"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

31 de julio de 2014

JUEVES de la 17a semana del Tiempo Ordinario San IGNACIO de Loyola

Mateo 13,47-53.

Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.  Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.  Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,  para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.  ¿Comprendieron todo esto?"

"Sí", le respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". 


Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.

La lectura espiritual ha hecho muchos santos

— La influencia de la lectura en la conversión de San Ignacio.
— Importancia de la lectura espiritual.
— Cuidar lo que se lee. Modo de hacer la lectura espiritual.





I. Según cuenta en su Autobiografía Ignacio de Loyola «hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra»1. Después de haber sido herido en una pierna en la defensa de la ciudad de Pamplona fue llevado en una litera a su tierra, donde estuvo al borde de la muerte; después de una larga convalecencia recuperó la salud. En este tiempo, «y porque era muy dado a leer libros mundanos y falsos, que suelen llamar de caballerías, sintiéndose bueno, pidió que le diesen algunos dellos para pasar el tiempo: mas en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los santos en romances»2. Se aficionó a estas lecturas, reflexionó en ellas en el largo tiempo que hubo de guardar cama, y «leyendo la vida de Nuestro Señor y de los santos, se paraba a pensar, razonando consigo: ¿Qué seria, sí yo hiciese esto que hizo San Francisco, y esto que hizo Santo Domingo?. Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas ...»3.
Se alegraba cuando se determinaba a seguir la vida de los santos y se entristecía cuando abandonaba estos pensamientos. «Y cobrada no poca lumbre de aquesta lección, comenzó a pensar más de veras en su vida pasada, y en cuánta necesidad tenía de hacer penitencia de ella»4. Así, poco a poco, Dios se fue metiendo en su alma, y de caballero valeroso de un señor terreno pasó «a heroico caballero del Rey Eterno, Jesucristo. La herida que sufriera en Pamplona, la larga convalecencia en Loyola, las lecturas, la reflexión y la meditación bajo el influjo de la gracia, los diversos estados de ánimo por los que pasaba su espíritu, obraron en él una conversión radical: de los sueños de una vida mundana a una plena consagración a Cristo, que aconteció a los pies de Nuestra Señora de Montserrat y maduró en el retiro de Manresa»5.
El Señor se valió de la lectura para la conversión de San Ignacio. Y así ha sido en muchos otros: Dios ha penetrado en muchas almas a través de un buen libro. Verdaderamente, «la lectura ha hecho muchos santos»6. En ella encontramos una gran ayuda para nuestra formación, y también para nuestra conversación diaria con Dios. «En la lectura me escribes formo el depósito de combustible. Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar»7. Un buen libro para lectura espiritual es un gran amigo, del que nos cuesta separarnos porque nos enseña el camino que conduce a Dios, y nos alienta y ayuda a recorrerlo.
II. La lectura espiritual cobra particular importancia en nuestros días, pues de ordinario será uno de los medios más importantes para alcanzar esa buena doctrina que ha de servirnos para alimentar nuestra piedad y para dar a conocer la fe a un mundo lleno de una profunda ignorancia. No es raro que en nuestra conversación normal de todos los días con amigos, parientes, conocidos... nos encontremos con que desconocen las nociones más elementales de la fe y los criterios más fundamentales para enjuiciar los problemas del mundo. Desgraciadamente, sigue siendo actual lo que en los primeros siglos del cristianismo escribía San Juan Crisóstomo, lamentándose de la ignorancia religiosa de muchos cristianos de su época: «a veces ocurre escribe el Santo que consagramos todo nuestro esfuerzo a cosas, no solo superfluas, sino incluso inútiles o perjudiciales, mientras se abandona y desprecia el estudio de la Escritura. Aquellos que en las competiciones hípicas se excitan hasta el colmo, pueden referir con rapidez el nombre, la yeguada, la raza, la nación, el entrenamiento de los caballos, los años de su vida, la velocidad de su carrera, y quién con quién, si galoparan unidos, conseguirían la victoria; y qué caballo, entre estos o aquellos, si toma parte en la carrera y si fuera montado por tal jinete, vencería la prueba... Si, por el contrario, nos preguntamos cuántas son las epístolas de San Pablo, ni siquiera su número sabemos expresar»8. El Señor nos urge para que iluminemos con la doctrina católica la oscuridad y la cerrazón de tantos que ignoran las verdades fundamentales de la fe y de la moral.
