Evangelio (Mt 11,25-30)
En aquella ocasión Jesús declaró:
— Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.
PARA TU RATO DE ORACION
Catalina Benincasa, conocida como santa Catalina de Siena, nació en Siena el 25 de marzo de 1347 y falleció en Roma el 29 de abril de 1380. Es copatrona de Europa e Italia y doctora de la Iglesia. San Josemaría apreciaba su amor incondicionado a la Iglesia y al romano pontífice. Parece que la idea del fundador del Opus Dei de invocar a santa Catalina para el apostolado de la opinión pública se remonta a 1964.
¿Quién fue Catalina de Siena?
Santa Catalina, hija de Giacomo di Benincasa, un tintorero de Siena, y Lapa di Puccio di Piagente nació en el año 1347 en Siena y murió con solo 33 años el 29 abril del año 1380 en Roma.
Su sepultura en la venerable Basílica de Santa Maria sopra Minerva es hasta hoy día meta de muchos peregrinos de todo el mundo que vienen a Roma. Catalina fue elevada al honor de los altares por su compatriota Pío II en el año 1461, Pablo VI declaró a la santa doctora de la Iglesia (junto con santa Teresa de Jesús) en el año 1970; Juan Pablo II la declaró en el año 1999 patrona de Europa (con santa Benedicta de la Cruz [Edith Stein] y santa Brígida de Suecia).
En Italia hay una devoción muy particular hacia santa Catalina: el papa Pío XII la declaró patrona de Italia (con san Francisco de Asís) y la ciudad de Roma la venera como copatrona de la urbe (con los santos apóstoles Pedro y Pablo y san Felipe Neri). También otras ciudades como Varazze y —obviamente — Siena la tienen como santa patrona.
Siendo todavía niña, Catalina ya demostraba una piedad profunda. Cuando tenía unos seis años tuvo una visión de Cristo sobre un trono, acompañado de santos. A raíz de este suceso, hizo un voto de virginidad, decisión que fue recibida con incomprensión y oposición en su familia. Su madre, en particular, hizo todo lo posible para disuadirla de su oración cada vez más intensa y sus severas prácticas de penitencia.
Catalina obtuvo, sin embargo, el apoyo de los frailes dominicos de la ciudad y, a la edad aproximada de 18 años consiguió —superando un sinfín de obstáculos— ser admitida entre las Mantellate, devotas mujeres terciarias dominicas de la ciudad.
En los años sucesivos vivió, según las costumbres de las Mantellate, en casa de sus padres, pero totalmente retirada en la celda de su corazón, como le enseñó el mismo Señor Jesús en una de las múltiples visiones que tenía la joven terciaria. Dejaba la casa solo para asistir a la Santa Misa y a las reuniones de su comunidad religiosa
Dedicación a las obras de caridad y a la conversión de los pecadores
Un cambio importante en la vida de la santa aconteció en el año 1368 — Catalina tenía en ese momento 21 años— cuando tuvo una visión de sus nupcias místicas con el Señor, y Jesús, su esposo místico, le encargó poco después en otra visión que se dedicase con todas sus fuerzas a obras de caridad y a la conversión de los pecadores.
Comenzando por su familia, Catalina ensanchaba poco a poco su radio de acción, especialmente en los hospitales de Siena. En su labor caritativa incluía cada vez a más personas: por una parte, se ocupaba de su comunidad religiosa, pero también de religiosos, clérigos y laicos, que fueron formando poco a poco la Famiglia, en la que también personas de más edad la llamaban con afecto y veneración Madre.
Su obra caritativa y su carisma condujo a muchas personas a una profunda conversión, y fue acompañada de milagros. En consecuencia, su fama se difundió pronto más allá de Siena y la Toscana hasta alcanzar toda la península de Italia.
