"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

27 de abril de 2024

FESTIVIDAD de la VIRGEN de MONTSERRAT

 


Hoy celebramos la festividad de la Virgen de Montserrat cuya imagen y monasterio se encuentra en Barcelona y que este año cumple mil años desde que se fundo la abadia y se encuentra allí la imagen de “la moreneta” patrona de Cataluña. 

Por tal motivo y estar esta advocación marina muy cerca del corazón de San Josemaría y al Opus Dei os dejamos esta homilía del Obispo del lugar y unos comentarios históricos donde podemos llevar a la oración su intercesión

 Hermanos todos, reunidos aquí atraídos por la fe y el cariño a la Virgen de Montserrat

Nuestra celebración hoy en el monasterio y abadía de Montserrat tiene motivos específicos y valiosos. Llevamos en el corazón nuestra vida particular, la vida de la Iglesia y la vida de Cataluña, para alabar a Dios que nos hace un regalo tan preciado en su Madre y para revivir las vicisitudes de nuestra existencia ante su mirada.

Pero junto a la solemnidad de hoy que añade motivos propios, nos preguntamos qué nos motiva venir a Montserrat. A menudo venimos cargados con nuestra mochila llena de necesidades, que se traducen en plegarias de petición a la Virgen. Esto es plenamente legítimo: somos contingentes y limitados y tratamos a la Virgen también como nuestra madre. Sabemos que Ella nos comprende y merece a nuestros ojos toda nuestra confianza.

Pero al mismo tiempo intuimos que un hijo no puede limitar su trato con la madre a la satisfacción de sus necesidades. Hace un tiempo una señora se me quejaba de que le había pedido insistentemente a la Virgen María un determinado favor para su hijo y la Virgen María no le había hecho caso. Espontáneamente, sin pensarlo demasiado, le respondí: ¿ha pensado qué le puede pedir ella a usted?, ¿qué quiere decirle?, ¿qué palabra tendrá ella para usted? Siguió un silencio lleno de dudas.

Conviene que vengamos a Montserrat con los ojos bien dispuestos a la contemplación y las orejas bien abiertas para escuchar. Y un corazón franco para acoger el testimonio que nos llega de la Virgen.

Por eso, debemos mirar el fondo de nuestra imagen de la Virgen. ¿Quién es pues María para nosotros? ¿Qué significa para la nuestra la Iglesia? ¿Y para nuestro pueblo?

Quizás todo responde sólo a una devoción o una piedad afectiva y sensible, a una necesidad de intercesión o a un compromiso de imitación moral de sus virtudes. Quizás también con estos sentimientos se mezclen otros, como el gusto por la tradición y la conciencia de pueblo. Sin embargo, hoy es oportuno que nos acerquemos a la Virgen María en tanto que miembros del Pueblo de Dios, fieles que llevamos en el corazón las vicisitudes de una Iglesia en un momento histórico no fácil.

La tradición más antigua, los Santos Padres y el propio Nuevo Testamento, mantenía bien vivo el vínculo con María y la Iglesia. María, la Madre de Jesús, es la Iglesia perfectamente realizada, el paradigma de la Iglesia, la Iglesia más pura. Ella es la primera discípula, el primer miembro del Pueblo de Dios, y está ahí en medio, garantizando a la Iglesia su autenticidad, su verdadero rostro.


Volver a esta verdad de nuestra fe viene exigido por el momento en que vivimos como Iglesia: necesitamos recuperar justamente lo que somos. Resulta, por eso, bien oportuno el lema que ha escogido la Cofradía de la Virgen de Montserrat para orientar la peregrinación a Roma con motivo de los 800 años de su fundación: subrayando la dimensión eclesial de la devoción mariana, este lema dice, “Dónde se refleja nuestra Iglesia”. 

En efecto, la Virgen María es para la Iglesia un verdadero espejo. No un espejo de lo que de hecho somos como Iglesia, sino de lo que debemos ser. Ella es para nosotros un espejo perfecto, que nos devuelve siempre el rostro más auténtico de lo que somos y debemos ser.



