"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

12 de agosto de 2022

EL MATRIMONIO CAMINO HACIA EL CIELO

 



Evangelio (Mt 19,3-12)


En aquel tiempo, se acercaron entonces a él unos fariseos y le preguntaron para tentarle:


—¿Le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?


Él respondió:


—¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo hombre y mujer, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.


Ellos le replicaron:


—¿Por qué entonces Moisés mandó dar el libelo de repudio y despedirla?


Él les respondió:


—Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres a causa de la dureza de vuestro corazón; pero al principio no fue así. Sin embargo, yo os digo: cualquiera que repudie a su mujer —a no ser por fornicación— y se case con otra, comete adulterio.


Le dicen los discípulos:


—Si esa es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse.


—No todos son capaces de entender esta doctrina —les respondió él—, sino aquellos a quienes se les ha concedido.


En efecto, hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre; también hay eunucos que han quedado así por obra de los hombres; y los hay que se han hecho eunucos a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien sea capaz de entender, que entienda.


Comentario


Muy actual nos resulta esta cuestión que unos fariseos plantearon a Jesús. Parece que, al igual que hoy, por entonces, en los tiempos y culturas antiguas, el divorcio estaba a la orden del día, incluso “por cualquier motivo”. Y en un pasado más remoto, debió de ser algo tan difundido, que hasta Moisés, en Israel, tuvo que legislarlo, para ponerle freno, como mal menor. Sin embargo, Jesús, en su respuesta, se remonta no ya al pasado, sino al origen de todo, cuando el mismo Dios estableció la unión indisoluble entre hombre y mujer. El modelo de esta alianza será la fidelidad de Dios con su pueblo. Así lo expresa el profeta: “Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor y misericordia. Te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás al Señor” (Oseas 2,21-22). La expresión “a no ser por fornicación” no expresa que una infidelidad podría ser causa de divorcio. El término utilizado en griego, la lengua original del texto evangélico, se refiere más bien a una unión ilegítima que no se puede sanar, (por ejemplo, el incesto), y que, por lo tanto, hay que disolverla. No se trataría de una excepción a la indisolubilidad.


El Creador quiere y bendice el matrimonio, para la felicidad de los esposos y de los hijos, y el bien de la entera comunidad humana. Es una vocación divina y, como tal, exige discernimiento, preparación, y una voluntad decidida de buscar el bien del otro y de la familia, de perseverar un día y otro en el amor mutuo. Todo con la ayuda de la gracia divina, para superar las dificultades del camino. Podríamos decir que Jesús “sufre” con cada infidelidad y ruptura: “El Señor es testigo entre ti y la esposa de tu juventud (...), siendo ella tu compañera, la esposa comprometida por tu alianza. ¿Es que no hizo una sola cosa de carne y espíritu? Y ¿qué busca esta unidad? Una posteridad concedida por Dios (Malaquías 2,14-16).


Podemos imaginar el hogar de Nazaret: allí, Jesús niño y adolescente, fue testigo del amor delicado de María y José. En su perfecta humanidad, “crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lucas 2,52), bajo el amparo del ejemplo de sus padres.


¿Qué es el matrimonio?


La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio, a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. Aunque la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad.


Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Como dice el Génesis, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor. Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador.


La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: En el Génesis queda recogido que "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su carne", su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios. "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne". Esta unión indefectible es explicada por el Señor mismo cuando recuerda cuál fue "en el principio", el plan del Creador: "De manera que ya no son dos sino una sola carne", tal y como recoge el evangelio de san Mateo. Catecismo de la Iglesia Católica, 1603-1605


Texto de san Josemaría para meditar


¿Te ríes porque te digo que tienes "vocación matrimonial"? —Pues la tienes: así, vocación. Encomiéndate a San Rafael, para que te conduzca castamente hasta el fin del camino, como a Tobías. Camino, 27


¿Qué dijo Jesucristo acerca del matrimonio?


Al inicio de su vida pública, Jesús realiza su primer milagro —a petición de su Madre— con ocasión de un banquete de boda (ver el relato de las bodas de Caná en en evangelio de san Juan 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en estas bodas. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.