Cuando son tantas las publicaciones, las imágenes que cada día nos llegan, que por sí mismas no acercan a Dios y muchas veces tienden a separar de Él, se hacen urgentes unos momentos de reflexión al hilo de esa lectura adecuada que nos recuerde nuestro fin último, el sentido de la vida y de los acontecimientos a la luz de las enseñanzas de la Iglesia9. Un buen libro puede llegar a ser un excelente amigo «que nos pone delante los ejemplos de los santos, condena nuestra indiferencia, nos recuerda los juicios de Dios, nos habla de la eternidad, disipa las ilusiones del mundo, responde a los falsos pretextos del amor propio, nos proporciona los medios para resistir a nuestras pasiones desordenadas. Es un monitor discreto que nos avisa en secreto, un amigo que jamás nos engaña...»10. A la lectura se le pueden aplicar las palabras que la Escritura reserva a una buena amistad: podemos decir que cuando encontramos un buen libro hemos hallado un tesoro11. En muchos casos, una buena lectura espiritual puede ser decisiva en la vida de una persona, como lo fue en la vida de San Ignacio de Loyola y en la de tantos cristianos. Aconsejar buenos libros es también una forma excelente de apostolado, de enriquecer espiritualmente a nuestros amigos.
III. He venido a traer fuego a la tierra dice el Señor ¡Y ojalá estuviera ya ardiendo!12.
Para extender ese amor a Dios por el mundo entero necesitamos tenerlo en el corazón, como lo tuvo San Ignacio. Y la lectura espiritual da luces en la vida interior, propone ejemplos vivos de virtud, enciende en deseos de amor a Dios y es una gran ayuda para la oración, además de ser un excelente medio para una buena formación doctrinal. En los Santos Padres se encuentran frecuentes y concretas enseñanzas sobre la lectura espiritual. San Jerónimo, por ejemplo, aconseja que se lean cada día unos versículos de la Sagrada Escritura, y «escritos espirituales de hombres doctos, cuidando, sin embargo, de que sean autores de fe segura, porque no se puede buscar el oro en medio del fango»13. La lectura espiritual ha de hacerse con libros cuidadosamente escogidos, de modo que constituya con seguridad el alimento que necesita nuestra alma según las personales circunstancias. En estas, como en tantas otras ocasiones, la ayuda que recibimos en la dirección espiritual puede ser inestimable. En general, más que obras que intenten presentar nuevos problemas teológicos(que probablemente solo interesarán a especialistas de la ciencia teológica) hay que elegir libros que ilustren los fundamentos de la doctrina común, que expongan claramente el contenido de la fe, que nos ayuden a contemplar la vida de Jesucristo.
Para hacer con provecho la lectura espiritual a veces bastará que le dediquemos, por ejemplo, quince minutos diarios, incluyendo algunos versículos del Nuevo Testamento será necesario leer despacio, con atención y recogimiento, «parándote a considerar, rumiar, pensar y saborear las verdades que te tocan más de cerca, para grabarlas más hondamente en tu alma, y sacar de ella actos y afectos»14 que lleven a amar más a Dios. San Pedro de Alcántara solía dar un consejo parecido: la lectura «no ha de ser apresurada ni corrida, sino atenta y sosegada; aplicando a ella no solo el entendimiento para entender lo que se lee, sino mucho más la voluntad para gustar lo que se entiende. Y cuando hallare algún paso devoto, deténgase algo más en él para mejor sentirlo»15.
Ayuda mucho hacerla con continuidad, con el mismo libro, y podrá ser útil llevarlo con nosotros cuando nos ausentamos en fines de semana, viajes profesionales, etc., como hacemos con otros enseres, quizá más voluminosos y menos útiles. En determinadas épocas nos será también de gran provecho «volver a leer las obras que años atrás hicieron bien a nuestras almas. La vida es corta; por eso nos hemos de contentar con leer y releer aquellos escritos que verdaderamente llevan impresa la huella de Dios, y no perder el tiempo en lecturas de cosas sin vida y sin valor»16.
A San Ignacio le pedimos que nos ayude desde el Cielo a sacar abundante provecho de nuestra lectura espiritual y que convierta nuestro corazón para un mayor servicio de Dios.
Señor, Dios nuestro, que has suscitado en tu Iglesia a San Ignacio de Loyola para extender la gloria de tu nombre, concédenos que después de combatir en la tierra, bajo su protección y siguiendo su ejemplo, merezcamos compartir con él la gloria del Cielo17.
1 San Ignacio de LoyolaAutobiografía, en Obras completas, BAC, Madrid 1963, I, 1. — 2 Ibídem, 1, 5. — 3Ibídem, 1, 7. — 4 Ibídem, I, 9. — 5 Juan Pablo IIMensaje para el Año Ignaciano, 31-VII-1990. — 6 Cfr. San Josemaría EscriváCamino, n. 116. — 7 Ibídem, n. 117. — 8 San Juan CrisóstomoHomilías sobre algunos pasajes del Nuevo Testamento, 1, 1. — 9 Cfr. E. BoylanEl amor supremo, Rialp, 3.ª ed., Madrid 1963, vol. I, pp. 181 ss. — 10 Berthier, cit. por A. Royo Marín en Teología de la perfección cristiana, 4.ª ed., BAC, Madrid 1962, p. 737. — 11 Cfr. Ecl 6, 14. — 12 Antífona de comunión, Lc 12, 49. — 13 San JerónimoEpístola 54, 10. — 14 San Juan EudesRoyaume de Jésus, II. 15, 196. — 15 San Pedro de AlcántaraTratado de la oración y meditación, I, 7. — 16 R. Garrigou-LagrangeLas tres edades de la vida interior, Palabra, 4.ª ed., Madrid 1982, vol. I, p. 291. — 17 Oración colecta de la Misa.
* Nació el año 1491 en Loyola; siguió la carrera de las armas. Fue herido en la defensa de Pamplona; trasladado a su tierra natal, se convirtió durante la convalecencia a través de la lectura de una vida del Señor y vidas de algunos santos. Marchó a París para estudiar teología y allí reunió a los primeros seguidores, con los que más tarde, en Roma, fundaría la Compañía de Jesús. Murió en esta ciudad el año 1556.

