"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

24 de noviembre de 2021

SER SANTO EN LA VIDA COTIDIANA

 



Evangelio (Lc 21,12-19)


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


— Pero antes de todas estas cosas os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio. Así pues, convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.


Comentario


Continúa el discurso escatológico de Jesús con sus vaticinios sobre los últimos tiempos. Esta vez, el presagio parece todavía más inquietante: la persecución a los propios discípulos de Jesús, por causa de su nombre.


Y así sucedió en la primitiva comunidad cristiana, poco después de que el Espíritu Santo descendiera sobre los Apóstoles. Ellos actuaban en nombre de Jesús, sin miedo, a pesar de los encarcelamientos, los malos tratos: nada los frenaba. Acudían a la oración, y recibían la fuerza del Espíritu Santo (cf. Hch 4,24-31).


El primer mártir, Esteban, “hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hch 6,8), y los que le escuchaban “no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (8,10). Todo se cumplía tal como había vaticinado Jesús, porque aquellos discípulos confiaban profundamente en Él. Y valoraban más la salvación de las almas que su propia vida. No solo eso, estaban “gozosos (...) porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre” (Hch 5,41).


En verdad, aquel rechazo de la palabra evangelizadora de los apóstoles era el camino previsto por Dios para que su mensaje llegase a muchos hombres y mujeres: “la palabra de Dios se propagaba, y aumentaba considerablemente el número de discípulos en Jerusalén” (Hch 6,7).


Nos admiramos ante la perseverancia de los primeros cristianos, por medio de la cual no solo salvaron sus almas, sino la de miles de personas. Pero la persecución a la Iglesia no ha cesado a lo largo de los siglos: es como un signo de su vitalidad, de su perenne juventud.


Y hoy Jesús y su Espíritu siguen vivificando las almas de tantos cristianos que no temen dar su vida por el Evangelio, rezando también por sus perseguidores, pues los aman y los perdonan, fieles a las palabras y al ejemplo de Jesús: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5,44); “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).


Así hizo Esteban, antes de morir lapidado: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60). Necesitamos esa misma actitud de oración, perdón y perseverancia en el bien en nuestro vivir cotidiano cuando nos encontramos con quienes parecen oponerse a la misión de la Iglesia.


PARA TU ORACION PERSONAL

6mensajes de San Josemaría para vivir bien la visa cotidiana 


1. Ilusionarse con la vida ordinaria


Sabemos que nos encontramos en el plano de nuestra santificación frente al trabajo profesional o al estudio, en las realidades cotidianas… pero, día tras día, se pueden tornar repetitivas. Lo que empezamos con mucha ilusión luego acaba por aburrirnos, y lo que creíamos que era una tarea importante, parece no tener sentido.


Cuando a san Josemaría le preguntaron cómo llevar adelante el trabajo ordinario para santificarlo, cuando se presenta aparentemente sin brillo, él respondió que hay que convertir la prosa del día en endecasílabos, en poesía heroica, en una canción nueva. «¡No es verdad que tus días sean iguales! si pones amor en tus días, cada día es distinto», explicó con una sonrisa, añadiendo que en la vida hay que hacerlo todo por amor, porque el amor tiene alas, y así, volando a veces más alto o más bajo, las perspectivas del día, aun siendo parecidas, se presentarán siempre distintas.


Es así que, aunque lo que hagamos, a los ojos humanos, parezca ser poca cosa, hecho por amor se convierte en algo grande a los ojos de Dios. Y nosotros, que buscamos la novedad para entusiasmarnos, descubriremos que solo necesitamos poner un amor nuevo para recuperar la ilusión que vamos empañando con el paso del tiempo. Si no se nos ocurre cómo hacer nuevo ese amor, siempre podemos acudir a Dios y pedírselo, que él nos renueve la ilusión con que comenzamos una tarea, para finalizarla de la misma manera. Aunque ilusiones humanas no hayan, que nuestra ilusión sea sobrenatural, que sea quererle más, agradarle mejor.


2. Supérate cada día


«Que no te de vergüenza ser un pobre cacharro, con defecto, pero lucharemos toda la vida para no tenerlos, hasta el final. ¡Eso es amor!», es otro consejo que dejó San Josemaría.


Sabemos que no podemos hacer todo bien, pero como que lo sabemos en teoría. Porque cuando de verdad nos vemos frente a frente con nuestros defectos, con nuestros errores, nos ponemos tristes. No tenemos que ponernos tristes. Sí, pueden dolernos las equivocaciones, pero la tristeza ya viene más bien como consecuencia de la vanidad: “¡cómo yo voy a fallar!”, o de la desconfianza en el amor de Dios: “no soy lo suficientemente bueno como para que Dios me quiera”.


Mientras queramos ser santos –y lo queremos– nos pasaremos la vida rectificando. Defectos los tenemos, simplemente Dios espera que los reconozcamos y, con humildad, nos pongamos delante de Él, pidiéndole que nos limpie, que nos ayude a sacárnoslos de encima.


