"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

12 de junio de 2024

Ni ojo vio, ni oído oyó

 



Evangelio (Mt 5, 17-19)


No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. 

Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.



PARA TU RATO DE ORACION 


A JESÚS le acusaron varias veces de querer destruir la religión de Moisés y de Abraham. El Señor proclama, al contrario, que no ha venido a abolir lo anterior, sino a descubrirnos su significado pleno, a mostrarnos su alcance más profundo (cfr. Mt 5,17). Cristo descubre a sus contemporáneos –y nos lo descubre también a nosotros– la posibilidad de encontrar en los preceptos divinos un camino de auténtica libertad interior. Dios se ha revelado y nos ha dado a su Hijo para hacernos más libres. «Para esta libertad Cristo nos ha liberado –dirá san Pablo–. Manteneos, por eso, firmes, y no os dejéis sujetar de nuevo bajo el yugo de la servidumbre» (Gál 5,1).


A la luz de la nueva enseñanza de Jesús, «cada precepto revela su pleno significado como exigencia de amor, y todos se unen en el más grande mandamiento: ama a Dios con todo el corazón y ama al prójimo como a ti mismo». «Hasta la más pequeña letra o trazo» (Mt 5,18) de la doctrina de la Iglesia, ya sea en materia dogmática, moral, litúrgica, etc., tiene como objetivo impulsarnos a amar al verdadero Dios y, por él, a las personas que nos rodean. Y el amor, también con sus normales dificultades, se da solamente en un ámbito de libertad.


Por eso Jesús puede decir que su alimento es hacer la voluntad del Padre. No se resigna a esa Voluntad, como quien quisiera hacer otra cosa, sino que la desea ardientemente, quiere identificar todas sus inclinaciones con ella, porque allí encuentra su libertad. Cristo llega incluso a dar gracias a su Padre antes de realizar el acto más grande de entrega, cuando, en la víspera de su pasión, da la vida libremente en la Eucaristía. En Dios encontramos la libertad más profunda que nos ayuda a amar más y mejor a quienes nos rodean.


«VAMOS A PENSAR lo que será el Cielo –proponía san Josemaría–. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman” (1 Cor 2,9). ¿Os imagináis qué será llegar allí, y encontrarnos con Dios, y ver aquella hermosura, aquel amor que se vuelca en nuestros corazones, que sacia sin saciar? Yo me pregunto muchas veces al día: ¿qué será cuando toda la belleza, toda la bondad, toda la maravilla infinita de Dios se vuelque en este pobre vaso de barro que soy yo, que somos todos nosotros?». También santo Tomás de Aquino nos invitaba a ilusionarnos con el cielo como «la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello –continuaba explicando el santo– es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre».


A la vez, pensar en el cielo nos ayuda a comprender mejor la tierra, a dar el peso adecuado a las situaciones y problemas. «Puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado. Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez».


La lucha por ser cada vez más libres en esta tierra, más llenos de Dios y menos de nuestros pequeños egoísmos, es precisamente el camino hacia el cielo. «Para caminar hacia la santidad es necesario ser libres y sentirse libres. Porque hay tantas cosas que esclavizan (...). Cuando volvemos al modo de vivir que teníamos antes del encuentro con Jesucristo, o cuando volvemos a los esquemas del mundo, perdemos la libertad (...). Como el pueblo de Dios en el desierto: cuando miraban adelante iban bien; cuando les venía la nostalgia, porque no podían comer las cosas buenas que les daban allí, se equivocaban y olvidaban que allí no tenían libertad». Es en esta tierra en donde nos podemos preparar, con la ayuda de la gracia, a lo que después podremos vivir en el cielo: escoger siempre a Dios, libres de toda atadura o confusión.


«EL QUE QUEBRANTE uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande» (Mt 5,19). ¿Qué relación pueden tener los preceptos más pequeños con el Reino de los Cielos? Jesús relaciona la lucha por la santidad con la capacidad de amar y ser amados en lo cotidiano. El cielo, en definitiva, es una cuestión de cuánto le dejamos a Dios ser nuestro Padre amoroso en cada momento del día, de cuánto nos sabemos acompañados hasta en las cosas más pequeñas. Cumple esos pequeños mandamientos quien se levanta una y otra vez, quien no se cansa de luchar en lo mismo, quien es sincero consigo mismo y con Dios para reconocerse necesitado. Cumple esos pequeños mandamientos quien, sabiendo dar prioridad a lo que es más importante, se da cuenta de que al amor no se le escapa nada.


«Alguno puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros. Y el padre no considera la puerilidad del regalo: lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías —esas pequeñeces— se hacen cosas grandes, porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante». María siempre dice que sí a todo lo que su hijo le pide porque sabe que, así, Dios le regala su alegría y su felicidad. Podemos pedirle a nuestra Madre que crezca en nosotros la sabiduría para ver con esos mismos ojos la voluntad de Dios.