30 de julio de 2014

MIERCCOLES DE LA 17a semana del tiempo Ordinario

Mateo 13,44-46.

Jesús dijo a la multitud:
 
"El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. 

El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;  y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró."

VOCACION.... A QUÉ?

— La vocación, algo de inmenso valor, una muestra muy particular del amor de Dios.
— Dios pasa por la vida de cada persona en circunstancias bien determinadas de edad, trabajo, etc. Pasa y llama.
— Generosidad ante la llamada del Señor.


I. El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. También es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra1.
Con estas dos parábolas descubre Jesús en el Evangelio de la Misa el valor supremo del Reino de Dios y la actitud del hombre para alcanzarlo. El tesoro y la perla han sido imágenes empleadas para expresar tradicionalmente la grandeza de la propia vocación, el camino para alcanzar a Cristo en esta vida y después, para siempre, en el Cielo.
El tesoro significa la abundancia de dones que se reciben con la vocación: gracias para vencer los obstáculos, para crecer en fidelidad día a día, para el apostolado...; la perla indica la belleza y la maravilla de la llamada: no solamente es algo de altísimo valor, sino también el ideal más bello y perfecto que el hombre puede conseguir.
Hay una novedad en esta segunda parábola con respecto a la del tesoro: el hallazgo de la perla supone una búsqueda esforzada, el tesoro se presenta de improviso2. Así puede pasar con Jesús y su llamada: muchos pueden haber encontrado la vocación casi sin buscarla: un tesoro que de pronto les deslumbra; en otras personas, Dios ha puesto una inquietud íntima en su corazón que les lleva a buscar perlas de más valor, dando todo cuanto tienen al encontrarlas; Dios les pone en el alma una insatisfacción hacia las cosas que no les acaban de llenar, y les urge a seguir buscando: Quid adhuc mihi deest?, ¿Qué me falta?3, habrán preguntado tantos al Señor en la intimidad de su alma. En ambos casos –un encuentro repentino o una búsqueda larga– se trata de algo de grandísimo precio: «un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad»4.
El hombre que descubre su vocación siempre ha tenido que esforzarse para seguirla, pues el Señor llama, invita, pero no coacciona.
Una vez descubierta la perla o encontrado el tesoro, es necesario dar un paso más. La actitud que se ha de tomar es idéntica en ambas parábolas y está descrita con los mismos términos: va y vende cuanto tiene y lo compra; el desprendimiento, la generosidad, es condición indispensable para alcanzarlo. «Escribías: “(...) Este pasaje del Santo Evangelio ha caído en mi alma echando raíces. Lo había leído tantas veces, sin coger su entraña, su sabor divino”.
»¡Todo..., todo se ha de vender por el hombre discreto, para conseguir el tesoro, la margarita preciosa de la Gloria!»5. ¡Nada hay que tenga tanto valor!
II. El descubrimiento de los planes divinos proporciona al alma la clave para descifrar el propio pasado. En ese momento encajan las piezas de lo que hasta ahora era como un rompecabezas: por qué conocimos a aquella determinada persona, las ayudas especiales que experimentamos en un determinado momento... La vocación también proyecta su luz sobre la vida futura, que se ve plena de sentido6.
Ni el hombre que encontró el tesoro, ni el que halló la perla, echan de menos lo que antes poseían y que vendieron. Tal es la nueva riqueza, que ninguna otra cosa dejada debe añorarse. Lo mismo sucede a aquel que se desprende de todo por amor a Cristo: lo deja todo, y lo halla todo. Su vida, en apariencia la misma, es bien distinta. El Señor subraya en la parábola el gozo con que vende sus posesiones. Cabe pensar que serían cosas a las que tendría aprecio: la casa, el mobiliario, los adornos... representaban el esfuerzo de años de trabajo. Pero lo vende todo, sin regateos, sin pensarlo demasiado, con alegría. Lo vende todo porque sabe bien el tesoro que ha encontrado. Ante este, todo lo demás carece de importancia.
Dios pasa por la vida de cada persona en unas circunstancias bien determinadas, a una edad concreta, en situaciones distintas; y exige de acuerdo con esas condiciones, que Él mismo ha previsto desde la eternidad. Jesús pasa y llama: a unos a la primera hora7, cuando aún tienen pocos años, y les pide sus ambiciones, las esperanzas y proyectos de un futuro que, a esa edad, parece lleno de promesas; a otros, en la madurez de la vida... o en su declinar. A muchos, la mayoría, el Señor los encontrará en su trabajo de hombres y mujeres corrientes en medio del mundo, y querrá que sigan siendo fieles corrientes para que santifiquen ese mundo en cuyas entrañas se encuentran, a través de su profesión, de su prestigio profesional quizá duramente adquirido, con una entrega plena y total. A otros los encuentra el Señor en el matrimonio y les pide que santifiquen su familia y se den a Él por entero, en sus peculiares circunstancias.