Hay situaciones en las que parece que la Iglesia es sacudida desde afuera y desde dentro, cuando los fieles tienen la sensación de que ha desaparecido la Iglesia tal y como siempre la han visto, como si hubiera perdido su identidad. Una sensación provocada ante, por ejemplo, una variedad tan grande de estilos y modos, o ante fracasos de sistemas que siempre habían sido eficaces en la evangelización… Entonces hay que volver a la Virgen. No por qué nos dé lecciones de organización pastoral, sino porque Ella no deja de estar, cerca, testimoniando lo esencial en la Iglesia, es decir, su relación de amor con Jesucristo, como en Esposa y como Madre. Con Ella volvemos una y otra vez a Jesucristo, de quien nos viene toda luz y fuerza.

Esta recuperación del rostro mariano de la Iglesia nos permitirá recobrar dos vivencias importantes: el disfrute de ser Iglesia y la respuesta a quien no la acepta.

Hoy parece extraño que se llegue a decir que para él la Iglesia es verdadero gozo, un don de Dios que nos llena de alegría y acción de gracias. Estamos lejos de ese entusiasmo de S. Pablo VI, que, a pesar de haber sufrido tanto en la Iglesia, le llamaba “experta en humanidad” y le dedicó el mejor cántico de alabanza. Justamente una de las razones de ese entusiasmo eclesial era que, para él, fiel a la tradición y al Concilio Vaticano II, la Iglesia siempre contenía en su seno a la Virgen.

Vernos en María como Iglesia nos permite recuperar la alegría de ser miembros suyos, si nunca nuestros pecados la han adulterado. Porque ella no está afuera de nuestro pueblo, sino más bien en medio de él, prestándonos lo que nos falta y soportando nuestras cargas.

Por otra parte, a veces encontramos a alguien que no sabe, no entiende, o no cree en la Iglesia, incluso contraponiéndola a Jesucristo, como un factor que impide acceder a Él. Entonces no tendremos otra imagen mejor que ofrecer de la Iglesia que su rostro mariano, el de esposa de Cristo, creyente y amante. Bien entendido que no es necesario poseer el carisma de la visión mística (como el P. Francesc Palau) para contemplar y vivir esta imagen. Basta con una mirada atenta y orante que se traduzca en una vivencia concreta.

Eso sí: quien sabe cómo María se convirtió en Madre de Jesús, tendrá que hacer algo parecido, en la medida de sus posibilidades. Me refiero a ese momento en el que María se vio ante Dios y, consciente de su pobreza, hizo de sí misma una verdadera ofrenda, un acto profundo de donación y disponibilidad.

Estamos ante el misterio que ilumina a nuestro ser más profundo de Iglesia. El misterio que hemos visto a lo largo de la historia: Dios siempre ha buscado el lugar y el espacio humanos adecuados para hacerse presente en la humanidad y utilizarlos como instrumento de salvación. Lo encontró en la humanidad humilde y disponible de María… ¿Pensamos que hoy Dios asumirá otros instrumentos de salvación más eficaces, mejor planificados, más organizados, para hacerse presente y liberar a este mundo nuestro, como parece que ¿nos piden los expertos en sociología y en estrategias?

Se entiende que no menospreciamos las aportaciones de las ciencias instrumentales en nuestra labor pastoral. Pero precisamente hoy, ante la Virgen María, llevando en el corazón la vida real de nuestra Iglesia, tenemos bien claro que todo resultará inútil si no reflejamos personal y comunitariamente lo que María hizo y vivir como sierva fiel de Dios junto al su Hijo Jesucristo: poner lo que somos, nuestra pobreza, como ofrenda a disposición de su voluntad.

