de Jesús unas palabras referidas a los fariseos: «Id y aprended lo que significa: “Misericordia quiero y no sacrificios”» (Mt 9,13, cfr. Os 6,6). Aunque para muchos puede haber pasado desapercibida aquella referencia al profeta Oseas, la rectitud del obrar de Cristo era imposible de no ver: pasó haciendo el bien, atendiendo las necesidades de los demás, curando a los enfermos, etc. La atención de Jesús a quienes le rodeaban es una «síntesis de todo el mensaje cristiano: la verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo. Esto es lo que da valor al culto y a la práctica de los preceptos»5.
Una manera de ofrecer limosna durante esta Cuaresma puede ser revisar el amor con que realizamos nuestras obras. Los preceptos del pueblo de Israel tenían la finalidad de encontrar el amor de Dios en tantos detalles de la jornada, pero esa buena intención muchas veces acabó convirtiéndose en el cumplimiento de actos que no alcanzaban su verdadero sentido. Esta Cuaresma puede ser una ocasión de acrecentar el deseo de que Cristo ocupe el centro de nuestra vida. San Josemaría apuntaba en este sentido: «Hemos de decidirnos a seguirlo de verdad: que el Señor pueda servirse de nosotros para que, metidos en todas las encrucijadas del mundo –estando nosotros metidos en Dios–, seamos sal, levadura, luz. Tú, en Dios, para iluminar, para dar sabor, para acrecentar, para fermentar. Pero no me olvides que no creamos nosotros esa luz: únicamente la reflejamos»6. Si presentamos a María nuestras intenciones más profundas, aquellas que quieren convertir nuestro corazón a D