En cualquier edad en la que se reciba la llamada, el Señor da una juventud interior que lo renueva todo, la llena de ilusiones a estrenar y de afán apostólico. Ecce nova facio omnia8, dice el Señor; Yo puedo renovarlo todo: acabar con la rutina en la vida, enseñar a mirar más lejos y más arriba. ¿Cuál es la mejor edad para entregarse a Dios? Aquella en la que el Señor llama. Lo importante es ser generoso con Él entonces y siempre, sin confiar en que habrá otra oportunidad, que tal vez no llegue nunca; sin suponer tampoco que ya se ha pasado el tiempo de las decisiones llenas de audacia y de valentía, que es demasiado tarde..., o demasiado pronto.
III. Es semejante el Reino de los Cielos a un comerciante que anda en busca de perlas finas, y hallando una muy preciosa, vende cuanto tiene y la compra... En comparación de aquella –comenta San Gregorio Magno– nada tiene valor, y el alma abandona todo cuanto había adquirido, derrama todo cuanto había congregado y considera deforme todo lo que le parecía bello en la tierra, porque solo brilla en el alma el resplandor de aquella perla preciosa9.
Quien es llamado –cualquiera que sea su situación personal– debe entregar al Señor todo lo que le pide: con frecuencia, todo lo que esté en condiciones de darle. Las circunstancias, sin embargo, son distintas y, por tanto, darlo todo no siempre significará materialmente lo mismo: una persona casada, por ejemplo, no puede ni debe abandonar lo que, por voluntad de Dios, pertenece a los suyos: el amor a su mujer o a su marido, la dedicación a su familia, la educación de los hijos... Al contrario, para esta persona, darlo todo supone vivir la vida de un modo nuevo, cumpliendo mejor con sus deberes legítimos; supone trabajar más y mejor; vivir heroicamente sus obligaciones familiares; desvivirse para educar humana y cristianamente a sus hijos; preocuparse de otras familias amigas; hablar de Dios con la conducta y con la palabra; buscar tiempo para colaborar en tareas de apostolado...; «en la vida real de un hombre o de una mujer casados, que después descubren la significación vocacional de su matrimonio, el “descubrimiento” aparece siempre como una dimensión concreta de su vocación cristiana, que es lo radical; y su respuesta, como un aspecto –importante– de su total obediencia de fe, que comporta necesariamente otros muchos aspectos»10.
Cuando se quiere seguir al Señor más de cerca –en cualquier estado y situación–, se comprende que no pueda uno quedarse encerrado en su pequeño mundo, en el que tal vez se había instalado como si fuera definitivo. Se entiende que es preciso dar claridad a los otros, llegar más lejos, entrar más a fondo en el propio ambiente para transformarlo desde dentro, ampliando el círculo de amistades, llegando a un apostolado más intenso y extenso, dando luz a muchas almas, porque el mundo está a oscuras.
La llamada del Señor es el acontecimiento más grande que nos puede suceder, como a aquellos a quienes Jesús llamó a orillas del lago de Genesaret. Sin embargo, seguir a Cristo en una entrega plena nunca es fácil. Quien se encuentra instalado en una posición más o menos estable, el que considera que tiene su vida hecha, puede ver que peligra esa tranquilidad conquistada, en la que se supone con pleno derecho. Y eso es precisamente lo que Cristo pide: romper con la rutina, con la medianía, con la vulgaridad cómoda. La vocación siempre exige renuncia y un cambio profundo en la propia conducta. La llamada reclama para Dios todo lo que uno se había reservado para sí mismo, y pone al descubierto apagamientos, flaquezas, reductos que se suponían intocables y que, sin embargo, es preciso destruir para adquirir el tesoro sin precio, la perla incomparable. Es Jesús el que nos busca: no me elegisteis vosotros a Mí, sino que Yo os he elegido a vosotros11. Y si Él llama, también da las gracias necesarias para seguirle, en los comienzos y a lo largo de toda la vida.
San José, nuestro Padre y Señor, encontró el tesoro de su vida y la perla preciosa en el encargo de cuidar de Jesús y de María aquí en la tierra. Pidámosle hoy que nos ayude siempre a vivir con plenitud y alegría lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, y que entendamos en todo momento que nada vale la pena tanto como el cumplimiento de la propia vocación.
1 Mt 13, 44-45. — 2 Cfr. F. M. MoschnerLas parábolas del Reino de los Cielos, Rialp, Madrid 1957, p. 11. — 3Mt 19, 20. — 4 San Josemaría EscriváForja, 18. — 5 Ibídem, 993. — 6 Cfr. F. SuárezLa Virgen Nuestra Señora, p. 88. — 7 Cfr. Mt 20, 1 ss. — 8 Apoc 2, 2-6. — 9 Cfr. San Gregorio MagnoHomilías sobre los Evangelios, 11. — 10 P. RodríguezVocación, trabajo. contemplación, EUNSA, Pamplona 1986, p. 31. — 11 Jn15, 16.

