"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

5 de agosto de 2022

EL UNICO FIN ES ALCANZAR LA FELICIDAD

 


Evangelio (Mt 16, 24-28)


Entonces les dijo Jesús a sus discípulos:


— Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará.


Porque, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?, o ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del Hombre va a venir en la gloria de su Padre acompañado de sus ángeles, y entonces retribuirá a cada uno según su conducta. En verdad os digo que hay algunos de los aquí presentes que no sufrirán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en su Reino.


Comentario


Este pasaje del Evangelio sigue inmediatamente después a la afirmación de Pedro sobre Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Afirmación que fue solemnemente confirmada por el Maestro que, a la vez, les ordenó que no dijeran a nadie que Él es el Cristo (cf. Mt 16,20). Los apóstoles estarían impresionados por la claridad con la que Jesús les había confirmado lo que intuían, que su Maestro era el Mesías largamente esperado.


En esta ocasión, Jesús se dirige hacia la Cruz e invita a sus discípulos a seguirlo: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga” (v. 24). Contra toda lógica humana, la cruz no implica desventura, desgracia que hay que evitar a toda costa, sino oportunidad de acompañar a Jesús en su victoria. En la lógica de Dios el camino que conduce al triunfo glorioso sobre el pecado y la muerte pasa por la pasión y la cruz.


Recordaba san Josemaría en su predicación un sueño de un clásico castellano en el que se mencionaban dos caminos. Uno es ancho y regalado, pero termina en un precipicio sin fondo. Es el que siguen atolondradamente los mundanos. “Por dirección distinta, discurre en ese sueño otro sendero: tan estrecho y empinado, que no es posible recorrerlo a lomo de caballería. Todos los que lo emprenden, adelantan por su propio pie, quizá en zigzag, con rostro sereno, pisando abrojos y sorteando peñascos. En determinados puntos, dejan a jirones sus vestidos, y aun su carne. Pero al final, les espera un vergel, la felicidad para siempre, el cielo. Es el camino de las almas santas que se humillan, que por amor a Jesucristo se sacrifican gustosamente por los demás; la ruta de los que no temen ir cuesta arriba, cargando amorosamente con su cruz, por mucho que pese, porque conocen que, si el peso les hunde, podrán alzarse y continuar la ascensión: Cristo es la fuerza de estos caminantes” [1].


El fin de todo ser humano es alcanzar la felicidad. Pero no se consigue la felicidad cuando se busca siempre lo más cómodo y apetecible, sino cuando se ama decididamente, aunque el amor comporte sacrificio. “Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” [2], decía san Josemaría. “Por esto, me gusta pedir a Jesús, para mí: Señor, ¡ningún día sin cruz! Así, con la gracia divina, se reforzará nuestro carácter, y serviremos de apoyo a nuestro Dios, por encima de nuestras miserias personales” [3].


HOY FIESTA DE LA VIRGEN 

Dedicación de Santa María ad Nives


La Iglesia es una Madre que acoge en su seno todas las culturas, la veneración de María se desarrollará de acuerdo con la particular sensibilidad humana, teológica y espiritual de cada pueblo. Así por ejemplo, la tradición bizantino-constantinopolitana conoció una primera fase bastante sobria del culto mariano, pero con el tiempo generó ricas composiciones poéticas en honor de la Theotokos. El himno Akáthistos es una de las más amadas y difundidas: «Salve, por ti resplandece la dicha; Salve, por ti se eclipsa la pena. Salve, levantas a Adán, el caído; Salve, rescatas el llanto de Eva». Por su parte, la tradición etiópica manifestará su profunda piedad mariana en las plegarias eucarísticas y en la institución del mayor número de fiestas marianas conocido en una tradición litúrgica, más de 30 a largo del año.

SALVE, POR TI RESPLANDECE LA DICHA; SALVE, POR TI SE ECLIPSA LA PENA. SALVE, LEVANTAS A ADÁN, EL CAÍDO; SALVE, RESCATAS EL LLANTO DE EVA (HIMNO AKATHISTOS)

El rito romano tiene también su propia historia. A finales del siglo VII, el papa Sergio I enriquece aquellas cuatro fiestas recién llegadas del Oriente con un elemento que marcará la devoción popular romana: las procesiones litánicas por la ciudad. Más adelante se compondrán los textos de la Misa y del Oficio de Sancta Maria in Sabbato, se extenderá por Europa la costumbre de dedicar el sábado a la Virgen, y aparecerán nuevas antífonas para la liturgia de las Horas. Algunas de ellas son hoy la última oración que, antes de dormir, sale confiada de labios de la Iglesia: Alma Redemptoris materSalve ReginaAve Regina caelorumRegina coeli laetare, compuestas todas ellas en los siglos XI-XIII. Más tarde se desarrollarán igualmente fiestas marianas como la Visitación, promovida al inicio por los franciscanos y extendida después a toda la iglesia latina en el siglo XIV.

Tras el concilio de Trento se amplían a todo el rito romano otras fiestas celebradas hasta entonces solo en algunas regiones. Por ejemplo, San Pío V extendió a toda la iglesia latina la fiesta romana de la Dedicación de Santa María ad Nives (5 de agosto). En los siglos XVII y XVIII, diversas conmemoraciones ligadas a la piedad mariana de algunas órdenes religiosas pasarán, por diversos caminos, al Calendario general: Nuestra Señora del Carmen (carmelitanos), Nuestra Señora del Rosario (dominicos), Nuestra Señora de los Dolores (siervos de María), Nuestra Señora de la Merced (mercedarios), etc.

Estos movimientos que van desde la periferia a Roma, y desde Roma a la periferia[12] reflejan la sabiduría maternal de la Iglesia, que promueve todo aquello que crea unidad y al mismo tiempo se adapta para tratar a sus hijos «de modo distinto –con una justicia desigual–, ya que cada uno es diverso de los otros»[13]. Este respeto por las tradiciones locales perdura en el calendario actual, que reconoce la existencia de fiestas marianas particulares, ligadas a la historia y devoción de los diversos miembros del Pueblo de Dios. Eso explica la presencia, en el calendario de la Prelatura, de la fiesta de Nuestra Señora del Amor Hermoso, que se celebra el 14 de febrero.

Un momento particularmente álgido del culto litúrgico mariano ha sido el pasado siglo XX, que conoció cuatro nuevas fiestas marianas: Virgen de Lourdes (Pío X, en 1907), la Maternidad de la Virgen María (Pío XI, en 1931), el Corazón Inmaculado de María (Pío XII, en 1944), y Santa María Reina (Pío XII, en 1954). Además de la memoria del Santísimo Nombre de María (12 septiembre), la última edición del Misal romano ha incorporado las memorias libres de Nuestra Señora de Fátima (13 de mayo) y Nuestra Señora de Guadalupe (12 de diciembre). La extensión a todo el rito latino de celebraciones ligadas a intervenciones particulares de la Virgen manifiesta la amorosa vigilancia de la Iglesia, que recuerda a sus hijos la presencia discreta pero firme de María: junto a San José, Ella peregrina con nosotros a través de la historia.

MUCHOS PÓRTICOS DE IGLESIAS MEDIEVALES PRESENTAN A LA MADRE DE DIOS QUE ACOGE Y DESPIDE A LOS PEREGRINOS CON SU MIRADA Y SU SONRISA

Con la bendición de la Madre

Muchos pórticos de iglesias medievales presentan una imagen característica de Occidente: la Madre de Dios sostiene en sus brazos al Niño, y con su mirada y su sonrisa acoge y despide a los peregrinos. Esta imagen, situada en el espacio público que se abre a la ciudad, nos habla del estilo acogedor y misionero de María, que da forma a la vida de la Iglesia a través de la liturgia.

Su presencia nos recuerda que Ella nos espera cuando acudimos a una iglesia u oratorio para ayudarnos a tratar a su Hijo. Saber de esta espera de María nos lleva a recogernos, a prepararnos bien para las distintas acciones litúrgicas: una delicadeza de hijos que se concreta en detalles como llegar con antelación, sin prisa, y disponer cuanto sea necesario (ornato del altar, velas, libros) con aquella atención y cariño que nuestra Madre, «mujer eucarística»[14], pondría al prepararse para la «fracción del pan» de la primitiva Iglesia[15].

La alegría de la Toda Hermosa está en «reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito»[16]. En la escuela de santa María, «la Iglesia aprende a ser cada día “sierva del Señor”, a estar lista para ir al encuentro de las situaciones de mayor necesidad, a estar atenta con los pequeños y excluidos»[17]. Por eso, tras invitarnos a entrar para ser transformados por Él, nuestra Madre vuelve a saludarnos y desde el pórtico nos envía a esa «hermosísima guerra de paz»[18], codo con codo con nuestros hermanos los hombres.