¡Mira qué entrañas de
misericordia tiene la justicia de Dios! —Porque en los juicios humanos, se
castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona.
¡Bendito sea el santo Sacramento
de la Penitencia!
Camino, 309
Otra caída... y ¡qué caída!...
¿Desesperarte?... No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor
Misericordioso de Jesús. —Un "miserere" y ¡arriba ese corazón! —A
comenzar de nuevo.
Camino, 711
Acostúmbrate a poner tu pobre
corazón en el Dulce e Inmaculado Corazón de María, para que te lo purifique de
tanta escoria, y te lleve al Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús.
Surco, 830
Sí, tienes razón: ¡qué hondura,
la de tu miseria! Por ti, ¿dónde estarías ahora, hasta dónde habrías
llegado?...
"Solamente un Amor lleno de
misericordia puede seguir amándome", reconocías.
—Consuélate: El no te negará ni
su Amor ni su Misericordia, si le buscas.
Forja, 897
En este torneo de amor no deben
entristecernos las caídas, ni aun las caídas graves, si acudimos a Dios con
dolor y buen propósito en el sacramento de la Penitencia.
Es Cristo que pasa, 75
El cristiano no es un maníaco
coleccionista de una hoja de servicios inmaculada. Jesucristo Nuestro Señor se
conmueve tanto con la inocencia y la fidelidad de Juan y, después de la caída
de Pedro, se enternece con su arrepentimiento. Comprende Jesús nuestra
debilidad y nos atrae hacia sí, como a través de un plano inclinado, deseando
que sepamos insistir en el esfuerzo de subir un poco, día a día. Nos busca,
como buscó a los dos discípulos de Emaús, saliéndoles al encuentro; como buscó
a Tomás y le enseñó, e hizo que las tocara con sus dedos, las llagas abiertas
en las manos y en el costado. Jesucristo siempre está esperando que volvamos a
El, precisamente porque conoce nuestra debilidad.
Es Cristo que pasa, 75
Si consideramos las cosas
despacio, veremos que un Dios Creador es admirable; un Dios, que viene hasta la
Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un Dios que
nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más paternal?
¿Vosotros guardáis rencor a vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro
Señor, en cuanto le pedimos perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!
Palabras de san Josemaría
recogidas en el libro “Antes, más y mejor” de Lázaro Linares, ediciones Rialp
2001
Si alguna vez caes, hijo, acude
prontamente a la Confesión y a la dirección espiritual: ¡enseña la herida!,
para que te curen a fondo, para que te quiten todas las posibilidades de
infección, aunque te duela como en una operación quirúrgica.
Forja, 192
¡Nos hace tanto bien volver a Él
cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de
perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia.
Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da
ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros
una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor
infinito e inquebrantable. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.3
Superabundancia de caridad
La Iglesia tiene que ser el lugar
de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. Papa Francisco,
Evangelii Gaudium, n. 114
A todos los que estamos
dispuestos a abrirle los oídos del alma, Jesucristo enseña en el sermón de la
Montaña el mandato divino de la caridad. Y, al terminar, como resumen explica:
amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de recibir nada a
cambio, y será grande vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque
El es bueno aun con los ingratos y malos. Sed, pues, misericordiosos, así como
también vuestro Padre es misericordioso.
La misericordia no se queda en
una escueta actitud de compasión: la misericordia se identifica con la
superabundancia de la caridad que, al mismo tiempo, trae consigo la
superabundancia de la justicia. Misericordia significa mantener el corazón en
carne viva, humana y divinamente transido por un amor recio, sacrificado,
generoso. Así glosa la caridad San Pablo en su canto a esa virtud: la caridad
es sufrida, bienhechora; la caridad no tiene envidia, no obra precipitadamente,
no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no
piensa mal, no se huelga de la injusticia, se complace en la verdad; a todo se
acomoda, cree en todo, todo lo espera y lo soporta todo.
Amigos de Dios, 232
Hay que abrir los ojos, hay que
saber mirar a nuestro alrededor y reconocer esas llamadas que Dios nos dirige a
través de quienes nos rodean. No podemos vivir de espaldas a la muchedumbre,
encerrados en nuestro pequeño mundo. No fue así como vivió Jesús. Los
Evangelios nos hablan muchas veces de su misericordia, de su capacidad de
participar en el dolor y en las necesidades de los demás: se compadece de la
viuda de Naím, llora por la muerte de Lázaro, se preocupa de las multitudes que
le siguen y que no tienen qué comer, se compadece también sobre todo de los
pecadores, de los que caminan por el mundo sin conocer la luz ni la
verdad:desembarcando vio Jesús una gran muchedumbre, y enterneciéronsele con
tal vista las entrañas, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a
instruirlos en muchas cosas.