Podemos acudir a la Virgen, presentarle nuestras intenciones: “Mira, yo quisiera hacer todo esto… pero ¡soy tan pequeño! Solo esto he alcanzado a hacer, esto otro ya no lo pude hacer, me equivoqué”. Con seguridad, Ella se encargará de ayudarnos a reparar en lo que fallamos, y le llevará lo bueno que hicimos al Padre y le dirá “¡Mira qué bonito esto que hizo este hijo Tuyo!”. Seríamos tontos si no acudiéramos a tan buena intercesora.


3. El mejor negocio es educar a los hijos


Hoy día, más que nunca, es necesario repetir este mensaje. Hay que volver a jugar con los hijos, hay que estar disponibles para ellos, presente en su educación. ¿Cómo podrían hacerse amigos de los hijos los padres ausentes? No quiere decir que haya que descuidar el trabajo, hay que hacerlo bien y en el tiempo suficiente como para equilibrarlo con la vida familiar, recordando el trabajo más importante es el matrimonio y la paternidad, que la formación de los hijos “es el mejor negocio”.


Al mismo tiempo, el mensaje también va dirigido a los hijos, quienes tienen que perder el miedo de acudir a sus padres. Hay que aprender, en cambio, a uno mismo buscar esa educación que los padres quieren transmitir. Pedir consejos, escuchar, y mostrar la apertura suficiente para asimilar los criterios que nos quieren inculcar.


4. Sonreír siempre


Un santo triste es un triste santo, diría en otra oportunidad San Josemaría. El cristiano contiene en sí la alegría de llevar consigo la Buena Nueva: Dios nos ha redimido, nos ha hecho hijos del Padre Eterno. Estamos creados para vivir esa felicidad, hasta encontrarnos con la felicidad plena del Cielo. No podemos andar con caras avinagradas, como recuerda continuamente el Papa Francisco. Es un desafío, porque a veces hay que sonreír incluso cuando tantas cosas duelen.


Y no lo hacemos por masoquistas, sino porque, como dije, conocemos una verdad más alta que supera nuestra pena temporal, y nos enseña a llevar cristianamente el sufrimiento, incluso cuando atravesamos situaciones por las que no esperábamos pasar, incluso en el dolor y en la enfermedad, es posible – y heroico- sonreír. O podemos estar alegres, incluso con el rostro serio, porque somos portadores de la alegría.


Es también un acto de generosidad sonreír para hacer más agradable la vida de los demás, saliendo de uno mismo, del egoísmo, de lo que a uno le parece más cómodo.


5. Dios no nos abandona


Incluso cuando parece que nada dura, que nadie permanece para siempre, podemos tener la confianza en que Dios no se va a ninguna parte. «El Señor es el de siempre, Él no nos abandonará», nos explicó san Josemaría en una tertulia. Cuando se ven tantas realidades difíciles, tanta gente alejada de Dios que, al mismo tiempo, procura alejarnos de Él, Él nos da la fortaleza para vivir nuestra fe y hacer un apostolado eficaz, con el deseo de arrojar algo de luz a quienes están en el error. No estamos solos. También cuando nosotros creemos que estamos “empujándole”, alejándole, por culpa de nuestros fracasos o nuestras faltas, sigue buscándonos. Él nos muestra su misericordia amante, compadeciéndonos e inventando todos los medios para que podamos volver a su casa.


Y así mismo está a nuestro lado cuando no le sentimos. Cuando las situaciones difíciles nos hacen exclamar como Cristo en la Cruz «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», Él está ahí. Jesús, cuando dijo esto sintió en su carne humana el absoluto despojo, porque quería experimentar desde su perfecta humanidad lo que nosotros también podemos llegar a sentir. Es decir, en nuestro dolor, Él no abandona, no nos abandonó. Tampoco el Padre abandonó al Hijo, ni nos abandona a nosotros, también hijos.


6. Los misterios de la fe


Creer en Dios comporta tener fe. Sí, pero además –aunque muchos no lo entiendan– también reconocemos a Dios por medio de la razón. Y es necesario formarla; conocer la doctrina, y por qué creemos lo que creemos. No obstante, existen misterios que no alcanzamos mediante la razón. Pero no porque no tengan sentido, sino porque nuestra comprensión se queda corta, y es lo más razonable al tener en cuenta que somos seres limitados que pretendemos entender lo ilimitado.« La vida de fe no consiste en entenderlo todo porque la razón es limitada y la sabiduría de Dios, infinita» (San Josemaría).


Ahí a donde no llegamos por medio de la razón, llegamos gracias a la revelación. Y ahí entra en juego la fe, creer en aquello que nos fue entregado porque por nosotros mismos no llegaríamos. Ante esta realidad, nuestra actitud debe ser: agradecer a Dios, por las luces que nos concede y por cuánto nos ha revelado. Y glorificarle por cuánto aún no entendemos, porque sería un Dios muy pequeño si entrase en nuestro entendimiento. Como dice San Josemaría: «Delante de Dios, me encontraría yo muy soberbio, si lo entendiera. Me pongo y digo: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Sé que el Señor está muy contento de que yo le glorifique, de que yo crea. Y cuando tengo un atisbo de claridad, me pongo muy contento; y cuando no entiendo nada, me pongo más contento aún y digo: Señor, es justo, porque mi cabeza es muy poca cosa. Me alegro de tu grandeza, de tu hermosura, de tu poder, de tu belleza: ¡gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo!».