Quisiéramos una Iglesia bienaventurada: la Iglesia de las Bienaventuranzas. Pero ya conocemos qué concreción hizo de ellas María. ¿Cómo podríamos proclamar las Bienaventuranzas prescindiendo del lenguaje de María en el Magnificat y de la experiencia profunda que transmite? Hoy, a los pies de la Virgen de Montserrat, deseamos recuperar lo que somos por gracia del Espíritu y, con Ella, revivir a la vez la alegría de ser Iglesia.

Virgen de Montserrat, ruega por nosotros.

RELATOS DE LA HISTORIA DE LA RELACION DE SAN JOSEMARIA Y DON ALVARO DEL PORTILLO CON LA VIRGEN DE MONTSERRAT LA ABADIA Y EL ABAD ESCARRRE

PRIMERA RELACIÓN CON LOS BENEDICTINOS DE MONTSERRAT

La primera relación de san Josemaría con los benedictinos de Montserrat fue en Andorra, después de pasar los Pirineos, cuando el 5 y 6 de diciembre de 1937 celebró Misa en la capilla del Colegio de Nuestra Señora de Meritxell, que habían establecido los monjes de Montserrat en Escaldes-Engordany. Empieza entonces una relación de amistad que duró toda su vida.


Poco después, el 17 de diciembre de 1937, san Josemaría llegó a Pamplona, acogido por el obispo Mons. Marcelino Olaechea, y permaneció allí hasta el 7 de enero. Durante este período, a menudo hacía las comidas en el seminario, donde se juntaban algunos sacerdotes refugiados. Uno de ellos, con el que fraguó una profunda amistad, era el padre Pedro Celestino Gusi, monje de Montserrat. El 3 de enero de 1938, visitó a un grupo de monjes de Montserrat en el balneario de Belascoain (Navarra), convertido eventualmente en monasterio. En ese lugar se había establecido el abad Marcet con algunos benedictinos más, entre los que se encontraba el padre Gusi, que hacía las funciones de superior. Siguió el trato con el abad Marcet, que el 3 de mayo de 1938 le devolvió la visita a Burgos.

San Josemaría con el Abad Escarré y el monje Adalbert Franquesa en Montserrat, el 8 de mayo de 1948.


BENDICIÓN ABACIAL DEL ABAD ESCARRÉ

El 27 de abril de 1941 el abad Aurelio M. Escarré recibió la solemne bendición abacial de manos del obispo de Pamplona Mons. Marcelino Olaechea, con el que quiso contrastar las informaciones negativas que le llegaban sobre el Opus Dei desde Barcelona y las impresiones muy distintas que el abad Marcet y otras personas tenían sobre el fundador y el Opus Dei.


Mons. Marcelino Olaechea, que conocía personalmente a san Josemaría, tranquilizó al nuevo abad, pero ante la magnitud de las acusaciones contra el Opus Dei que habían llegado a Montserrat y la insistencia del abad, le aconsejó pedir informes al obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay, que recientemente había aprobado el Opus Dei como Pía Unión.


El abad escribió al obispo de Madrid pidiendo información, y el obispo respondió a continuación. Empieza aquí un carteo de notable importancia histórica entre el abad Escarré y Mons. Leopoldo Eijo y Garay. El abad pide aclaraciones concretas y el obispo responde con informaciones precisas. La influencia espiritual de Montserrat en Cataluña contribuyó a esclarecer la situación, apaciguar los ánimos y trajo tranquilidad a las familias.


EL ABAD ESCARRÉ CONOCE AL BEATO ÁLVARO DEL PORTILLO

Entre el 18 y el 25 de junio de 1941, el abad Escarré acompañó a Madrid al abad Marcet e intentó ver a Mons. Leopoldo, pero no le fue posible.


