"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

23 de julio de 2024

MARIA.desató los nudos

 



Evangelio (Mt 12, 46-50)


Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces: -Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo. Pero él respondió al que se lo decía: -¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: -Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.



PARA TU RATO DE ORACION 



JESÚS se encontraba rodeado por la multitud cuando, de repente, alguien se acercó a él y le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo». El Señor entonces respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando a aquellas personas que lo buscaban, añadió: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12,46-50).


En un primer momento, la reacción de Cristo puede parecer fría. Da la impresión de que no hace demasiado caso a su madre. Sin embargo, después le dirige el mayor de los elogios porque María, como nadie, ha cumplido la voluntad de Dios. San Agustín dice que ella concibió a Jesús primero por la fe, y que es bienaventurada porque guardó la verdad antes en su mente que en su seno[1]. La afirmación es atrevida: María es más madre de Cristo por la fe que por la naturaleza. Ella cumplió la voluntad de Dios cuando aceptó la propuesta del ángel de ser la madre del Mesías. Pero no solo. Más adelante se presentaron otras ocasiones para volver a acoger los planes divinos.


«La Virgen no solo dijo fiat –comentaba san Josemaría–, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y conozcamos lo que él quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y a serlo efectivamente»[2]. A lo largo de nuestra vida tendremos muchas oportunidades para abrazar la voluntad de Dios en lo grande y en lo pequeño. La actitud de María nos muestra que no hay nada que nos haga más felices que seguir con amor y libertad los planes que el Señor tiene pensado para nosotros. «Acepta sin miedo la Voluntad de Dios; formula sin vacilaciones el propósito de edificar, toda tu vida, con lo que nos enseña y exige nuestra fe. –De este modo, ten por cierto que, también con penas e incluso con calumnias, serás feliz, con una felicidad que te impulsará a amar a los demás, y a hacerles participar de tu alegría sobrenatural»[3].


MARÍA, con su obediencia a la voluntad divina, desató los nudos que había provocado la desobediencia de Eva[4]. El deseo de ser como Dios de la primera mujer había herido profundamente la naturaleza humana. María, al confesarse como esclava del Señor, permitió que Dios se hiciera hombre para liberarnos de la esclavitud del pecado. El sí de la Virgen, por tanto, contribuyó a darnos una nueva libertad.


A veces se puede pensar que la obediencia y la libertad son dos realidades contrapuestas. Se cree entonces que optar por una irá siempre en detrimento de la otra. Este planteamiento sería cierto en una relación marcada por el pecado. En ese caso, obedecer a los dictados del mal efectivamente contribuye a reducir la propia libertad. Poco a poco uno va perdiendo la autonomía para elegir el bien y se siente incapaz de obrar por amor. Se actúa no tanto por un ideal que inspira la propia existencia y que llena de alegría, sino por la fuerza irresistible con que el pecado se manifiesta.


María, en cambio, nos enseña que es posible obedecer a Dios y ser auténticamente libres. «La libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente. La libertad solo puede entregarse por amor; otra clase de desprendimiento no la concibo. No es un juego de palabras, más o menos acertado. En la entrega voluntaria, en cada instante de esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios»[5]. Por este motivo, como recuerda el prelado del Opus Dei, la obediencia a Dios, cuando se realiza por amor, «no solo es acto libre, sino además acto liberador»[6]: nos desata de los lazos del pecado y nos permite descubrir el bien que supone para la propia vida cumplir la voluntad divina. Esta es la felicidad que canta el salmista: «Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón. Los mandamientos del Señor son puros, dan luz a los ojos» (Sal 19,9).


A LO LARGO de la historia de la salvación, el Señor comunicó su voluntad a través de personas bien concretas. Algunos profetas, por ejemplo, exhortaron a sus contemporáneos judíos a abandonar los cultos extranjeros para adorar solamente al Dios de Israel. David fue elegido para ser rey de Israel a través de Samuel, quien recibió del Señor la indicación de ungirlo. También hoy Dios «puede hacernos ver su voluntad a través de las personas que nos rodean, revestidas de mayor o menor autoridad, dependiendo de la instancia y del contexto. Saber que Dios nos puede hablar a través de otras personas o de sucesos más o menos corrientes, la convicción de que ahí podemos escucharle, genera en nosotros una actitud dócil frente a sus designios, escondidos también en las palabras de quienes nos acompañan en el camino»[7].


Ciertamente, esto no quiere decir que todo consejo que recibamos sea infalible. «Dios no nos impone una obediencia ciega, sino una obediencia inteligente»[8]. Y esto supone confrontar lo que nos dicen con lo que pensamos, en un diálogo abierto con la otra persona, a quien manifestamos con humildad y confianza nuestro punto de vista. En este sentido, el prelado del Opus Dei recuerda que «quienes tienen autoridad deben extremar la delicadeza para no imponer innecesariamente sus criterios, y para evitar que sus indicaciones o consejos puedan interpretarse en sí mismos como una expresión diáfana de la voluntad de Dios»[9].


Habrá ocasiones en las que una persona nos pueda transmitir la voluntad divina porque nos recuerda un precepto de las enseñanzas de la fe católica cuando, por ejemplo, tenemos la disyuntiva entre un acto pecaminoso y otro que no lo es. Pero la mayoría de las veces será más difícil discernir, pues varias de las opciones pueden ser buenas y no sabemos cuál es la preferible en ese caso concreto: aceptar o rechazar un empleo, comprar o prescindir de algo, realizar o no un determinado plan… El consejo de una persona que nos quiere, y que tiene la gracia del Señor para ayudarnos, puede darnos un poco de luz, pues advertimos la propia insuficiencia y nos damos cuenta de que nuestros sentimientos pueden restar objetividad a nuestro juicio. Sin embargo, esos consejos son una ayuda para que cada uno tome con total libertad una decisión prudente. La Virgen María nos podrá ayudar a cumplir y amar la voluntad divina en todo momento, sabiendo que el Señor es el primer interesado en nuestra propia felicidad y es quien hace cada vez más ancha y valiosa la propia libertad.