29 de julio de 2014

SANTA MARTA

Juan 11,19-27.

Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. 
Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. 
Marta dijo a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. 
Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas". 
Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". 
Marta le respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día". 
Jesús le dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; 

y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?". 

Ella le respondió: "Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo". 

AMISTAD CON JESUS

— Confianza y amor al Maestro.
— La Humanidad Santísima de Jesús.
— La amistad con el Señor nos hace fácil el camino.




I. La festividad de Santa Marta nos permite entrar una vez más en el hogar de Betania, bendecido tantas veces por la presencia de Jesús. Allí, en la familia formada por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro, el Señor encontraba cariño, y también descanso para su cuerpo fatigado por recorridos interminables por aldeas y ciudades. Jesús buscaba refugio entre sus amigos, especialmente cuando en los últimos días tropezaba más frecuentemente con la incomprensión y el desprecio, por parte principalmente de los fariseos. Los sentimientos del Maestro hacia los hermanos de Betania vienen expresados por San Juan en su Evangelio: Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro1. ¡Eran amigos!
El Evangelio de la Misa2 nos relata la llegada de Jesús al hogar de esta familia, cuando hacía cuatro días que Lázaro había muerto. Poco tiempo antes, cuando ya Lázaro estaba muy grave, las hermanas enviaron al Maestro este recado lleno de confianza: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo3. Y Jesús, que se encontraba en Galilea, a varias jornadas de camino, cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos días en el mismo lugar. Después, pasados estos, dijo a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea4. Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días sepultado.
Marta, siempre atenta y activa, probablemente antes de que Jesús llegara a la casa se enteró de que se aproximaba, y salió enseguida a recibirlo. Y a pesar de que, aparentemente, el Señor no había acudido a la llamada, su confianza y su amor no han disminuido. Señor le dice Marta, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano...5. Le reprocha con suma delicadeza no haber llegado antes. Marta esperaba la curación de su hermano cuando estaba todavía enfermo. Y Jesús, con un gesto amable, quizá con una sonrisa en los labios, la sorprende: Tu hermano resucitará6. Marta acoge estas palabras como un consuelo y piensa en la resurrección definitiva, y contesta: Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día7. Estas palabras provocan una portentosa declaración de Jesús acerca de su divinidad: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre8. Y le pregunta: ¿Crees tú esto? ¿Quién podría sustraerse a la autoridad soberana de esta declaración? ¡Yo soy la Resurrección y la Vida! ¡Yo...! ¡Yo soy la razón de ser de todo cuanto existe! Jesús es la Vida, no solo la que empieza en el más allá, sino también la vida sobrenatural que la gracia opera en el alma del hombre que todavía se encuentra en camino. Son palabras extraordinarias que nos llenan de seguridad, que nos acercan cada vez más a Cristo, y que nos llevan a hacer nuestra la respuesta de Marta: Yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo9. El Señor, momentos después, resucitará a Lázaro.
Admiramos en Marta su fe, y querríamos imitarla en su amistad confiada con el Maestro. «¿Has visto con qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo? Con toda naturalidad le echan en cara las hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado! ¡Si Tú hubieras estado aquí!...
»-Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel amor de amistad de Marta, de María y de Lázaro; como te trataban también los primeros Doce, aunque al principio te seguían quizá por motivos no muy sobrenaturales»10.
II. Un tiempo después, estando ya cercana la Pascua, Jesús visitó de nuevo a estos amigos: fue a Betania donde vivía Lázaro, al que Jesús resucitó de entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él11.
Marta servía... ¡Con qué amor agradecido lo haría! Allí, en su casa, estaba el Mesías, allí estaba Dios necesitado de sus atenciones. Y ella podía servirle. Dios se ha hecho Hombre para estar muy cerca de nuestras necesidades, para que aprendamos a amarle a través de su Humanidad Santísima, para que podamos ser sus amigos entrañables. No podemos dejar de considerar una y otra vez que el mismo Jesús de Nazareth, de Cafarnaún, de Betania, es el mismo que nos espera en el Sagrario más próximo, «necesitado» de nuestras atenciones. «Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. Y después ya no me preguntarás por qué llamo Betania a nuestro Sagrario»12. Allí está Él. No podemos pasar indiferentes, no debemos dejar de visitarle cada día..., y permanecer en su compañía esos minutos de acción de gracias, después de la Comunión, sin prisas, sin inquietud. Nada hay más importante.
Enseña Santo Tomás que no hubo otro modo más conveniente para redimir a los hombres que el de su Encarnación13. Y aduce estas razones: en cuanto a la fe, porque se hacía más fácil creer, ya que Dios mismo era el que hablaba; en cuanto a la esperanza, por la prueba tan grande de su voluntad salvífica que esto representaba; en cuanto a la caridad, porque nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos14; en cuanto a las obras, porque el mismo Dios nos iba a servir de modelo: asumiendo nuestra carne nos mostraba la importancia de la criatura humana, con su humillación curaba nuestra soberbia...
En la Humanidad Santísima de Jesús toma forma humana el amor que Dios nos tiene, abriéndose así un plano inclinado que nos lleva suavemente a Dios Padre. Por eso, la vida cristiana consiste en querer a Cristo, en imitarle, en seguirle de cerca, atraídos por su vida. La santificación no tiene su centro en la lucha contra el pecado, no es algo negativo; está centrada en Jesucristo, objeto de nuestro amor: no se trata solo de evitar el mal, sino de amar al Maestro y de imitarle a Él, que pasó haciendo el bien...15. La vida cristiana es profundamente humana: el corazón tiene un importante lugar en la obra de nuestra santidad porque Dios se ha puesto a su alcance. Y cuando se descuida la vida de piedad, la amistad personal con el Maestro, dejando que el corazón ande desparramado en las criaturas, la fuerza de la voluntad no basta para ir hacia adelante en el camino de la santidad. Por eso, hemos de esforzarnos en verle siempre cercano a nuestra vida, y servirnos de la imaginación para representarnos a Cristo vivo: el que nació en Belén, trabajó en Nazareth, tuvo amigos durante su vida mortal a los que apreciaba de verdad y a quienes acudió muchas veces porque su compañía lo confortaba.
Aprendamos de los amigos de Jesús a tratarle con inmenso respeto, porque es Dios, y con gran confianza, por ser el Amigo de siempre, que busca continuamente nuestro trato.
III. En otra ocasión, Jesús y sus discípulos se detuvieron en casa de estos amigos de Betania, antes de llegar a Jerusalén. Las dos hermanas se dispusieron a preparar todo lo necesario para dar hospitalidad al Maestro y al grupo de los que le acompañaban. Pero María, quizá al poco tiempo de llegar Jesús, se sentó a sus pies, y escuchaba su palabra16, y Marta quedó sola en el trabajo de la casa. María se despreocupa de lo mucho que aún falta por disponer y se entrega por completo a escuchar al Maestro. «La familiaridad con que se instala a sus pies, el hábito que tiene de escucharle, el hambre de oír sus palabras, demuestran que no es este un primer encuentro, sino que hay una verdadera intimidad»17. Marta no es ciertamente indiferente a las palabras de Jesús; ella también atiende, pero está más ocupada en las tareas domésticas. Sin darse cuenta, Jesús ha pasado a un segundo plano: la absorbe aquello mismo que ha de disponer para atenderle bien. Y se inquieta al sentirse sola, con más trabajo quizá del que puede realizar. Mientras, contempla a su hermana a los pies de Jesús. Quizá un tanto desasosegada, y con gran confianza, se puso delante de Jesús, precisa San Lucas, y le dijo: Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude18. ¡Qué confianza tan grande tiene con el Maestro!: Dile que me ayude...
Jesús le responde en el mismo tono familiar, como parece indicar la misma repetición del nombre: Marta, Marta le dice, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria19. María, que con toda seguridad tendría que haber estado ayudando a su hermana, no ha olvidado con todo lo esencial, lo verdaderamente necesario: tener a Cristo como centro de su atención y de su vida. No alaba el Señor toda su actitud, sino lo principal: su amor.
Ni siquiera las cosas que se refieren al Señor nos deben hacer olvidar al Señor de las cosas. Nunca olvidaría Marta esta amable reconvención de Jesús. A pesar de lo indispensable que era su trabajo, mayor aún era el esmero que debía tener por no dejar a Jesús en segundo plano.
Ni siquiera en las tareas que se refieren directamente al Señor debemos olvidar nosotros que lo principal, lo necesario, es su Persona. También en nuestra vida ordinaria debemos tener presente que asuntos que parecen primordiales, como es el trabajo, tampoco se han de anteponer a la familia misma; de poco servirían otras ayudas mejoras económicas, relaciones sociales... si la misma vida familiar se fuera deteriorando por quedar en segundo plano, excepto en casos excepcionales que pueden llevar a que, por ejemplo, sea necesario que el cabeza de familia trabaje en un lugar distante de donde reside el resto de la familia (emigrantes, marinos...). Si un padre o una madre de familia gana más dinero, pero descuida el trato con los hijos, ¿de qué servirá?
Santa Marta, que goza en el Cielo para siempre de la presencia inefable de Cristo, nos alcanzará la gracia de apreciar más la amistad con el Maestro; nos enseñará a cuidar con diligencia de las cosas del Señor, sin olvidar al Señor de las cosas; ella intercederá ante Jesús para que nosotros aprendamos a no posponer tampoco la familia a esos logros buenos que queremos alcanzar en favor de la familia misma.
1 Jn 11, 5. — 2 Jn 11, 17-27. — 3 Jn 11, 3. — 4 Jn 11, 67. — 5 Jn 11, 21. — 6 Jn 11, 23. — 7 Jn 11, 24. — 8Jn 11, 25. — 9 Jn 11, 27. — 10 San Josemaría EscriváForja, n. 495. — 11 Jn 12, 1-2. — 12 San Josemaría EscriváCamino, n. 322. — 13 Cfr. Santo TomásSuma Teológica. 3, q. I. a. 2. — 14 Jn 15, 13. — 15 Hech 10, 38. — 16 Lc 10, 39. — 17 M. J. IndartJesús en su mundo, p. 36. — 18 Lc 10, 40. — 19 Lc 10, 41-42.
* Santa Marta vivía en Betania, cerca de Jerusalén, con sus hermanos María y Lázaro. En la última etapa de la vida pública, Jesús se hospedó con frecuencia en su casa. Fuertes lazos de amistad unían a aquellos hermanos con Jesús.

28 de julio de 2014

Semana de 17a Semana del Tiempo Ordinario

Mateo 13,31-35.

Jesús propuso a la gente otra parábola:  "El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas".

Después les dijo esta otra parábola: "El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa".


Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

TRANSFORMAR EL MUNDO


— Los cristianos, como la levadura en la masa, están llamados a transformar el mundo desde dentro 
— Ejemplaridad.
— Unión con Cristo para ser apóstoles.

I. Nos enseña el Señor en el Evangelio de la Misa1 que el Reino de Dios es semejante a la levadura que tomó una mujer y mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó todo. Aquellas gentes que escuchaban las palabras del Señor conocían bien y estaban familiarizadas con este fenómeno, pues lo habían visto muchas veces en los hornos familiares. Un poco de aquella levadura guardada desde el día anterior podía transformar una buena masa de harina y convertirla en una gran hogaza de pan.
En esta semejanza que nos pone el Señor hemos de considerar en primer lugar lo poco que es la levadura en relación a la masa que debe transformar. Siendo tan poca cosa, su poder es muy grande. Esto nos permite ser audaces en el apostolado, porque la fuerza del fermento cristiano no es simplemente humana: es la misma fuerza del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia. También el Señor cuenta con nuestras poquedades y flaquezas. «¿Acaso el fermento es naturalmente mejor que la masa? No. Pero la levadura es el medio para que la masa se elabore, convirtiéndose en alimento comestible y sano.
»Pensad, aunque sea a grandes rasgos, en la acción eficaz del fermento, que sirve para confeccionar el pan, sustento base, sencillo, al alcance de todos. En tantos sitios –quizá lo habéis presenciado– la preparación de la hornada es una verdadera ceremonia, que obtiene un producto estupendo, sabroso, que entra por los ojos.
»Escogen harina buena; si pueden, de la mejor clase. Trabajan la masa en la artesa, para mezclarla con el fermento, en una larga y paciente labor. Después, un tiempo de reposo, imprescindible para que la levadura complete su misión, hinchando la pasta.
»Mientras tanto, arde el fuego del horno, animado por la leña que se consume. Y esa masa, metida al calor de la lumbre, proporciona ese pan tierno, esponjoso, de gran calidad. Un resultado imposible de alcanzar sin la intervención de la levadura –poca cantidad–, que se ha diluido, desapareciendo entre los demás elementos en una labor eficiente que pasa inadvertida»2. Sin ese poco de levadura, la masa se habría quedado en algo inútil, incomestible, inservible. Nosotros, en la vida corriente de cada día, podemos ser causa de luz o de oscuridad, de alegría o de tristeza, fuente de paz o de inquietud, peso muerto que retrase el caminar de los demás o fermento que transforma la masa. Nuestro paso por la tierra no es indiferente, acercamos a los demás a Cristo, los enriquecemos o los separamos de Él.
Nos envía el Señor para proclamar su mensaje por todas partes, para llevarle, uno a uno, a quienes no le conocen, como hicieron los primeros cristianos con sus amigos, con sus familias, con los colegas y vecinos. Para esto no necesitamos hacer cosas extrañas y sorprendentes, pues «al vernos iguales a ellos en todas las cosas, se sentirán los demás invitados a preguntarnos: ¿cómo se explica vuestra alegría?, ¿de dónde sacáis las fuerzas para vencer el egoísmo y la comodidad?, ¿quién os enseña a vivir la comprensión, la limpia convivencia y la entrega, el servicio a los demás?
»Es entonces el momento de descubrirles el secreto divino de la existencia cristiana: de hablarles de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, de María. El momento de procurar transmitir, a través de las pobres palabras nuestras, esa locura del amor de Dios que la gracia ha derramado en nuestros corazones»3.
¿Somos levadura en la familia, en el ambiente de trabajo o de estudio? ¿Manifestamos con nuestra alegría que Cristo vive?
II. Además, hemos de considerar que la levadura solo actúa cuando está en contacto con la masa. Y así, sin distinguirse de ella, desde dentro, la transforma: «la mujer no solo puso la levadura, sino que además la escondió entre la masa. Del mismo modo tenéis que hacer vosotros cuando estéis mezclados, identificados con la gente..., como la levadura que está escondida, pero no desaparece, sino que poco a poco va transformando toda la masa en su propia calidad»4. Solo estando en la entraña del mundo, en medio de toda profesión y oficio, podremos llevar de nuevo la creación a Dios. Y a esto hemos sido llamados por vocación divina.
Los primeros cristianos, que eran verdadero fermento en un mundo descompuesto, lograron que la fe penetrara en poco tiempo en las familias, en el senado, en la milicia y hasta en el palacio imperial: «somos de ayer y llenamos el mundo y todo lo vuestro, casas, ciudades, islas, municipios, asambleas y hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los palacios, el senado, el foro»5.
Sin excentricidades, como fieles corrientes, podemos mostrar lo que significa seguir de cerca a Cristo. Nos han de conocer como personas leales, sinceras, alegres, trabajadoras; nos hemos de comportar ejemplarmente en la vida familiar y social: cumpliendo con rectitud nuestros deberes y actuando serenamente, como hijos de Dios. Nuestra vida, con sus flaquezas, debe ser una señal que les lleve a Cristo. «Por este camino se llega a Dios», deben pensar al ver nuestra vida coherente con la fe que profesamos.
Las normas corrientes de la convivencia, por ejemplo, pueden ser, para muchos, el comienzo de un acercamiento a Dios. Con frecuencia, estas normas se quedan en algo externo y solo se practican porque hacen más fácil el trato social, por costumbre... Para los cristianos deben ser también fruto de una verdadera caridad, manifestaciones de una actitud interior de sincero interés por los demás. Han de ser el reflejo exterior de una íntima unión con Dios.
La templanza del cristiano es una de las manifestaciones más convincentes y más atractivas de la vida cristiana. Dondequiera que estemos hemos de esforzarnos en dar siempre ese ejemplo, que se desprenderá con sencillez de nuestro comportamiento; con frecuencia esa actitud ha sido para muchos el comienzo de un verdadero encuentro con Dios. Esa templanza debe notarse a la hora de la comida y de la bebida, en el modo como evitamos gastos superfluos o inútiles, a la hora del descanso y de la sana diversión... «Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen; para que cumplamos nuestro deber de levadura (...). Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano, si nos comportáramos como verdaderos cristianos»6.
En ese clima de ejemplaridad, de alegría serena, de ayudas quizá pequeñas pero frecuentes, de trabajo bien hecho, nos será más fácil llevar al Señor a quienes conviven o trabajan con nosotros. De modo especial en ese apostolado de la Confesión, tan urgente en este tiempo, que la Iglesia nos invita a llevar a cabo. «Toda solicitud y todo trabajo son poco en comparación con el interés de una sola alma. El que devuelve una oveja errante al redil se ha asegurado un abogado poderoso ante Dios»7. Muchos «abogados poderosos» debemos ganar a través de un apostolado paciente y constante.
III. Para vibrar, para ser fermento, es necesaria la unión con Cristo. No podemos perder esa fuerza interior que nos impulsa al apostolado y que nace de nuestro amor al Señor. Sin esa unión, todo el trabajo y todo el esfuerzo se convertirían en agitación estéril. Siempre ha habido quienes se imaginan –no sin presunción– que van a transformar el mundo con sus fuerzas; pero pronto, en su misma vida y en la de los demás, ven la inconsistencia de sus propósitos. Se cumplen siempre aquellas palabras del Señor: sin Mí no podéis hacer nada8.
«Si la levadura no fermenta, se pudre. Puede desaparecer reavivando la masa, pero puede también desaparecer porque se pierde, en un monumento a la ineficacia y al egoísmo»9. El cristiano «se pudre» cuando deja entrar la tibieza en su alma, que da lugar a una falta de prontitud en la entrega, un cansancio ante las cosas de Dios incluso antes de acometerlas, cuando piensa en «sus cosas», no en las de Dios. Por el contrario, cumple su misión de levadura cuando procura que su fe amorosa se manifieste en obras. El amor a Cristo es el origen de todo apostolado, lo que permite al cristiano ser levadura. De aquí la necesidad urgente de alimentar ese amor continuamente mediante una oración personal, sin anonimato, y la recepción frecuente, y sin rutina, de los sacramentos. «Es preciso que seas “hombre de Dios”, hombre de vida interior, hombre de oración y de sacrificio. —Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida “para adentro”»10.
Podemos medir nuestro amor a Dios por el empeño que ponemos en influir como cristianos en el trabajo, en la familia, en el ambiente.
Para ser audaces en nuestra vida ordinaria hemos de mirar a Nuestra Señora, porque «el modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras vivió en este mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador»11.
1 Mt 13, 31-35. — 2 San Josemaría EscriváAmigos de Dios, 257. — 3 ídemEs Cristo que pasa, 148. — 4 San Juan CrisóstomoHomilías sobre San Mateo, 46, 2. — 5 TertulianoApologético, 37. — 6 San Juan Crisóstomo,Homilía 10 sobre la 1ª Epístola a Timoteo. — 7 Santo Tomás de VillanuevaSermón del domingo «in albis», l, c, pp. 900-901. — 8 Jn 15, 5. — 9 San Josemaría EscriváAmigos de Dios, 258. — 10 ídemCamino n. 961. — 11Conc Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 4.