Decidió ir a la residencia del Opus Dei con la intención de saludar al fundador, pero se encontró con el beato Álvaro del Portillo, que entonces era el secretario general, y que sorprendió al abad porque desdramatizaba totalmente la persecución de que eran objeto y mantenía un buen humor y una serenidad espirituales admirables. Para el abad Aurelio, el cariñoso conocimiento del beato Álvaro precedió al del fundador del Opus Dei. Las cartas intercambiadas entre el beato Álvaro y el abad Aurelio tendrán siempre el tono de una franqueza y de una familiaridad entrañables. Se conservan un total de 23 cartas: 9 del beato Álvaro al abad Escarré, y 14 del abad Escarré al beato Álvaro.


Pocos días después, el beato Álvaro viajó a Barcelona y permaneció allí del 27 al 30 de junio de 1941. Aprovechó la ocasión para pasar por Montserrat y hablar con el abad Escarré.


Por fin se conocen personalmente san Josemaría y el abad Escarré

El abad Aurelio no conoció personalmente a san Josemaría hasta el 20 de abril de 1942. Volvía a Madrid acompañando al abad Marcet, y esta vez fue el fundador del Opus Dei quien visitó a los dos abades.


Desde ese día, Escrivá y Escarré se encontraron más de 45 veces, y casi siempre eran largas conversaciones. La relación de estas dos personalidades tan distintas se convirtió en una amistad entrañable. A ambos les movía un celo abrumador por la gloria de Dios, una verdadera pasión por la vida contemplativa, por la dignidad del culto y la fidelidad a la Iglesia romana.


A menudo, cuando iba a Madrid, el abad Aurelio pasaba a ver a san Josemaría, o bien éste le visitaba donde se alojaba. A partir de 1946, cuando el abad Aurelio viajaba a Roma, se encontraba con san Josemaría, que ya vivía allí.


SEMANA SANTA 1943. EL BEATO ÁLVARO EN MONTSERRAT

Llevado por el deseo de conocer mejor el significado de la nueva fundación, el abad Escarré invitó al beato Álvaro a pasar la Semana Santa de 1943 como huésped de la Abadía, junto con otras personas relevantes de Barcelona. Su presencia, como secretario general del Opus Dei, fue otra demostración pública de reconocimiento y aprecio por parte de los benedictinos de Montserrat, tan importantes en Cataluña. El beato Álvaro hizo nuevas amistades en la hospedería.


VISITAS DE SAN JOSEMARÍA A MONTSERRAT


El 30 de septiembre de 1943 san Josemaría visitó Montserrat por primera vez. La crónica del Monasterio recoge esta visita como si se tratara de una persona que disfrutase de la familiaridad de la comunidad.


El 16 de mayo de 1945 fue a comer, de camino hacia Valencia. El 28 de enero de 1946, san Josemaría visitó de nuevo Montserrat, y el abad Aurelio le acogía con todos los honores de una gran personalidad y le preparaba una comida solemne en el llamado refectorio de los obispos.


Unos meses después, san Josemaría decidió emprender el viaje a Roma, que comportaría establecerse definitivamente en el corazón de la cristiandad. Dirigiéndose a Barcelona para embarcarse en dirección a Génova, al pasar por los Brucs y ver el desvío hacia Montserrat, decidió realizar una visita a la Virgen para encomendarle los problemas que le abrumaban. No había anunciado su visita y se encontraba en Montserrat de incógnito, pero el padre Pau Pizá le reconoció y fue a avisar inmediatamente al abad Aurelio y, cuando el fundador del Opus Dei y su acompañante -José Orlandis- salieron de la basílica fueron abordados por el padre Pau que les comunicó que el padre abad estaría muy contento de poder saludarles. Inmediatamente el abad salió al encuentro de san Josemaría y se fundían en un cordial abrazo y acto seguido se encerraban ellos dos solos en el recibidor abacial durante una hora.


San Josemaría volvió a visitar Montserrat el 8 de mayo de 1948, acompañado de Luis Valls-Taberner. Ésta fue la única visita del fundador del Opus Dei que fue objeto de un reportaje fotográfico, con la particularidad de que se encontraba afectado de una parálisis facial y no siempre sale muy favorecido en las fotografías.


UNA ESPECIAL FRATERNIDAD

Una carta de san Josemaría al abad Escarré, firmada el 27 de abril de 1943, es la primera de una colección de más de sesenta cartas intercambiadas entre él y el abad de Montserrat, además de los telegramas y tarjetas de felicitación por Navidad, por Pascua, por San José, por la fiesta de la Virgen de Montserrat el 27 de abril y con ocasión de otros eventos. Un total de 94 misivas. El abad Aurelio había propuesto a Escrivá de Balaguer tratarse personalmente como hermanos. Este hecho es inusitado y único en toda la biografía del abad Aurelio, que tenía un concepto muy elevado de su dignidad de padre y señor del monasterio y de los acogidos. Sólo con san Josemaría estableció una relación y un trato de fraternidad espiritual.


FACILITANDO LOS CONTACTOS EN ROMA

Durante los años cuarenta, a medida que aumentaba el número de fieles del Opus Dei, crecía también la necesidad de sacerdotes. San Josemaría entendía que debían proceder de los fieles laicos, pero surgían inconvenientes de tipo jurídico para esta realidad. Después de darle muchas vueltas, de nuevo el Señor le hizo ver la solución. Fue el 14 de febrero de 1943, celebrando la Eucaristía. Así empezó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que permite que fieles seglares reciban el presbiterado y puedan dedicarse a los apostolados propios del Opus Dei, y también que este mensaje llegue a los sacerdotes diocesanos, sin dejar de estar incardinados en sus respectivas diócesis.


Los trámites para la aprobación de la Sociedad Sacerdotal de Santa Cruz también tienen cierta relación con Montserrat. El fundador del Opus Dei, al sentirse plenamente comprendido y amado, había abierto el corazón al abad Aurelio y le explicaba los asuntos del Opus Dei y los pasos que estaba dando para obtener el 'Nihil Obstat' de la Santa Sede para la erección diocesana de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que permitiría incardinar sacerdotes en la misma Obra. El abad Aurelio se comprometió a ayudar en aquella gestión tanto como pudiera.


Fue el beato Álvaro quien viajó a Roma el 25 de mayo de 1943, para presentar en la Santa Sede la documentación correspondiente. El abad Aurelio le dio cartas de recomendación ante dos monjes de Montserrat que tenían cargos importantes en la Santa Sede para que lo introdujeran ante la Curia Romana: el abad Gregorio Sunyol, presidente del Pontificio Instituto de Música Sacra y el padre Anselmo Albareda, prefecto de la Biblioteca Vaticana y más tarde cardenal.


En una carta del 13 de julio de 1943, san Josemaría agradecía al abad Escarré las atenciones que el abad Sunyol y del padre Albareda habían tenido con el beato Álvaro; y cuando el 11 de octubre se firmaba el 'Nihil Obstat' de la Santa Sede para que el Opus Dei tuviera clero propio, el abad Escarré les hizo llegar unas botellas de Aromes de Montserrat, para celebrarlo.


Esta ayuda del abad Escarré volvió a repetirse en 1946, cuando el beato Álvaro, ya sacerdote, volvía a estar en Roma para gestionar la aprobación pontificia del Opus Dei.


AUDIENCIA DEL PAPA PÍO XII AL ABAD ESCARRÉ

En marzo de 1946, el abad Aurelio fue a Roma y tuvo una audiencia con Pío XII, y el Papa que le conocía de otras muchas veces le preguntó espontáneamente 'por sus amigos del Opus Dei'.


El abad Aurelio explicó al Papa el prodigioso crecimiento de la Obra, y sobre esto el Papa dijo 'mi rallegro molto' [me alegro mucho], y la ordenación de los primeros sacerdotes de la Obra y que el beato Álvaro se encontraba precisamente en Roma, y el Papa respondió: 'Lo so, lo so' [lo sé, lo sé].


El 4 de marzo el abad Aurelio, acompañado del padre Gusi y del abad Sunyol, que se había convertido en un amigo y visitante asiduo del grupo del Opus Dei de Roma, fueron a visitarlos a la casa que tenían entonces y que daba a la Piazza Navona y les contó su audiencia con el Papa.


PETICIONES Y FAVORES MUTUOS

Esta relación de amistad se ve en muchos detalles. Aprovechando que el beato Álvaro iba a Roma para gestionar el 'Nihil Obstat' de la Santa Sede, el 25 de mayo de 1943, el abad Escarré le pide que le compre unos solideos y un birrete morado.


El 27 de mayo de 1943 san Josemaría celebró la Santa Misa en el oratorio del Palau, el primer centro del Opus Dei en Cataluña, y dejó reservado al Santísimo en el sagrario. Por la tarde, el abad Escarré le invitó a regresar con él en coche hacia Madrid.


En su visita a Montserrat del 30 de septiembre de 1943 san Josemaría había consultado la biblioteca y había tomado nota de algunos libros que le interesaban porque estaba preparando la edición de su tesis doctoral, por eso escribió una carta al “Muy venerado P. Abad y querido Hermano” pidiéndole que le enviara a Madrid los libros que necesitaba. Sabía perfectamente que su petición era algo excepcional, por eso decía en la carta con muy buen humor: “Supongo que habrá terribles penas y excomuniones para quien saque un libro de la Biblioteca. Pero... ¡siempre hay bulas para difuntos!”. Se refería a que siempre se pueden realizar excepciones a las normas establecidas. Efectivamente, los libros llegaron, y san Josemaría lo agradece en la carta del 17 de diciembre, así como los Aromas de Montserrat. Los libros están citados en la bibliografía del libro "La Abadesa de las Huelgas".


El 16 de marzo de 1944 el beato Álvaro comunica al abad Escarré que en poco tiempo recibirían la ordenación presbiteral quienes serían los primeros sacerdotes del Opus Dei, entre los que se encontraba él. Le manifestó el deseo de pasar unos días en Montserrat con los otros dos compañeros -José Luis Múzquiz y José María Hernández Garnica- antes de la tonsura, para que el padre Franquesa les hablara de liturgia y les enseñara a celebrar la Misa. Al final no pudo ser, a causa de los estudios y otros motivos.


Cuando llegó la tarjeta que anunciaba la ordenación sacerdotal, el abad Aurelio felicitó a su 'Muy querido Hermano en el Señor' porque con aquella ordenación el fundador del Opus Dei se convertía en 'Padre de sacerdotes'.


En 1949 el abad Aurelio pidió a monseñor Escrivá de Balaguer que predicara los ejercicios espirituales a la comunidad de Montserrat, pero no pudo ser debido a sus viajes y a los compromisos ya contraídos.


27 DE ABRIL DE 1954. CURACIÓN DE LA DIABETES

Desde hacía años, san Josemaría sufría diabetes, que le habían diagnosticado en 1944 y que probablemente tenía desde bastante antes. La enfermedad, muy grave y con efectos secundarios especialmente dolorosos, siguió su curso hasta el 27 de abril de 1954, fiesta de la Virgen de Montserrat. Ese día sufrió un “shock” y cuando llegó el médico descubrió con asombro que habían desaparecido todos los síntomas de la diabetes, que, como se sabe, es una enfermedad incurable. Estaba tan claro que suspendió el tratamiento y le dio el alta.


San Josemaría sólo comentó que, al igual que el Señor le había enviado aquella enfermedad, ahora le había curado en una fiesta de la Virgen, precisamente en la de la Virgen de Montserrat, a la que tenía tanta devoción.


SANCTA MARIA, STELLA ORIENTIS

Un año y ocho meses después de haber quedado curado de la diabetes, acompañado por el beato Álvaro, san Josemaría hizo un viaje por el centro de Europa preparando la expansión apostólica por estos países. Fue a Colonia, Múnich, Salzburgo y Linz.


El 3 de diciembre de 1955, llegó a Viena, y el 4 por la mañana celebró la Misa en la catedral de san Esteban. Dando gracias después de la Misa, ante la imagen de Maria Pöstch, la invocó por primera vez con la jaculatoria 'Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva!', Santa María, Estrella de Oriente, ¡ayuda a tus hijos!.


No era una más de sus advocaciones a la Virgen María. Por lo que se deduce de la correspondencia de aquellos días, había tenido la seguridad de que con estas palabras quedaba encomendada a la Virgen la protección del apostolado futuro de la Obra en los países del este de Europa sometidos en ese momento al comunismo, y en los países asiáticos.


Un mes después, el 6 de enero de 1956, fiesta de la Epifanía, predicó una homilía que más adelante se recogió bajo el título En la Epifanía del Señor en el libro Es Cristo que pasa, donde hace referencia a esta invocación.


El origen de la advocación mariana Stella Orientis como tal, es incierto. No aparece en la literatura patrística ni en la medieval. Pero está claro que equivale a Stella Matutina, invocación que se recita en las letanías del Rosario, (de hecho, en el párrafo 38b de la homilía, san Josemaría traduce Stella Orientis como 'Estrella de la mañana').


Mosén Cinto Verdaguer empleó la advocación al escribir, en 1880, en honor de la Virgen de Montserrat el Virolai. La estrofa donde aparece dice así:


De los catalanes siempre seréis Princesa,

de los españoles Estrella de Oriente,

sed para los buenos pilar de fortaleza,

para los pecadores el puerto de salvación.


No nos consta documentalmente la relación de san Josemaría con este precedente, pero sabemos que había leído a mosén Verdaguer. Si añadimos su devoción a la Virgen de Montserrat, no es inverosímil establecer su relación.


Poco después de este viaje, dispuso que un pequeño oratorio que se estaba construyendo en la sede central del Opus Dei en Roma estuviera dedicado a la Virgen bajo la advocación Stella Orientis, y se puso como retablo un pequeño cuadro que había estado en casa de su madre en Madrid, en una habitación donde san Josemaría empezó a impartir charlas de formación a chicos jóvenes en 1933.


LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL ABAD ESCARRÉ

Desde 1952 la salud del abad Aurelio iba por mal camino; a la antigua enfermedad cardíaca se le había añadido la diabetes y una insuficiencia renal que a menudo le dejaban dañado y retirado del trabajo diario.


El 8 de octubre de 1961, el abad Aurelio presentó su dimisión de abad de régimen y fue elegido abad coadjutor su prior el padre Gabriel Brasó. La relación epistolar entre san Josemaría y el abad Escarré continuó regularmente hasta 1963, pero no hay ninguna alusión al nuevo estatus del abad emérito ni a su estado de abatimiento.


En noviembre de ese año 1963 el abad Aurelio hizo unas declaraciones públicas en el diario Le Monde, que provocaron un gran estruendo mediático. Las presiones políticas se sumaron a las tensiones internas de la comunidad y el abad Aurelio tuvo que salir del monasterio y de Cataluña para fijar su residencia en Viboldone, un monasterio de benedictinas en la diócesis de Milán.


A partir de 1963 se interrumpió la correspondencia entre ambos, y Mons. Escrivá perdió la pista de su viejo amigo.


Mn. Joan Baptista Torelló recuerda: “Enfermo de corazón, diabético, se encerró en un silencio y aislamiento radicales. Yo, que entonces estaba en Viena, me enteré de su dirección y le escribí una carta en señal de reverencia y amistad intactas. Me respondió en marzo de 1967, y aparecía como deprimido, malherido, por las incomprensiones de todas partes, pero dedicó un elogio al sucesor, el padre Cassià, 'en quien puedo confiar plenamente', que era una muestra de espíritu sobrenatural y del amor a su monasterio.


Poco después fui a Roma, y encontré al beato Josemaría muy preocupado porque, como el padre Escarré se había encerrado en ese aislamiento tan grande, no tenía contacto con nadie. El beato Escrivá no sabía dónde estaba, ni qué había hecho. Yo le pude informar, y me dijo: ¡vete corriendo!


Y entonces hice el viaje de Roma a Viboldone para visitarle. Me recibió muy cariñosamente y visiblemente conmovido por la fidelidad del beato Josemaría, pero no me hizo ningún comentario sobre su situación. Se le veía gravemente enfermo”. Era el verano de 1967.


Un año después, el 15 de octubre de 1968, pudo regresar a España y le ingresaron en la Clínica Platón de Barcelona, donde murió el 21 de octubre de 1968, a los sesenta años.


El abad Escarré está sepultado en la cripta de la basílica de Montserrat, donde además del abad Marcet y otros monjes, también están sepultados el cardenal Albareda, el abad Sunyol y el abad Gusi, que tan gran amistad mantuvieron con san Josemaría y el beato Álvaro.


EL VIROLAI (Canción himno a la Virgen de Montserrat)

La relación del beato Álvaro con Montserrat quedó profundamente grabada en su corazón.

Muchos años después, el 22 de junio de 1987, Mn. Lluís Bru Ribé de Pont, recién ordenado sacerdote, celebró la primera misa en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, en la sede central del Opus Dei. Uno de los que le acompañaron era Mn. Iñaki Celaya, uno de los colaboradores del beato Álvaro en el gobierno de la Obra. Tras el almuerzo, en un rato de tertulia con el beato Álvaro y otros colaboradores, comentó que "los catalanes habían tomado la iglesia prelaticia, e incluso habían cantado el Virolai".


En ese momento, el beato Álvaro empezó a cantarlo durante un buen rato, ante la sorpresa de todos. Les dijo que lo había aprendido aquella Semana Santa de 1943, cuando cada día iba a oír a la escolanía, y que no lo había olvidado.


CELEBRACIONES

El abad de Montserrat, padre Josep María Soler, presidió el día 1 de junio de 2002 en el monasterio una Eucaristía de acción de gracias por el centenario del nacimiento del -en ese momento- beato Josemaría. Ante unas cuatro mil personas que llenaban la basílica, el patio de entrada, los porches e incluso una parte de la explanada, el abad recordó la relación que el fundador del Opus Dei mantuvo con el abad Escarré, y afirmó que cuando se conocieron personalmente, en 1942, “quedaron cautivados mutuamente, y ligados con una amistad espiritual que duró toda su vida. Era el encuentro de dos hombres que soñaban con un resurgimiento de la Iglesia y de la sociedad promoviendo un ardiente cristianismo, pero fuertemente fundamentado sobre las virtudes humanas. Hoy damos gracias a Dios por el carisma que suscitó en la Iglesia por medio del beato Josemaría; lo hacemos en el año del centenario de su nacimiento y pocos meses antes de su canonización, a los pies de esta Santa Imagen que él veneró y en torno a ese altar cuya construcción el beato siguió con interés y con alegría. Un altar que es como la prolongación del regazo de la Virgen, porque recibimos a su Hijo en la celebración de la Eucaristía”.


Años después, el 30 de mayo de 2015, el mismo abad Soler presidió la Misa de celebración de la fiesta del beato Álvaro, que había sido beatificado el 27 de septiembre de 2014. En esta ocasión la Eucaristía se celebró en la plaza para acoger a la gran cantidad de fieles que participaron.


AHORA SIEMPRE PRESENTE SAN JOSEMARIA Y DON ALVARO EN MONTSERRAT


Y el 24 de febrero de 2024 el abad padre Manel Gasch bendijo un alto relieve realizado por la escultora Rebeca Muñoz, emplazado en el Camino de san Miguel, subiendo en dirección a la ermita, poco antes de llegar al portal de reja de hierro con el arcángel, en un entrante en la orilla derecha del camino; en recuerdo de la amistad de san Josemaría y el beato Álvaro con Montserrat.