"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

4 de agosto de 2025

CORRESPONDENCIA



Evangelio  Mateo 14,13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.


Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:

«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer».


Jesús les replicó:

«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».


Ellos le replicaron:

«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».


Les dijo:

«Traédmelos».


Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.



PARA TU RATO DE ORACION 

HOY también celebramos la FIESTA del Cura de Ars

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Dice el evangelio de san Mateo que, al oír Jesús que habían apresado a Juan el Bautista, “se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo” (v. 13). Jesús busca un momento de soledad para su oración, como en otras ocasiones. Pero las gentes de los contornos deseaban tanto escuchar su palabra y beneficiarse de sus curaciones que no lo dejaban descansar. Jesús no se enfada ante su importunidad. Al contrario, se conmueve ante la fe sencilla de aquellas gentes y pasa toda la jornada con ellos. Cuando declina el día no quiere dejarlos marchar sin haberles ofrecido antes algo de comer, porque estaban lejos de sus casas y llevaban muchas horas sin tomar nada.


Llama la atención, en primer lugar, su paciencia y compasión. “Ante la multitud que lo seguía y –por decirlo así– ‘no lo dejaba en paz’ –comentaba el Papa Francisco-, Jesús no reacciona con irritación, no dice: ‘Esta gente me molesta’. No, no. Sino que reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión –lo que siente Jesús– no es sencillamente sentir piedad; ¡es algo más! Significa com-patir, es decir, identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarlo sobre sí. Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros”[1].


También los discípulos se dan cuenta de lo avanzado de la hora y de la urgencia de esas personas por alimentarse, pero se desentienden de las necesidades de esas gentes y piden a Jesús que los despida “para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos” (v. 15). Sin embargo, el Maestro no mira para otro lado ni los abandona a su suerte, sino que reclama a los suyos que ofrezcan todo lo que tengan, aunque sea bien poco, para paliar el hambre de tantos hombres, mujeres y niños. ¡Qué modo tan distinto de reaccionar ante las necesidades de los demás!


Vale la pena observar, como lo hace san Josemaría, que Jesús podía sacar el pan de donde le pareciera..., pero busca la cooperación humana: “Necesita de un niño, de un muchacho, de unos trozos de pan y de unos peces. Le hacemos falta tú y yo, hijo mío: ¡y es Dios! Esto nos urge a ser generosos en nuestra correspondencia. No necesita para nada de ninguno de nosotros, y –al mismo tiempo– nos necesita a todos. ¡Qué maravilla! Lo poco que somos, lo poco que valemos, nuestros pocos talentos nos los pide, no se los podemos escatimar. Los dos peces, el pan: todo”[2].


Los discípulos fueron generosos y le ofrecieron la escasa comida de que disponían. Dice el Evangelio que Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente” (v. 19). Son expresiones análogas a las que emplean los evangelistas al narrar la institución de la Eucaristía en la última cena: “cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio” (Lc 24,30). De este modo, en la magnitud con la que multiplica aquellos pocos panes y peces se prefigura “la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía”[3], como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.


La generosidad de Jesús que se nos ofrece como alimento en la Hostia santa manifiesta la grandeza de su amor. “Corresponder a tanto amor -invita a considerarlo san Josemaría- exige de nosotros una total entrega, del cuerpo y del alma: oímos a Dios, le hablamos, lo vemos, lo gustamos. Y cuando las palabras no son suficientes, cantamos, animando a nuestra lengua –Pange, lingua!– a que proclame, en presencia de toda la humanidad, las grandezas del Señor”[4].