"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

28 de febrero de 2021

5° DOMINGO DE SAN JOSE


Quinto dolor: El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo (Mt 2,13).

Quinto gozo: Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dice el Señor por el profeta: "De Egipto llamé a mi hijo" (Mt 2,15).

Quinta reflexión para meditar durante los siete domingos de san José. Los temas propuestos son: José acoge los planes divinos; descubrir a Dios en la realidad diaria; la coherencia del modo de hacer de Dios.

José acoge los planes divinos

Descubrir a Dios en la realidad diaria

La coherencia del modo de hacer de Dios


LA VIDA ORDINARIA está llena de ocasiones y decisiones que marcan un determinado rumbo, y algunas de ellas tienen una importancia trascendental para nuestro futuro. Si habitualmente necesitamos ponderar las cosas en la presencia de Dios, con mayor motivo en esas situaciones especiales. «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu esposa» (Mt 1,21), dijo el ángel al patriarca. El evangelio de san Mateo nos dice que José ponderó en su oración lo que sucedía para ver de qué manera actuar. Eso hace posible que se nos presente «como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio»[1].

Santa María concibió a Cristo por la fe, pues acogió los planes del Señor, creyó que se cumplirían las palabras dichas por el ángel. Podemos aplicar el mismo razonamiento a san José, quien acogió también lo que le fue comunicado de parte de Dios. El santo patriarca se fio de aquellas palabras y se implicó personalmente en lo que le fue anunciado. Hizo suyo el plan de Dios confiando en que se trataba de algo bueno, no solo para la humanidad en general, sino también para sí mismo: se veía feliz en aquella historia; se había convertido en el plan que él deseaba llevar adelante. En el lenguaje común decimos que es «fiel» la reproducción de una obra de arte cuando refleja el proyecto original del artista. Pero Dios entra en relación con criaturas que poseen una auténtica libertad; el arte, entonces, está en aprender a lo largo de nuestra vida a acoger sus planes y en reconocer en ellos una bondad para nosotros y para quienes nos rodean.

San José se desenvuelve en situaciones normales: en el trabajo, en la familia, en la vida ordinaria... y allí es donde aprende a acoger y a hacer vida el don de Dios. Esta actitud es necesaria para todos los cristianos. Al santo patriarca podemos pedirle que renueve nuestra mirada y nuestro corazón para tener la frescura de abrirnos a los dones y planes divinos.


TODOS ESTAMOS llamados a formar hogares que, imitando al de Cristo, abran sus puertas de par en par. Acoger es tener la valentía de recibir con ternura, reconocer lo bueno, promover, tener iniciativa, no resignarse a la comodidad de lo conocido ni ceder a la pasividad. Acoger es tener una disposición habitual de estar siempre abierto a las necesidades de los demás. José «es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo»[2]. El santo patriarca es un hombre fiel que se abre, en primer lugar, a la voz de Dios. Pero también acoge el claroscuro de la historia en la que se ve inserto, acoge los desafíos que el mundo y las personas que le rodean plantean a su misión. «El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que existe, vuelve una vez más. La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol Pablo afirme: “Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios” (Rm 8,28). Y san Agustín añade: “Aun lo que llamamos mal”. En esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste»[3].

A san Josemaría le gustaba fijarse en que san José busca continuamente la mejor manera de cumplir los planes divinos, que han pasado también a ser los suyos; «coloca al servicio de la fe toda su experiencia humana. Cuando vuelve de Egipto oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá. Ha aprendido a moverse dentro del plan divino y, como confirmación de que efectivamente Dios quiere eso que él entrevé, recibe la indicación de retirarse a Galilea»[4]. En nuestro camino por llevar adelante la misión que Dios nos ha encomendado tendremos tanto avances como retrocesos. Pero también en los momentos que pueden parecer malos podemos descubrir la voz de Dios que nos consuela, nos instruye y nos ilumina. «Acoger la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas»[5].


«MIRAD CUÁL es el ambiente donde Cristo nace –nos sugería san Josemaría–. Todo allí nos insiste en esta entrega sin condiciones: José –una historia de duros sucesos, combinados con la alegría de ser el custodio de Jesús– pone en juego su honra, la serena continuidad de su trabajo, la tranquilidad del futuro; toda su existencia es una pronta disponibilidad para lo que Dios le pide (...). En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad»[6]. Para poder acoger la realidad y a las demás personas tal como lo hizo el santo patriarca, necesitamos abandonarnos en la seguridad de Dios antes que en la nuestra; así nos dispondremos a aprender de todos y de todo, también de nuestros errores, porque detrás siempre descubriremos un susurro divino. «La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Solo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo»[7].

San José no desoyó el anuncio del ángel y se puso en camino hacia los que le parecían mejores lugares para Jesús; tampoco discutió con su esposa sobre cuál debía haber sido su reacción cuando supo que iba a dar a luz un hijo. Al buscar posada para el Niño que iba a nacer, san José no se lamentaba en cada lugar en el que no podían quedarse, y tampoco quiso quedarse por terquedad en Belén, ante la amenaza de Herodes, por más injusto que fuese tener que emprender camino hacia Egipto. En cada uno de estos acontecimientos, san Josemaría nota que el santo patriarca «aprendió poco a poco que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción con los planes humanos»[8]. Por esto, necesitamos pedir la sabiduría del padre terreno de Jesús para aprender a comprender esa lógica divina; y así acoger, como venidos de Dios, a las personas y los eventos que nos rodean.

CARTA APOSTÓLICA "PATRIS CORDE" Papa FRANCISCO

5. Padre de la valentía creativa

Si la primera etapa de toda verdadera curación interior es acoger la propia historia, es decir, hacer espacio dentro de nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en nuestra vida, necesitamos añadir otra característica importante: la valentía creativa. Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.

Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).

De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia.

Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.

Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: “¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!”» (vv. 19-20). Jesús reconoció la fe creativa con la que esos hombres trataron de traerle a su amigo enfermo.

El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria.

Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe[21].

En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz»[22].

Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María[23]. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.

Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre.