"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

28 de diciembre de 2021

SANTOS INOCENTES




Evangelio (Mt 2, 13-18)

Cuando se marcharon, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:

— Levántate toma al niño y a su madre huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.

Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta:

De Egipto llamé a mi hijo.

Entonces, Herodes, al ver que los magos le habían engañado, se irritó mucho y mandó matar a todos los niños que habían en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los magos.

Se cumplió entonces lo dicho por medio del profeta Jeremías:

Una voz se oyó en Ramá,

llanto y lamento grande:

Es Raquel,

que llora por sus hijos

y no admite consuelo,

porque ya no existen.


Comentario

¡Qué contraste tan grande! Llegan los Reyes Magos de Oriente y colman al niño con regalos dignos de un rey, y, poco después, el ángel del Señor le dice a José que huya a una tierra lejana con María y el niño, porque otro rey quiere matarlo. La razón humana tantas veces no entiende los planes de Dios, que parecen contradecirse: por un lado tantas manifestaciones de su bondad y por otro lado nos cerca el mal, el sufrimiento y surgen problemas que trastocan los proyectos que hemos hecho con recta intención.

Esas situaciones reclaman nuestra oración, una unión más intensa con Dios, para tener una disposición humilde, generosa y sacrificada, y cumplir aquello que el Señor dispone. A veces tendremos que rendir el propio juicio y dejar de lado las más nobles ambiciones, para poner la voluntad al servicio de lo que el Señor nos muestra y nos resulta particularmente costoso y aun humanamente inexplicable, porque Dios sabe más. Seguramente, cuando en medio de la noche, José despierta a María y huye con el niño, no recordaría lo que cita el Evangelio: 'de Egipto llamé a mi hijo' (Os 11,1), la profecía referida al niño Dios, que entendería más tarde.

La violenta reacción de Herodes y su deseo de dar muerte al niño, ponen en evidencia la esterilidad de aquellos que decretan la muerte de Dios. Dios encarnado muere cuando quiere, ofreciendo su vida en redención de muchos, porque Dios es el Señor de la vida y de la muerte. Ante los sucesos inexplicables que jalonan nuestra existencia, el entendimiento humano puede revelarse y optar por un ateísmo práctico, pero con eso lo único que logra es bloquear la razón y llenarla de oscuridad y como consecuencia sembrar la desolación: así termina el evangelio de hoy, con el llanto desconsolado de Raquel por sus hijos.


PARA TU RATO DE ORACIÓN 


«LEVÁNTATE, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). Con estas pocas palabras el ángel despierta a José para que salve la vida del Niño Jesús. Quizá nos ha llamado la atención que esta vez el relato no comenzase por un consolador no temas; esta vez sí que hay motivos para temer porque lo que está a punto de suceder es dramático. Un rey, por envidia y miedo, busca a Cristo para matarle. Jesús encuentra enemigos siendo todavía un niño frágil.


José, sin embargo, no se deja dominar por miedo y despierta delicadamente a María. Ayer mismo han disfrutado de la visita de los Magos. El olor a incienso y el brillo del oro que les han regalado siguen llenando el lugar donde descansan. Y, sin embargo, ya es necesario escapar, salir sin llamar la atención.


Podemos aprender del contraste de esta escena evangélica, al no perder de vista las sufrientes circunstancias en las que Dios quiso hacerse Niño. «Contemplar el pesebre es también contemplar este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón sensible y abierto al dolor del prójimo (...). Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que lo circunda sería hacer de la Navidad una linda fábula que nos generaría buenos sentimientos pero nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el Verbo Encarnado nos quiere regalar. Y la tentación existe»[1].


EN EL CORAZÓN de María se empieza a hacer presente la profecía de Simeón: «A tu misma alma la traspasará una espada» (Lc 2,35). La madre de Cristo se está acostumbrando a salir enseguida, sin precipitación pero sin demoras innecesarias. Esta vez tampoco hay tiempo para despedirse. ¿Por qué Jesús es una amenaza para Herodes? María y José tal vez no lo entienden pero no juzgan los planes divinos. No se rebelan. Rezan antes de salir para que Dios les proteja y les bendiga en este nuevo viaje. Las dificultades no les nublan la vista, aunque temen por el Niño.


A José, quizá, una vez más, le asalta la misma incertidumbre que en ocasiones anteriores: ante el embarazo de María, cuando partieron hacia Belén a pocos días de dar a luz, la falta de lugar en la posada y ahora la necesidad de huir en medio de la noche. San Josemaría se impresionaba ante su reacción: «¿Habéis visto qué hombre de fe? (...) ¡Cómo obedece! “Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto”, le ordena el mensajero divino. Y lo hace.¡Cree en la obra del Espíritu Santo!»[2]. El padre terrenal de Jesús ha asumido su misión y sabe que un minuto de retraso puede ser perjudicial. Contempla a María absolutamente abandonada en Dios y en él, así que deciden partir en medio de la oscuridad.


«San José fue el primer invitado a custodiar la alegría de la Salvación. Frente a los crímenes atroces que estaban sucediendo, san José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz de escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo (...). Al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos»[3].


POR ORDEN de Herodes, un pelotón de soldados sale de Jerusalén para «matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos» (Mt 2,16). La entera ciudad de David se llena del quejido de unas criaturas inocentes y del dolor de sus madres. «Se cumplió entonces lo dicho por medio del profeta Jeremías: una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande: es Raquel que llora por sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen» (Mt 2,17-18).


¿Cómo puede despertar tanta violencia una criatura indefensa? Esos niños han dado la vida por Jesús[4]. Mueren sin saber siquiera que mueren. Sus madres ven truncadas aquellas vidas inocentes y no saben por qué. Aparentemente no hay explicación para este suceso; representa el sufrimiento a primera vista inútil e injusto de unos niños que sellan con sus vidas la verdad que aún no conocen. María quizá imagina a estas madres rotas por el dolor, sin lágrimas suficientes para llorar tanto sufrimiento. No lo entiende, pero sabe que tiene un sentido y posiblemente empieza a atisbar que los planes de Dios no saldrán adelante sin mucho sacrificio.


El lenguaje se queda mudo ante semejante sufrimiento. María lo acoge en su corazón y guardó ese recuerdo toda la vida. Aquellos Inocentes dieron testimonio de Cristo, «non loquendo sed moriendo»[5], no hablando, sino muriendo, como «primicias para Dios y para el Cordero» (Ap 14,4). Quizá, con el pasar de los años, María encontró a alguna de aquellas mujeres de Belén. No sería fácil consolarla, pero seguramente tendría palabras para serenar y curar esos corazones: las vidas de aquellos Santos Inocentes se unirían a la de su Hijo.