"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

23 de mayo de 2022

EL DON DE LA FORTALEZA

 




Evangelio (Jn 15,26-27; 16,1-4)

En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho».



- Contar con la ayuda del Paráclito.

- El Espíritu Santo nos lleva hacia la verdad.

- El don de la fortaleza.


JESÚS, en su discurso de despedida, promete la venida de «otro Paráclito» (Jn 14,16) que estará siempre con nosotros. Paráclito es una palabra típica del evangelio de san Juan y, en su origen griego, se refiere a una persona que viene a consolar, defender o ayudar. Jesús anuncia la llegada de otro paráclito para cuando él hubiera partido porque el primero es él mismo: la Sagrada Escritura nos dice que Cristo, en el cielo, es «nuestro abogado cerca del Padre» (1 Jn 2,1). El Espíritu Santo, por su parte, permanece para siempre con nosotros en la tierra, nos acompaña y consuela, nos protege y defiende. Es camino hacia Cristo ya que nos recuerda sus palabras (cfr. Jn 15,26); suavemente y con discrección orienta nuestro corazón hacia Jesucristo. «Quien se embriaga del Espíritu está arraigado en Cristo»[1], decía san Ambrosio.


«Enseñar y recordar: esta es la tarea del Espíritu Santo. Nos enseña a entrar en el misterio, a entenderlo un poco más. Nos enseña la doctrina de Jesús y nos enseña cómo desarrollar nuestra fe (...). La fe no es estática; la doctrina no es estática: crece. Crece como crecen los árboles, siempre los mismos, pero más grandes, con fruta, pero siempre igual, en la misma dirección (...). Y otra cosa que dice Jesús que hace el Espíritu Santo es recordar: “Os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 15,26). El Espíritu Santo es como la memoria, nos despierta: “Acuérdate de eso, acuérdate de lo otro”. Nos mantiene despiertos en las cosas del Señor y también nos hace recordar nuestra vida: “Piensa en aquel momento, piensa en cuándo encontraste al Señor, piensa en cuándo lo dejaste”.


(...). El Espíritu Santo nos guía en esta memoria; nos guía para discernir lo que tengo que hacer ahora, cuál es el camino correcto y cuál es el equivocado, también en las pequeñas decisiones. Si le pedimos luz al Espíritu Santo, él nos ayudará a tomar las decisiones correctas, las pequeñas de cada día y las más grandes. Es quien nos acompaña, nos apoya»[2].


EL SEGUIMIENTO de Jesús nos conduce a querer vivir en la verdad, fascinados por buscarla con empeño, acogiéndola y amándola. Querer abrazar la verdad es amar verdaderamente a Cristo. En esta empresa, «el Espíritu Santo enseña al cristiano la verdad como principio de vida y le muestra la aplicación concreta de las palabras de Jesús en su vida»[3]. Al menos en tres ocasiones, Jesús se refirió al Paráclito como «el Espíritu de la verdad» (Jn 14,17; 15,26; 16,13). Aun siendo otro distinto de Jesús, el Espíritu Santo lleva a su perfección la presencia de Jesús en nosotros.


Sabemos que «Jesucristo es la verdad hecha persona, que atrae hacia sí al mundo. La luz irradiada por Jesús es resplandor de verdad. Cualquier otra verdad es un fragmento de la verdad que es él y a él remite. Jesús es la estrella polar de la libertad humana: (...) con él, la libertad se reencuentra, se reconoce creada para el bien y se expresa mediante acciones y comportamientos de caridad(...). Jesucristo, que es la plenitud de la verdad, atrae hacia sí el corazón de todo hombre, lo dilata y lo colma de alegría. En efecto, solo la verdad es capaz de invadir la mente y hacerla gozar en plenitud»[4].


Ese amor a la verdad que impulsa nuestra inteligencia es obra del Espíritu Santo. Nos llena también de humildad ante lo creado y ante la capacidad de nuestro propio conocimiento, que siempre será poco en comparación con el misterioso obrar de Dios. «Procura que “la humildad de entendimiento” sea, para ti, un axioma»[5], aconsejaba san Josemaría. «El deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre, y toda la creación es una inmensa invitación a buscar las respuestas que abren la razón humana a la gran respuesta que desde siempre busca y espera»[6].


El ESPÍRITU SANTO obra en el alma mediante sus dones, y los «distribuye a cada uno según quiere» (1 Cor 12,11). Uno de sus regalos es el don de fortaleza, que nos impulsa hacia grandes metas y nos sostiene en la debilidad. San Josemaría recogía la experiencia cristiana cuando recordaba que «toda nuestra fortaleza es prestada»[7]. Este don es necesario para perseguir y abrazar la verdad de manera continua a lo largo de nuestra vida. Ciertamente nos puede resultar fatigoso, sobre todo porque nuestras capacidades no están siempre a la altura de nuestros deseos; también porque la verdad es, en ocasiones, difícil de aceptar y no siempre coincide con lo que nos parecería la mejor opción. En no pocas ocasiones tendremos que abrirnos humildemente a otras posibilidades de respuesta, a otros modos de hacer, aunque hayamos pensado durante largo tiempo estar en lo correcto.


Por eso, el don de fortaleza debe constituir la nota de fondo de nuestro ser cristianos, ya que nos mantiene leales en la búsqueda. El amor a la verdad compromete nuestra vida y la fortaleza nos da la firmeza necesaria. Así podremos «afrontar los problemas con valentía, sin miedo al sacrificio ni a las cargas más pesadas, asumiendo en conciencia la propia y personal responsabilidad»[8].


Dice Jesús: «También vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15,27). El cristiano está llamado a ser un testigo fiable de la búsqueda humilde y sincera de la verdad. Cristo advirtió a sus discípulos de las persecuciones que recibirían por su testimonio. Aquellos hombres, después de recibir el don de fortaleza en Pentecostés, se convierten en testigos valientes. Fueron verdaderamente fuertes ante las contradicciones, ante lo inesperado que se hizo presente en sus vidas, en situaciones que tal vez echaron por tierra sus planes y proyectos. La amable compañía de María nos ampara: ella escucha nuestra invocación para que el Espíritu de la verdad ilumine «las inteligencias y fortalezca las voluntades, de manera que nos acostumbremos siempre a buscar, a decir y a oír la verdad»[9].