En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón; la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre": son palabras de Jesús recogidas en el evangelio de san Mateo. Catecismo de la Iglesia Católica, 1613-1614


Texto de san Josemaría para meditar


El amor puro y limpio de los esposos es una realidad santa que yo, como sacerdote, bendigo con las dos manos. La tradición cristiana ha visto frecuentemente, en la presencia de Jesucristo en las bodas de Caná, una confirmación del valor divino del matrimonio: fue nuestro Salvador a las bodas —escribe San Cirilo de Alejandría— para santificar el principio de la generación humana.


El matrimonio es un sacramento que hace de dos cuerpos una sola carne; como dice con expresión fuerte la teología, son los cuerpos mismos de los contrayentes su materia. El Señor santifica y bendice el amor del marido hacia la mujer y el de la mujer hacia el marido: ha dispuesto no sólo la fusión de sus almas, sino la de sus cuerpos. Ningún cristiano, esté o no llamado a la vida matrimonial, puede desestimarla. Es Cristo que pasa, 24


¿Qué es el matrimonio como sacramento?


Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por nuestro Señor Jesucristo para santificarnos. El sacramento del Matrimonio es uno de los siete sacramentos instituído por Jesucristo, que cuando se recibe con las disposiciones adecuadas, da la gracia –una ayuda sobrenatural- para vivirlo cristianamente.


La afirmación, inequívoca, de Jesucristo sobre la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable. Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada. Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, Jesús a través del sacramento del Matrimonio da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.


Es lo que el apóstol Pablo en la carta a los Efesios da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla", y añadiendo enseguida: «"Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne". Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia». Catecismo de la Iglesia Católica, 1615-1616


Texto de san Josemaría para meditar


El Matrimonio es un sacramento santo. —A su tiempo, cuando hayas de recibirlo, que te aconseje tu director o tu confesor la lectura de algún libro provechoso. —Y te dispondrás mejor a llevar dignamente las cargas del hogar. Camino, 26


meditar


Amar es... no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena... y a la vez propia. Surco, 797


Nunca te habías sentido más absolutamente libre que ahora, que tu libertad está tejida de amor y de desprendimiento, de seguridad y de inseguridad: porque nada fías de ti y todo de Dios. Surco, 787


Digo constantemente, a los que han sido llamados por Dios a formar un hogar, que se quieran siempre, que se quieran con el amor ilusionado que se tuvieron cuando eran novios. Pobre concepto tiene del matrimonio —que es un sacramento, un ideal y una vocación—, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo. Es entonces cuando el cariño se enrecia. Las torrenteras de las penas y de las contrariedades no son capaces de anegar el verdadero amor: une más el sacrificio generosamente compartido. Como dice la Escritura, aquae multae —las muchas dificultades, físicas y morales— non potuerunt extinguere caritatem (Cant 8, 7), no podrán apagar el cariño. Conversaciones, 91


Con respecto a la castidad conyugal, aseguro a los esposos que no han de tener miedo a expresar el cariño: al contrario, porque esa inclinación es la base de su vida familiar. Lo que les pide el Señor es que se respeten mutuamente y que sean mutuamente leales, que obren con delicadeza, con naturalidad, con modestia. Les diré también que las relaciones conyugales son dignas cuando son prueba de verdadero amor y, por tanto, están abiertas a la fecundidad, a los hijos.


Cuando la castidad conyugal está presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos; cuando el bien divino de la sexualidad se pervierte, la intimidad se destroza, y el marido y la mujer no pueden ya mirarse noblemente a la cara. Es Cristo que pasa, 25


La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.


Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada, se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría... Hablando del matrimonio, de la vida matrimonial, es necesario comenzar con una referencia clara al amor de los cónyuges. Es Cristo que pasa, 23


Lo digo con agradecimiento y con orgullo de hijo, yo sigo rezando —por la mañana y por la noche, y en voz alta— las oraciones que aprendí cuando era niño, de labios de mi madre. Me llevan a Dios, me hacen sentir el cariño con que me enseñaron a dar mis primeros pasos de cristiano; y, ofreciendo al Señor la jornada que comienza o dándole gracias por la que termina, pido a Dios que aumente en la gloria la felicidad de los que especialmente amo, y que después nos mantenga unidos para siempre en el cielo. Conversaciones, 103