Catalina comenzó a escribir cartas, o mejor dicho a dictarlas a uno de sus fieles amigos, porque carecía de formación académica y tenía dificultad para redactar. Iban dirigidas a laicos y clérigos cercanos, pero también a obispos, abades y cardenales, e incluso a los papas de su época. El estilo de estas cartas, de las que se conservan más de 380, es sorprendente: Catalina habla con gran fuerza e insistencia y, al mismo tiempo, anima al destinatario con palabras dulces y convincentes a cumplir siempre la voluntad del Señor. Afirma que «scrive nel sangue di Cristo» y acaba muchas de sus cartas con la exclamación Gesù dolce, Gesù amore.
En sus cartas a los papas conjuga un amor filial y obediente —es muy característica la expresión il dolce Cristo in terra que suele usar para referirse al romano pontífice— con las exigencias que presenta sin vacilación: vida personal ejemplar, reforma de las costumbres —sobre todo entre los colaboradores del papa—, retorno del papa a Roma, paz y concordia en los Estados Pontificios y un esfuerzo común, comenzando por el papa, de liberar los lugares santos y a los cristianos de Tierra Santa.
Punto culminante de su fervor por el pontífice y su ministerio es el viaje a Aviñón que Catalina realizó junto a algunos amigos en el año 1376, para presentar en el nombre del Señor a Gregorio XI las mismas exigencias que antes había manifestado en sus cartas, y luego, en la situación trágica del Cisma de Occidente, a partir de septiembre de 1378, lucha con determinación por la causa del papa Urbano VI y se traslada a Roma, donde permanece ya hasta su muerte.
La obra maestra de santa Catalina es el Dialogo della divina Provvidenza, obra dictada a sus discípulos sobre las visiones de la santa en los últimos años de su vida.
La veneración de san Josemaría hacia santa Catalina
San Josemaría tenía una veneración muy arraigada en su corazón por Catalina, y por eso llamaba Catalinas a sus Apuntes íntimos —anotaciones personales todavía inéditas que recogen, a modo de diario, sucesos biográficos, ideas para la meditación o fruto de ella, etc.— por devoción a la santa: «Son notas ingenuas —‘catalinas’ las llamaba, por devoción a la santa de Siena—, que escribí durante mucho tiempo de rodillas y que me servían de recuerdo y de despertador. Creo que, ordinariamente, mientras escribía con sencillez pueril, hacía oración». Probablemente tenía presente al usar este nombre la conexión entre las inspiraciones de la santa de Siena y sus manifestaciones posteriores en las cartas y en el Diálogo. Así sirven para documentar el progreso de la vida interior de san Josemaría y a la vez su aplicación a la obra que Dios le había encargado, el Opus Dei.
San Josemaría, en una carta de 1932 a los fieles del Opus Dei, hace el siguiente comentario: «Los santos resultan necesariamente unas personas incómodas, hombres o mujeres —¡mi santa Catalina de Siena!— que con su ejemplo y con su palabra son un continuo motivo de desasosiego, para las conciencias comprometidas con el pecado».
San Josemaría admiraba por una parte la franqueza con la que Catalina defendía la verdad. Por temperamento suyo y porque consideraba esta sinceridad una virtud fundamental: «Estoy seguro —escribió ya en el año 1957— de que habrá quienes no me perdonarán fácilmente que hable con esta claridad, pero debo hacerlo en conciencia y delante de Dios, por amor a la Iglesia, por lealtad a la santa Iglesia, y por el cariño que os debo. Tengo una especial devoción a santa Catalina —¡aquella “gran murmuradora”!—, porque no se callaba y decía grandes verdades por amor a Jesucristo, a la Iglesia de Dios y al romano pontífice».
