"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

10 de agosto de 2021

San Lorenzo patrón de Santa Cruz


 

Evangelio (Jn 12, 24-26)


En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve, que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor. Si alguien me sirve, el Padre le honrará.


Comentario


El Papa Sixto II fue decapitado en el año 258 durante la persecución de Valeriano. Uno de sus diáconos, Lorenzo, se salvó temporalmente porque estaba a cargo de los bienes de la Iglesia: le dieron cuatro días para traerlos. Lorenzo distribuyó entonces esos bienes a los pobres. Una vez transcurrido el plazo, se presentó ante el magistrado acompañado de pobres y enfermos. “Estas son las riquezas de la Iglesia”, habría dicho. Los pobres y los enfermos son un tesoro. Hay una misteriosa presencia de Dios en sus sufrimientos. Se asocian especialmente a la cruz de Jesús.


Lorenzo fue sometido al tormento del fuego en una parrilla. Dicen que es el patrón de los Churrasqueros y debe ser por esto que en Santa Cruz es también el patrón de nuestra diócesis. Estando en el martirio en la parrilla, el diacono Lorenzo cuenta la tradición que les dijo a sus torturadores que le dieran la vuelta pues ya estaba bien hecho de un lado.


El cristiano no busca su propio martirio: no hay necesidad de precipitar los acontecimientos; pero es coherente con su fe y está dispuesto a dar su vida por Cristo. El grano de trigo debe morir para dar fruto (cf. Jn 12,24). Cuando san Agustín recuerda el martirio de san Lorenzo, compara la Iglesia con un jardín del Señor, con las rosas de los mártires; pero en este jardín hay toda clase de flores, añade. Depende de cada uno de nosotros saber dar nuestra vida como Dios se lo pide: eso es amar. A menudo, será de forma discreta y oculta, en el desempeño diario del trabajo bien hecho, en la atención a la familia, en la fidelidad a los amigos, en la cercanía con pobres y enfermos. Sería imprudente acelerar la llegada de un martirio sangriento, cuando es posible transformar el mundo desde dentro con una vida anclada en Dios y volcada al servicio de los demás.


El testimonio de san Lorenzo no carece de sentido del humor. "Dios ama al que da con alegría" (2 Cor 9,7). El sentido del humor muestra la humildad y una cierta distancia con un mundo que pasa, pero que nos gusta amar y reconducir a Dios. A través de su trabajo diario hecho santo, el bautizado une la creación con la redención. Al acercarse la solemnidad del 15 de agosto, que la Virgen María, Madre de la esperanza, nos ayude a realizar esta tarea con buen humor, con un corazón firme y confiado (cf. Sal 112 [111],7-8).


PARA TU ORACION PERSONAL 


Cuando en 1972 el cáncer que sufría se agravó, don José María (UNO DE LOS TRES PRIMEROS SACERDOTES DEL OPUS DEI)  se esforzó por conservar el buen humor.


Don José María Hernández Garnica llevaba tiempo luchando para sobrellevar los síntomas del cáncer que acabaría con su vida. La enfermedad seguía avanzado y a finales de enero de 1972 marchó a Pamplona para ser tratado de los problemas de garganta que padecía: cada vez le costaba más la deglución de alimentos y la pronunciación de algunas palabras. La exploración a la que fue sometido mostró parálisis de parte de la lengua. Así lo contaba el propio don José María, en una carta del 10 de febrero: “La lengua se me inmovilizó más y no puedo pronunciar las linguales. De todas maneras, los últimos días he mejorado. De tragar, hasta ahora bien, aunque prácticamente todo lo que tomo es líquido. Lo más espeso, yogurth. Dicen que es interno; un trastorno vascular y confían que, con la medicación, la naturaleza reaccione en unos meses”. Pero con el paso de las semanas, a pesar de que había momentos en que la enfermedad parecía estabilizarse, los problemas para la deglución de alimentos se mantenían.


El hecho es que sobrellevaba todas estas molestias con gran sencillez y humildad. Quien le trataba, al principio sólo detectaba su gran alegría, y que nunca se enfadaba. Pero su enfermedad era grave, y sólo con un trato permanente se llegaba a entrever que sufría dolores poco comunes.


Este sentido del humor tan característico suyo, y su completo abandono en manos de Dios, se refleja en esta carta que escribió el 31 de mayo de 1972 a su sobrina Teresa Temes: “Voy bastante bien de salud. Sigo comiendo a base de «potitos», es decir, «recién destetado», pero ya me he acostumbrado. Hoy me he pesado, después de seis semanas, y me he llevado un susto: he engordado dos kilos; y ahora que tiene uno línea, sería catastrófico abotijarme. Espero que el Padre me deje liberarme de esta vida «de canónigo» que llevo, y que si la lengua se para no es motivo para que no pueda seguir ayudando en Alemania. Veremos qué dicen los médicos, pero la verdad, para cuatro días que uno va a vivir, me parece que vale la pena rendir algo de tanto como ha recibido uno en casa. Sin embargo, si no conviene, seguiremos como la última temporada”.