Cuando somos de verdad hijos de
María comprendemos esa actitud del Señor, de modo que se agranda nuestro
corazón y tenemos entrañas de misericordia. Nos duelen entonces los
sufrimientos, las miserias, las equivocaciones, la soledad, la angustia, el
dolor de los otros hombres nuestros hermanos. Y sentimos la urgencia de
ayudarles en sus necesidades, y de hablarles de Dios para que sepan tratarle
como hijos y puedan conocer las delicadezas maternales de María.
Es Cristo que pasa, 146.
Un amor que no decae
Qué hermosa es esta realidad de
fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo
el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y
nos sostiene, nos levanta, nos guía”. Papa Francisco, homilía 7-4-2013
Si recorréis las Escrituras
Santas, descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios:
llena la tierra, se extiende a todos sus hijos,super omnem carnem; nos rodea,
nos antecede, se multiplica para ayudarnos, y continuamente ha sido confirmada.
Dios, al ocuparse de nosotros como Padre amoroso, nos considera en su
misericordia: una misericordia suave, hermosa como nube de lluvia.
Jesucristo resume y compendia
toda esta historia de la misericordia divina: bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Y en otra ocasión: sed
misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso. Nos han
quedado muy grabadas también, entre otras muchas escenas del Evangelio, la
clemencia con la mujer adúltera, la parábola del hijo pródigo, la de la oveja
perdida, la del deudor perdonado, la resurrección del hijo de la viuda de Naím.
¡Cuántas razones de justicia para explicar este gran prodigio! Ha muerto el
hijo único de aquella pobre viuda, el que daba sentido a su vida, el que podía
ayudarle en su vejez. Pero Cristo no obra el milagro por justicia; lo hace por
compasión, porque interiormente se conmueve ante el dolor humano.
Es Cristo que pasa, 7
Nuestro Señor Jesucristo, como si
aún no fueran suficientes todas las otras pruebas de su misericordia, instituye
la Eucaristía para que podamos tenerle siempre cerca y —en lo que nos es
posible entender— porque, movido por su Amor, quien no necesita nada, no quiere
prescindir de nosotros. La Trinidad se ha enamorado del hombre, elevado al
orden de la gracia y hecho a su imagen y semejanza; lo ha redimido del pecado
—del pecado de Adán que sobre toda su descendencia recayó, y de los pecados
personales de cada uno— y desea vivamente morar en el alma nuestra: el que me
ama observará mi doctrina y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos
mansión dentro de él.
Es Cristo que pasa, 84
Dios no se cansa de perdonar
Insisto una vez más: Dios no se
cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su
misericordia. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, n.3
Otra caída... y ¡qué caída!...
¿Desesperarte?... No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor
Misericordioso de Jesús. —Un "miserere" y ¡arriba ese corazón! —A
comenzar de nuevo. Camino, 711
Dale vueltas, en tu cabeza y en
tu alma: Señor, ¡cuántas veces, caído, me levantaste y, perdonado, me abrazaste
contra tu Corazón!
Dale vueltas..., y no te separes
de El nunca jamás
Forja, 173
Cuanto más grande seas, humíllate
más y hallarás gracia ante el Señor. Si somos humildes, Dios no nos abandonará
nunca. El humilla la altivez del soberbio, pero salva a los humildes. El libera
al inocente, que por la pureza de sus manos será rescatado. La infinita
misericordia del Señor no tarda en acudir en socorro del que lo llama desde la
humildad. Y entonces actúa como quien es: como Dios Omnipotente. Aunque haya
muchos peligros, aunque el alma parezca acosada, aunque se encuentre cercada
por todas partes por los enemigos de su salvación, no perecerá. Y esto no es
sólo tradición de otros tiempos: sigue sucediendo ahora.
Amigos de Dios, 104
¿Piensas que tus pecados son
muchos, que el Señor no podrá oírte? No es así, porque tiene entrañas de
misericordia. Si, a pesar de esta maravillosa verdad, percibes tu miseria,
muéstrate como el publicano: ¡Señor, aquí estoy, tú verás! Y observad lo que
nos cuenta San Mateo, cuando a Jesús le ponen delante a un paralítico. Aquel
enfermo no comenta nada: sólo está allí, en la presencia de Dios. Y Cristo,
removido por esa contrición, por ese dolor del que sabe que nada merece, no
tarda en reaccionar con su misericordia habitual: ten confianza, que perdonados
te son tus pecados.
Amigos de Dios, 253