En una carta escrita el 15 de agosto de 1964 vuelve a tocar el tema de la verdad que hay que decir con valentía, cuando hay confusión que obscurece el claro juicio de la conciencia: «En todas las épocas han existido divergencias, errores, exageraciones o actitudes disparadas: y la voz, que ha traspasado estas barreras, ha sido siempre la voz de la verdad ungida por la caridad. La voz de los verdaderos sabios, la voz del Magisterio; la voz, hijos míos, de los santos, que han sabido hablar en mil tonos, para aclarar, para exhortar, para llamar a una auténtica renovación. (…) Hijos míos, conocéis bien la historia de la Iglesia, y sabéis cómo el Señor se suele servir de almas sencillas y fuertes, para hacer su querer en momentos de confusión o de modorra de la vida cristiana. A mí me enamora la fortaleza de una santa Catalina, que dice verdades a las más altas personas, con un amor encendido y una claridad diáfana; me llenan de fervor las enseñanzas de un san Bernardo (…) Tantas y tantas voces proféticas, junto con el Magisterio iluminado de la Iglesia, inundan de luz a todo el Pueblo de Dios».
Santa Catalina, intercesora del apostolado de la opinión pública
Mientras los otros intercesores de la Obra, es decir, san Pío X, san Nicolás de Bari, san Juan María Vianney y santo Tomás Moro ya habían sido nombrados en años precedentes, parece que la idea de san Josemaría de invocar a santa Catalina para el apostolado de la opinión pública se remonta a 1964, como se lee en una carta dirigida a don Florencio Sánchez Bella, consiliario del Opus Dei en aquellos años en España, el 10 mayo de este año: «Voy a contarte ahora que se me ha avivado la devoción, que en mí es vieja, a santa Catalina de Siena: porque supo amar filialmente al papa, porque supo servir sacrificadamente a la santa Iglesia de Dios y… porque supo heroicamente hablar. Estoy pensando en declararla internamente patrona (intercesora) celestial de nuestros apostolados de la opinión pública ¡Ya veremos!».
Ya algunos días antes de esta carta, el fundador comentaba en la tertulia del 30 de abril, que antes de la reforma litúrgica era el día de la fiesta de santa Catalina: «Deseo que se celebre la fiesta de esta santa en la vida espiritual de cada uno, y en la vida de nuestras casas o centros. Siempre he tenido devoción a santa Catalina: por su amor a la Iglesia y al papa, y por la valentía que demostró al hablar con claridad siempre que fue necesario, movida precisamente por ese mismo amor. Antes lo heroico era callar, y así lo hicieron vuestros hermanos. Pero ahora lo heroico es hablar, para evitar que se ofenda a Dios Nuestro Señor. Hablar; procurando no herir, con caridad, pero también con claridad». Algunos días antes, también el romano pontífice san Pablo VI había hablado en una audiencia de esta fiesta eminente: «Sí, la fuerza del papa es el amor de sus hijos, y la unión de la comunidad eclesiástica, y la caridad de los fieles que bajo su guía forman un solo corazón y una sola alma. Esta contribución de energías espirituales, que viene del pueblo católico a la jerarquía de la Iglesia, que procede de cada cristiano y llega hasta el papa, nos hace pensar en la santa a quien mañana la Iglesia honrará de un modo especial, santa Catalina de Siena, la humilde, sabia, valiente virgen dominica que, como todos saben, amó al papa y a la Iglesia, a un nivel y con una fuerza de espíritu que no se han conocido en ningún otro».
El 13 de mayo de 1964, san Josemaría decide poner en práctica lo que había anunciado a don Florencio Sánchez Bella. En una tertulia volvió a tocar el tema de la futura intercesora y, después, sonriendo dijo: «¿Para qué esperar más? Es a mí, como fundador, a quien corresponde nombrarla, y en Casa hacemos las cosas de manera sencilla, sin solemnidades. La nombro intercesora ahora mismo». En ese momento pidió a José Luis Illanes que tomara papel y lápiz y dictó un aviso para enviar a todas las regiones: «El día 13 de mayo, considerando con cuánta claridad de palabra y con cuánta rectitud de corazón, santa Catalina de Siena manifestó, con audacia y sin acepción de personas, los caminos de la verdad a los hombres de su propio tiempo, decreté que el apostolado que los miembros del Opus Dei desarrollan en todo el mundo, con verdad y con caridad, para informar rectamente a la opinión pública, estuviera encomendado a la especial intercesión de esta santa».