Bien consciente era san Josemaría de esta actitud con la que afrontaba su enfermedad; así se desprende en la contestación a su carta: “Me dicen —y doy tantas gracias al Señor— que vas mejor de salud. Yo espero que te repondrás del todo y pronto, y así podremos dar gusto a los alemanes, que me escriben siempre diciendo por qué no vuelves y que te encuentran mucha falta. A primeros de octubre pienso abrazarte en Pamplona, sin prisa, y entonces veremos qué es lo que conviene que se haga. Mientras, cuídate, déjate cuidar, reza y sigue con tu buen humor” (Carta de san Josemaría, Roma, 8-VI-1972).


Por otro lado, se ha escrito mucho, y aún queda mucho por escribir, sobre San Josemaría Escrivá, el fundador del Opus Dei. Pero hay una faceta de su vida sobre la que raramente se habla y que siempre fue advertida por quienes le conocieron: su buen humor.


Recientemente consideré estas ideas, con motivo de un cambio de casa. Fue un trabajo que me exigió subir y bajar escaleras, con pesadas cajas de libros (fue entonces cuando descubrí que santo Tomás de Aquino escribió más de lo que yo soy capaz de soportar).


Entre todos esos libros, encontré un artículo de periódico publicado en 1975, año en el que falleció el fundador del Opus Dei. Se titulaba “Crónica desde Roma”, y lo firmaba Eugenio Montes. Decía así: “El anticlericalismo voltaireniano ha retratado calumniosamente la fe cristiana con tintes oscuros y apagados. Pero un signo de su santidad es precisamente la alegría que la caracteriza. Se ha dicho que es posible encontrar la sonrisa de santa Teresa en su prosa castellana”.


Felipe Neri, en plena contrarreforma, acostumbraba a lanzar discursos brillantes. Lo mismo ocurría a Josemaría Escrivá, cuya conversación solía resultar divertida y agradable a todos.


Muchas personas participaron de esta alegría. D. Pío María, un monje camaldunense, escribió que, en los años 40, en el monasterio de El Parral, solía escucharse: “por ahí viene el sacerdote que siempre está de buen humor”. El monje añadía: “Uno se sentía muy a gusto a su lado, a causa de su extraordinario calor humano”.


En una ocasión, san Josemaría y algunos sacerdotes más se perdieron en coche por las calles de Madrid. El conductor, un tal César, tenía muy poca experiencia. Los pasajeros estaban petrificados de miedo, sobre todo cuando el automóvil se salió de la carretera y circuló unos cuantos metros por la acera. Finalmente, chocó contra una farola. En el tenso silencio que siguió al accidente, el beato Josemaría dijo: “Ave, Caesar, morituri te salutant!” (repetía así la frase que los gladiadores dirigían al Cesar romano desde la arena: ¡Ave, Cesar, los que van a morir te saludan!). De este modo, la tensión y el miedo desaparecieron.


El famoso psiquiatra vienés Viktor Frankl —uno de los primeros discípulos de Freud, y tan acostumbrado a derribar mitos como su maestro— habló en una ocasión con el fundador del Opus Dei. Junto a su mujer, viajó a Roma por motivos profesionales, y allí visitaron a san Josemaría.


Después, el profesor Frankl resumió sus impresiones: “Lo que más me llamó la atención de su personalidad fue, en primer lugar, la refrescante serenidad que emanaba de él y que envolvía toda la conversación. Después, el increíble ritmo con que fluían sus ideas; y, finalmente, la sorprendente capacidad de entablar contacto inmediatamente con sus interlocutores”.


Viktor Frankl era tres años más joven que Josemaría Escrivá. Judío, sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis (incluidos Auschwitz y Dachau) gracias a su fe y su humanidad. En el prefacio de uno de sus libros, escribe: “A pesar de todo, uno debe decir ‘sí’ a la vida”. Frankl captó esta joie de vivre (‘alegría de vivir’) durante su conversación en Roma con el fundador del Opus Dei. Así lo describe en términos técnicos: “Monseñor Escrivá vivió de manera plena el momento presente, abriéndose a él y dándose a sí mismo completamente. En una palabra, para él cada instante tiene el valor de un momento decisivo (Kairos-Qualitäten)”.


Otro santo famoso por su vitalidad fue san Juan Bosco. Conservó su sentido del humor a pesar de sufrir el rechazo de quienes le rodeaban. Las autoridades llegaron incluso a enviar un carruaje para recogerle y llevarlo a un asilo. Se cuenta cómo Don Bosco, en el último momento, se apartó para dejar al oficial (otro clérigo) entrar primero en el vehículo; inmediatamente, cerró la puerta y dejó marchar al carruaje. Con esta broma tan práctica logró evitar el internamiento psiquiátrico. Estoy seguro de que san Josemaría y Viktor Frankl se hubieran divertido con este suceso.