"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

20 de julio de 2022

SEMBRÓ EN BUENA TIERRA Y DIO FRUTO




 Evangelio (Mt 13, 1-9)


Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas: -Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga.


PARA TU ORACION


Parte cayó en la tierra buena, y una vez nacida dio fruto al ciento por uno. Son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la paciencia.



Reuniéndose una gran muchedumbre que de todas las ciudades acudía a él, dijo esta parábola: Salió el sembrador a sembrar su semilla; y al sembrar, parte cayó junto al camino, y fue pisoteada y se la comieron las aves del cielo (...). La semilla es la palabra de Dios. Los que están junto al camino son aquellos que han oído; pero viene luego el diablo y se lleva la palabra de su corazón, no sea que creyendo se salven (Lc 8,4-5 y 11-12).


Hay corazones que se cierran a la luz de la fe. Los ideales de paz, de reconciliación, de fraternidad, son aceptados y proclamados, pero —no pocas veces— son desmentidos con los hechos. Algunos hombres se empeñan inútilmente en aherrojar la voz de Dios, impidiendo su difusión con la fuerza bruta o con un arma menos ruidosa, pero quizá más cruel, porque insensibiliza al espíritu: la indiferencia.


Es Cristo que pasa, 150


Parte cayó sobre terreno rocoso y una vez nacida se secó por falta de humedad (...). Los que cayeron sobre terreno rocoso son aquellos que, cuando oyen, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíces; ellos creen durante algún tiempo, pero a la hora de la tentación se vuelven atrás (Lc 8,6 y 13).


Tantos que se dicen cristianos —porque han sido bautizados y reciben otros Sacramentos—, pero que se muestran desleales, mentirosos, insinceros, soberbios... Y caen de golpe. Parecen estrellas que brillan un momento en el cielo y, de pronto, se precipitan irremisiblemente.


Si aceptamos nuestra responsabilidad de hijos suyos, Dios nos quiere muy humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguras en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que nos quiere —insisto— muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imitarle a El, que es perfectus Deus, perfectus homo.


Amigos de Dios, 75


Parte cayó en medio de las espinas y habiendo crecido con ella las espinas la sofocaron (...). La que cayó entre espinas son los que oyeron, pero en su caminar se ahogan a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de la vida y no llegan a dar fruto (Lc 8,7 y 14).


No te avergüence descubrir que en el corazón tienes el "fomes peccati" —la inclinación al mal—, que te acompañará mientras vivas, porque nadie está libre de esa carga.


No te avergüences, porque el Señor, que es omnipotente y misericordioso, nos ha dado todos los medios idóneos para superar esa inclinación: los Sacramentos, la vida de piedad, el trabajo santificado.


—Empléalos con perseverancia, dispuesto a comenzar y recomenzar, sin desanimarte».


Forja, 119


Parte cayó en la tierra buena, y una vez nacida dio fruto al ciento por uno (...). Son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la paciencia (Lc 8,8 y 15).


Si miramos a nuestro alrededor, a este mundo que amamos porque es hechura divina, advertiremos que se verifica la parábola: la palabra de Jesucristo es fecunda, suscita en muchas almas afanes de entrega y de fidelidad. La vida y el comportamiento de los que sirven a Dios han cambiado la historia, e incluso muchos de los que no conocen al Señor se mueven —sin saberlo quizá— por ideales nacidos del cristianismo.


Es Cristo que pasa, 150


1. «Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla (...) parte cayó en tierra buena y comenzó a dar fruto» (Mt 13, 3-8). ¿Confío en la fuerza de la semilla que el Señor ha dejado en mi alma? ¿En qué puedo ser más paciente conmigo mismo y con los demás, sin desanimarme cuando los esfuerzos parece que no dan el fruto deseado?


2. ¿Deseo ser esa tierra buena que se deja transformar por la Palabra de Dios? «Por todos los caminos honestos de la tierra quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión, del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz. Tú, ¿qué haces?» (Forja, n. 373).


3. A cada uno de nosotros Dios nos ha dado talentos o cualidades diferentes y espera que los hagamos fructificar. ¿Cómo agradezco al Señor lo que me ha regalado y cómo busco maneras creativas de poner mis cualidades a su servicio, para acercar almas a Dios?


4. Un hombre «sembró buena semilla en su campo. Pero (...) vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue» (Mt 13, 24-25). ¿Sé convivir con la imperfección propia, ajena y de las instituciones? ¿Le pido al Señor que eso no me desanime y que sepa tener una mirada comprensiva y sobrenatural?


5. Ante las dificultades, ¿procuro recordar con san Pablo que «todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8, 28)? ¿En qué aspectos podría crecer mi seguridad en que Dios saca bienes incluso de las circunstancias más difíciles o negativas?


6. «Mis elegidos consumirán la obra de sus manos. No se fatigarán en vano (...) porque serán semilla bendita del Señor (...). Antes de que me llamen yo les responderé, aún estarán hablando, y ya los habré escuchado» (Is 65,23-24). Movido por la confianza en Dios, ¿trato de superar los obstáculos que me encuentro cuando intento acercar a alguien al Señor? ¿Rezo y busco formas de ayudar a esas personas?